Nuevas tierras

Transformación espacial

¿Cómo nos afecta el espacio en el que jugamos? Deborah Lopez habla sobre la necesidad de sentirnos cómodos cuando dedicamos tiempo a nuestro hobby.

Extraño horizonte. Es hora de partir. Un nuevo mundo…¡se abre ante ti! (…) Nadie te detendrá. Te aguardan tierras de misterio. El cielo se ha abierto, ¡hay tanto por descubrir!

Welcome to the new world! – Kirby y la Tierra Olvidada

Enciendo mi Nintendo Switch para seguir jugando a Kirby y la Tierra Olvidada. Hace unos días hablaba en esos mismos términos sobre otra consola, una que está a casi 1000 kilómetros de mi nueva casa. Por ese motivo observo esta desde otra perspectiva. Misma superficie, mismos botones, mismo funcionamiento. Distinto el color de los Joy-Con, los videojuegos instalados y la pantalla de inicio, que ahora muestra solo dos nombres. Uno de ellos es el mío, situado ahí después de haber tecleado los datos de mi perfil y configurar que mi plataforma principal será ahora la que tengo entre las manos. Al igual que mi presencia y mis cajas de cartón, llenas de objetos personales queridos y también útiles, me he establecido entre las paredes de un piso ubicado en una ciudad desconocida para mí. Pero no por mucho. Como ha ocurrido con las calles, el transporte público o los comercios cercanos, asentarse en un espacio y construir el ambiente cálido de un hogar requiere paciencia y amor. Preparar las partidas, los perfiles y las configuraciones, de la misma forma que coger una consola y empezar un título, forma parte de ese proceso de cuidado. Uno que, descubrí recientemente, culmina con hallar una ubicación cómoda para jugar.

En eso pensaba cuando en la pantalla de la Nintendo Switch compartida, Kirby me invitaba a desvelar ese mundo misterioso en el que había aterrizado, apropiándome de esas horas y entornos que no gozaba desde años atrás. Más allá de la pantalla, de vez en cuando miraba a través del balcón que enmarca los naranjos plantados en el patio de edificios de la ciudad que me acoge y en la que han nacido personas a las que quiero. Esta urbe tiene un nombre, una historia y unas posibilidades esperanzadoras para mí, con lo que es toda una aventura conocerla de la misma forma que desvelaba niveles con la bolita rosa. A medida que Kirby ganaba poderes en el videojuego, percibía la adaptación particular que acontecía en mí. Pero no únicamente en cuanto al espacio físico y el confort del mismo, o siquiera en relación a la ciudad, sino en lo que respecta a mi estado emocional y psicológico en tanto estos también procedían del ambiente y mi vínculo con él. Al poder sentarme tranquilamente a jugar frente al televisor y disponer de esa habitación y esas horas para mí, hallé, por ejemplo, que necesitaba parar de jugar en modo portátil porque estaba cansada de tener bloqueadas otras opciones. Agotada física y mentalmente, mejor dicho. 

Hasta que no empecé a pensar en la distribución de la vivienda actual, no tuve en cuenta cuán esencial es el espacio que usamos para jugar. Puede parecer algo baladí, como un capricho, pero es que hasta esa actitud es una traslación de lo que pensamos de nosotres y nuestro tiempo libre. Mientras en mi anterior vivienda escasas veces jugaba en el televisor del comedor, tendiendo a la portabilidad y a un rincón casi prestado en el sofá y en la habitación, en la actual batallo con mi interior para sentarme en el sillón y aprovechar el comedor como un espacio compartido. El cual puedo y tengo derecho a usar. De conformarme con una esquina, a desear encender el televisor. De usar casi cada día dispositivos portátiles, a emplearlos en ocasiones determinadas. Me he reencontrado con mis necesidades y deseos como jugadora en tanto aquello que daba por hecho ha dejado de serlo y he podido cimentar junto a mi pareja otro entorno. Es entonces cuando no solo he reafirmado el peso del videojuego y la lectura en mi existencia, sino que he comprobado la influencia del lugar en el que jugaba en mis ganas de querer hacerlo, en mis emociones al respecto y en la forma en que me trataba a mí misma. 

A simple vista es evidente que si aquello que me permitía desconectar y recapacitar queda relegado a un segundo plano y a una zona apartada, eso me afectará. Pero tendemos a, cuando estamos sumergidos en la situación, no ver con la misma claridad. Así, pues, de la misma manera que el ambiente en el que jugaba trascendía a mi estado, el efecto de mis sentimientos, como la incomodidad y la tristeza al ubicarme en un sitio cada vez más reducido, disminuyó y rompió con las buenas sensaciones que me aportaba el ocio, entrando en un círculo vicioso. Por supuesto, si bien el espacio físico disponible puede romper con esa sintonía de una forma más directa que en el caso de pequeñas molestias, no es el único elemento que puede dañarla hasta hacerla trizas. Tengamos en cuenta que el orden y la limpieza, el ruido que nos rodea y/o nos llega, el respeto de las personas con las que convivimos, la privacidad disponible según las necesidades de cada une y en cada circunstancia, el poder acceder a los útiles que necesitamos o queremos para ello, el asiento disponible y su ergonomía, la luz natural o artificial que nos ilumina, entre otros, convergen en las sensaciones que asociamos a la acción de jugar. 

En otras palabras, la confortabilidad del espacio determina, en parte, cómo va a ser nuestra relación con nuestros pasatiempos. Ergo, con nosotres mismes, porque nuestro tiempo libre también es bienestar. Y así lo cree la psicología espacial. El estado, la forma, la configuración y el diseño de los espacios interaccionan con nuestra mente, de manera que afectan a, entre otras cuestiones, cómo nos relacionamos con el espacio, los pensamientos y percepciones que manejamos, las experiencias adquiridas, los sentimientos y las emociones derivadas y los comportamientos que tenemos. Hallar diversas investigaciones que confirman lo que expertos en materias como la arquitectura, la filosofía o la psicología reiteraban, que el entorno interviene en la capacidad de decidir, en la personalidad, la socialización y la capacidad cognitiva de una persona, ha sido el empujón hacia la realidad que estaba experimentando, tal y como Kirby acabó en un mundo diferente después de ser absorbido por un vórtice. En conclusión, aunque seamos quienes construimos esos emplazamientos o los aceptamos como definides por otres, los mismos también producen efecto en nosotres. Luz, colores, disposición de los muebles, la utilidad de los enseres, los materiales, las proporciones… Todo eso y más nos impacta a pesar de que creamos que no es así, o no reparemos en ello. 

De ahí que una configuración u otra del lugar en el que procedemos a realizar una actividad pueda sernos saludable o no, puesto que tiene tanto la capacidad de suscitar un bienestar. En mi caso, el resultado más crítico fue perder casi al completo mi deseo por deleitarme con los videojuegos, los libros, las series y cualquier entretenimiento que pudiese darme cobijo. Coger varias maletas, incluyendo en ellas esos hobbies y mucha esperanza, y construir una vida lejos de la que ya tenía ha sido un paso desgarrador. No es nada fácil destruir una estructura que apenas parece soportar las inclemencias, pero tampoco puedo decir ya que no lo recomiende. Distanciarme de una forma tan radical, después de haberlo meditado durante meses al sentirme incapaz de continuar una vida que ya no me aportaba felicidad, ha respaldado el impulso de no contentarme ni con quien soy ahora, ni con aquello que estaba recibiendo. Toca bregar con toda una serie de múltiples cuestiones que van desde la gestión de papeles y cimentar una convivencia, hasta las relaciones personales y mi estado mental. Pero es que, ante todo, hemos de valorar si el lugar en el que estamos es sano y es donde realmente queremos estar. Es imposible ser en toda plenitud si el entorno en el que intentamos medrar condiciona nuestra identidad, nuestras energías y nuestras emociones hasta el punto de desdibujarnos. 

De igual modo, ante la confluencia de mi vida profesional y mi vida personal, en tanto los videojuegos desembocan en ambas parcelas, sondeé la posibilidad de que esa condición hubiese repercutido en mi acercamiento hacia el medio. En consecuencia, a mi escritura y mi postura. Fue a través de la reflexión que me lanzó mi pareja durante el proceso de la mudanza, vinculada a las percepciones que podría haber perdido al no disponer de un espacio óptimo para jugar, que pude atisbar que era cierto. Ni mis opiniones, ni mis observaciones, ni mi forma de expresarme habían contado con la misma desligazón que cuando la incomodidad no estaba tan presente. De ahí que, pese a que en el presente me recupero, con lo que establezco otro tipo de nexo conmigo misma y mis afectos, no renuncio a lo que otros espacios me han aportado mientras estaba en ellos. Los videojuegos, como fieles compañeros al igual que los libros, las series, las películas, la escritura o el dibujo, han moldeado diversas etapas de mi existencia, de la misma forma que lo que me han cedido se ha visto interpelado por actitud y mi condición. Este ha sido otro periodo en mis 32 años que me está facilitando seguir comprendiéndome, enriqueciéndome y aprendiendo, como persona y como profesional.

Por esa razón, tras el primer impacto de aterrizar en otra ciudad para empezar a vivir, evaluar mi estado no ha sido el único paso a dar. Al entrar en un ambiente foráneo, he encontrado el momento idóneo para cuidarme y examinar mis supuestos «vicios» al jugar. Para mi asombro, he percibido ciertos cambios casi imperceptibles. Por ejemplo, parte de la ansiedad relacionada con cometer un fallo o no acabar un título al 100% ha desaparecido. De la misma manera, no me apetece jugar solo durante la noche o de madrugada, casi en la clandestinidad. En cambio, me gusta compartir ratos con mi pareja, cada une en una consola, sin que eso nos desconecte entre nosotres. El próximo paso es hacerlo juntes, en un mismo videojuego. De ahí que sea primordial arrojar luz sobre los puntos a trabajar, así como también hace falta darles la importancia que merecen y remediarlos siempre que nos dañen o dañen a quienes queremos. Compartir un pasatiempo puede ser algo vital para muchas personas, pero creo que es más importante aplicar en el entorno el respeto, el amor y el cuidado entre nosotres para que, sea cual sea la actividad que escojamos para nuestro tiempo libre, nos sintamos querides y alentades a ella en las paredes de la vivienda.

Dicho de otro modo, es probable que el hecho de que mi persona haya crecido, subsistido y sobrevivido en entornos físicos y emocionales determinados, ha llegado a moldearme en quien soy. Más allá de todo lo que implica en cuanto a los obstáculos contra los que batallo, en tanto mis pasos me han llevado a una terapia para poder afrontar, con todas las herramientas posibles, mi pasado, mi presente y mi futuro, aspiro a erigir una morada en la que poder cuidarme, cuidar y ser feliz. Como he comentado en anteriores columnas, eso también engloba ser jugadora, sobre todo cuando casi mil kilómetros, una mudanza y un divorcio después, coger un mando vuelve a ser placentero. Innegablemente, no siempre es posible ni adecuado dar el paso de romper con todo o empezar en otro espacio, pero sí animo a crear un rincón temporal o permanente propio, por pequeño que sea. Esto es así porque, aceptando que somos tanto nuestro acercamiento, derivado de infinidad de factores (espacio, tiempo, dinero, estado anímico, relaciones personales, etc.), como el que nos propone la obra, a su vez afectada por otros diversos agentes, ubicarse en y/o construir aquel lugar al que podamos llamar hogar, con todas sus connotaciones y sin ofuscarnos con las teorías, es reencontrarnos, amarnos y cuidarnos a todos los niveles, aun cuando eso precise de partir a una aventura, como hizo la bolita rosa en Kirby y la Tierra Olvidada.

Colaboradora

Apasionada de los videojuegos independientes y de la comunicación, no duda en hablar sobre videojuegos allá donde es bienvenida. La curiosidad me lleva a buscar respuestas en los lugares menos sospechados, así que siempre tengo preparadas algunas preguntas.

  1. El Jugador Medio

    Con el caso de Switch (y ahora con Steamdeck) siempre me ha resultado curioso el comentario «y así puedo jugar cómodamente, tirado en el sofá», cuando me imagino que en la mayoría de los casos es «y así puedo jugar aunque se esté usando la tv del comedor», porque con las consolas de sobremesa también se puede jugar tó comodón en el sofá, ¿no?. Claro que aquí ya entra el espacio y circunstancias de cada uno, claro, en mi caso jugar con una portátil dentro de mi casa no mejora en nada la «comodidad» al jugar, desde luego.

  2. AndresBaez

    Me leería lo que fuese que escribieses porque tus artículos se leen tan tan bien, pero es que encima lo que escribes es interesantísimo. Un abrazote.

  3. Censor

    Es impresionante el nivel de wokismo. Las muchachas que estudiaron una carrera universitaria sin salidas laborales pueden emplear su verborrea para fichar en un medio de videojueguitos subvencionado y soltar sus ridículas tesis nocivas neomarxistas y cobrar por ello.
    Jugar, más bien poco.

    1. NahuelViedma

      @censor
      Para acusar de verborrea sueltas demasiadas idioteces.

    2. Orlando Furioso

      @censor
      A duras penas puede llamarse «neomarxismo» lo que describes. La empanada que tiene la izquierda con Marx (por ejemplo, deducir diferencias de clases a partir de identidades) es análoga a la paranoia que tiene la derecha con él (todo lo que no sea liberal o patriota es marxista).

      Editado por última vez 5 mayo 2022 | 10:20
  4. DarkCoolEdge

    Creo que estas columnas están ya derivando demasiado hacia textos terapéuticos para su autora. Siempre lo han sido pero ahora dan la sensación de ser su verdadera razón de ser y el tratar temas relacionados con los juegos una necesidad de publicación.