Fuera de juego

Quién no soñó con ser un jugador de fútbol

despelote nos invita a reflexionar sobre la imparable potencia de un éxito deportivo para zarandear a todo un país y afectar a las generaciones venideras.

Dentro del amplísimo y profundísimo panorama de los videojuegos indies hay algunos juegos que consiguen hacerse populares en las condiciones más adversas para ello: muchos años entre su primera aparición y su publicación, sin una versión de prueba, un desarrollo que se alarga más de lo que las ganas de jugarlo nos permitía aguantar sin morder algo y sin ningún nombre propio en el equipo que justifique la atención; ¡incluso en muchos casos se trata de la ópera prima del estudio! Desde que sigo con más atención y cercanía el sector he podido disfrutar de este fenómeno —uno que termina por completarse cuando jugamos al juego y, por suerte, es incluso mejor de lo que esperábamos, ¡éxito!— en un par de ocasiones: me ocurrió con Venba, un juego que irrumpió en mi vida con el mismo festival de sabores que mi primer Palak Paneer, hace un par de años; me ha vuelto a suceder este 2025, esta vez con despelote.

El juego de Julián Cordero fue durante años un eterno integrante de las listas de más deseados, en la redacción de Anait todos teníamos muchas ganas de jugarlo y cuando se anunció en un evento de Panic que el desarrollo se tenía que alargar algo más para realizar más grabaciones —como la que permitió añadir las voces de unos niños en el colegio— la noticia se recibió de buen agrado; que tarde lo que tenga que tardar. Finalmente, en mayo de este año, pudimos jugar a despelote y… ¡menudo viaje! Es uno de los mejores juegos de 2025 y de esas obras culturales con el potencial de activar y reactivar muchos mecanismos mentales de quienes lo jueguen.

Un par de semanas después de su lanzamiento se celebró la segunda edición de Guadalindie, un evento que tuvo la demo de despelote en uno de sus stands el año anterior, y en el Podcast Reload que grabamos allí despelote fue el juego principal. Lo curioso fue que, antes de grabar el episodio, no dejamos de escuchar a distintos profesionales del sector —sobre todo en las conversaciones que tuvimos con algunos de los ponentes, como Gareth Damian Martin, quien ya había expresado en redes lo mucho que había disfrutado de juegos como despelote o Many Nights a Whisper— hablar de este juego en el que pateamos un balón por las calles de Quito en 2001.

despelote es mucho más que un juego de fútbol, pese a que nos pasemos unas pocas horas dándole puntapiés a una pelota —de ahí el acertado término acuñado por Víctor Martínez de First Person Chúter en su ponencia en la tercera Setmana del Videojoc—, cuando no hay un balón de por medio nuestro protagonista quizá opte por echar una partida a un videojuego de, en efecto, fútbol y todo lo que narra el juego de Panic está vehiculado por cómo vivió Ecuador la fase de clasificación al Mundial de Corea y Japón de 2002 la selección masculina de fútbol de su país. Mucho balompié, pero todo uso del deporte rey tiene un sentido, una finalidad; despelote tiene más de reflejo de cómo llevó una sociedad una crisis económica brutal o de reflejo de la infancia de un muchacho en ese contexto concreto que de juego de fútbol.

Son precisamente esos temas tangentes al fútbol los que toca abordar, porque, además de los ya mencionados, despelote nos invita a reflexionar sobre la imparable potencia de un éxito deportivo para zarandear a todo un país y afectar a las generaciones venideras; pone de relieve que en un mundo globalizado y saturado de historias, aquellas que partes de una idea original, de un sentimiento genuino y no de una hoja de cálculo, los juegos que ponen el foco en lo local, en definitiva, logran apelar a un público más universal que aquellos que se afanan por perseguir una moda que caduca antes siquiera de que quieran sumarse a ella; despelote también es en sí mismo una pieza documental de inestimable valor y qué refrescante resulta disfrutar de un juego desarrollado fuera del Norte global y que su ejercicio memorístico esté alejado de todo conflicto bélico.

Hechas las presentaciones, que comience el partido. Para hablar de despelote nada mejor que viajar por distintos puntos de América, vayamos de la mano a Brasil, Argentina, Santa Lucía, Ecuador —cómo no—, República Dominicana y Puerto Rico. Sí, PR, porque la primera parada cuenta con Bad Bunny como acompañamiento musical.

Primera parte: La universalidad de lo local

El pasado 4 de julio Bad Bunny publicó el videoclip de su tema NUEVAYoL, uno de los grandes éxitos de su último álbum: DeBÍ TiRAR MáS FOToS. La fecha no es baladí, ya que es la fiesta nacional por antonomasia en Estados Unidos. El vídeo muestra a la comunidad boricua en Nueva York en distintas épocas y por si esta celebración de una parte de la identidad estadounidense no fuera lo suficientemente clara, Bad Bunny hace que el mensaje sea prístino al añadir un mensaje de radio de Trump poniendo en valor a la población latina, su relevancia para la nación y, ya de paso, subrayando que América no es solo un país. Auténtica ficción… por desgracia.

Habrá quien piense que no hay necesidad de politizarlo todo, algo que siempre es más sencillo pensar desde la comodidad del privilegio, pero qué bien hace Bad Bunny en aprovechar sus creaciones para contar lo que le apetezca, para criticar lo que atenta contra los suyos y para celebrar la cultura puertorriqueña. En ese tema el foco está puesto en la población boricua de Nueva York, pero, por ejemplo, el corto que publicó junto al disco se centra en evidenciar el problema al que se enfrenta su isla natal debido a la incesante gentrificación. Por suerte, al hablar de algo que nos apela directamente, resulta más sencillo generar relatos con los que tu público pueda conectar.

Que este tipo de mensajes —tan hacia el interior, hacia las raíces, hacia la base, hacia lo concreto— estén presentes en último disco de Bad Bunny no debería sorprendernos, ya que solo hace falta ver su portada para entenderlo todo. De la misma forma que en España si vemos un grupo de asientos a la puerta de una casa de pueblo, haciendo el mejor uso posible de parte de la calzada, de forma automática conectaremos con la típica estampa de unas señoras tomando la fresca durante un atardecer estival. Ocurre lo mismo con las sillas de plástico del disco de Bad Bunny, un elemento fácilmente reconocible por millones de americanos que cambian la calle de un pueblo español en verano por el jardín trasero con los vecinos y familia como parte de su imaginario compartido. Algo tan sencillo como una silla en un patio se convierte en un estímulo tan universal que todo un continente se emocione al verse de nuevo con sus seres queridos compartiendo unas frías.

¿Puede que muchos de quienes empezábamos a desconectarnos de Bad Bunny hayamos reconectado con su música ahora que ha dirigido su mirada hacia Puerto Rico y no hacia el mundo? Quién sabe, lo que está claro es que hablar de tus cosas no es un impedimento para que quienes las desconocen se sientan apelados. despelote está repleto de elementos puramente ecuatorianos que se nos escapaban —a nosotros como hispanohablantes, pero seguro que a quienes lo jueguen sin entender las voces se pierden más matices aún— y pese a ello es un juego capaz de conectar profundamente con quien lo juega, sea de donde sea. Ni siquiera es necesario haber crecido dando patadas a un balón para vivir en primera persona la infancia de su protagonista, el sufrimiento del país y la enfervorecida pasión ligada al éxito deportivo de su selección como principal y único flotador al que aferrarse.

Hay una voz en mi cabeza que me acusa de hacer trampas, de jugar con ventaja al haber pasado muchas horas de mi infancia precisamente dándole patadas a un balón y, por tanto, dotar a la experiencia de despelote de una universalidad que quizá no es tal, pero esa voz se equivoca, porque ningún juego ha logrado que me interese tanto por todo lo que hace y tiene que decir mi hermana pequeña como despelote… y soy hijo único. Al sazonar el juego con especias que conoce de primera mano, Julián Cordero consigue que cada parte de la historia esté repleta de sabor, no hay bocado que sepa soso.

En un presente tan duro de la industria, en el que no dejamos de ver juegos fallidos, proyectos que llegan demasiado tarde, obras efímeras que se consumen antes siquiera de poder existir en nuestras cabezas, resultados de ideas propuestas con el objetivo de subirse a un tren en marcha al que, aunque el cine nos haya hecho creer lo contrario, es muy difícil subirse. Resulta descorazonador ver clones y más clones de juegos exitosos que lo siguen intentando, por si suena la flauta, sin mayor plan que asemejarse al original lo más posible. Creaciones carentes de creatividad. Se nota cuando un juego tiene algo que contar y parece que de un tiempo a esta parte cada vez recibimos de mejor agrado aquellas historias concretas, pequeñas y específicas que, gracias a esta perspectiva, logran convertirse en un viaje capaz de apelarnos a todos.

Segunda parte: Memoria pacífica

e en su infancia no pudo vivir como le hubiera gustado. Es bastante más sencillo de lo que parece: el protagonista tiene ocho años, por lo que es plenamente consciente del fervor de Ecuador ante las gestas de su selección masculina de fútbol, mientras que el Julián real, nacido en 1997, solo tenía cuatro años cuando sucedió todo lo que relata el juego; por lo que sus vivencias de la época se han visto modificadas por lo que le contaran sus padres tiempo después y sus recuerdos reales se parecerán más a lo que vive su hermana dentro del juego. 

Entre pachanga y pachanga en el parque, despelote nos permite conocer cuál era la situación de Ecuador a principios de siglo, cómo hasta las familias bien establecidas se enfrentaban a los problemas económicos del país, cómo el fútbol se convirtió en el circo más entretenido a falta de pan —en este caso igual encaja mejor hablar de cevichochos que de hogazas de pan—. Antes mencionaba cierto retraso en la producción del juego debido a la necesidad de grabar más voces para el juego, algo que en principio podría parecer accesorio, pero nada más lejos de la realidad: las conversaciones que podemos escuchar o ignorar en función de nuestro interés en los distintos niveles del juego están cargadas de verdad, lo que las hace realmente interesantes.

Contar con las pistas de audio le da un toque especial, tanto por poder escuchar a la gente hablar de costumbres, recetas o la geografía local como por ser uno de los trabajos de doblaje más cercanos a una conversación real dentro del videojuego. Ese toque de cotidianidad contribuye a la capacidad de atracción de cada conversación, de la que solo querrás alejarte para ver qué comenta esa otra persona situada un poco más allá. Esta base sonora tiene como broche una ruptura de la cuarta pared que seguramente sea el momento más divisivo de despelote. Sin hacer muchos spoilers, esta parte del juego cerca del final nos traslada como ninguna otra a las calles de Quito mediante un testimonio que ya ha quedado grabado a fuego en piedra digital.

No deja de ser curioso que de todo despelote la parte que cuenta con gráficos más realistas sea la que ofrece una versión más distorsionada del espacio. Curioso porque esta distorsión encaja perfectamente con la que afecta a nuestros recuerdos y puede chocar frontalmente con lo que uno espera encontrar al acercarse a un documental al uso. Pero es que despelote no es un documental, es la historia que a su autor le hubiera gustado poder vivir y como reflejo de la construcción de un recuerdo, con su evidente base en la realidad, funciona a la perfección. 

Lo más habitual cuando hablamos de memoria —no la memoria de forma literal como el tema central de Inner Ashes— solemos pensar en juegos bélicos, ya que es un marco en el que encaja de lujo un juego con esa temática. Es un contexto en el que en los últimos años han florecido juegos como Valiant Hearts: Coming Home o, si ponemos la lupa sobre el desarrollo patrio, proyectos como Letters of longing, presente en la última edición de Guadalindie con su demo, o 13 Rosas; porque parece que ahora sí se están haciendo juegos sobre la Guerra Civil.  Memoria histórica al margen, despelote parece haber alcanzado cotas más altas tras recorrer senderos similares a los que hace no tanto ya anduvieron juegos sobre un momento concreto de la infancia como Dordogne, un camino alejado de sucesos violentos varios.

Prórroga: El zarandeo que produce la inspiración

Antes de que termine el partido quisiera detenerme en el momento que más me sacudió durante despelote. Es lógico pensar en el efecto del fútbol en Ecuador durante esa época, por algo cada partido —su previa, su resultado, los cambios de seleccionador, todo— paralizaba el país y era capaz de convertirse en el principal interés informativo, por cruda que estuviera la situación económica ecuatoriana. Este deporte tiene esta capacidad, la tuvo hace un cuarto de siglo y la sigue teniendo, pero antes de hablar del fútbol hablemos de la marcha, hablemos de Jefferson Pérez.

La narración de Julián expone que cuando este marchista consiguió la primera medalla olímpica para Ecuador en los JJOO de Atlanta en 1996 revolucionó el país, ya que una gesta de esta dimensión propició que muchísimas personas comenzaran a practicar este deporte. Así de diferencial puede resultar un éxito deportivo para un país, sobre todo si se trata de uno poco habituado a obtener metales en estos eventos internacionales. Solo hay que ver cómo celebró Santa Lucía en los últimos Juegos Olímpicos la medalla de oro de Julien Alfred en los 100 metros lisos, la primera medalla para este diminuto país caribeño. Sin alejarnos mucho espaciotemporalmente, no debería sorprendernos que Marileidy Paulino consiguiera un oro muy poco habitual para República Dominicana en París, teniendo en cuenta que creció con Félix Sánchez, medalla de oro en 400 metros vallas en Atenas y Londres, como ejemplo y héroe nacional.

No hace falta irnos muy lejos para comprobar lo útil que es tener ídolos deportivos para que las nuevas generaciones se interesen por una disciplina en concreto. En España lo hemos vivido con el boom de 2006 y el «BA-LON-CES-TO» tras el Mundial de Japón, el impacto de Carolina Marín y las personas federadas en bádminton en España o lo que seguirá creciendo el fútbol femenino tras una generación liderada por Alexia Putellas y Aitana Bonmatí. Muchos niños juegan al fútbol, pero muchos lo hacen performando que son este o aquel jugador; de un tiempo a esta parte, por suerte, también esta o aquella jugadora.

La mención a deportes minoritarios en relación a otros países americanos era pertinente a raíz de la historia de despelote, pero es innegable que el efecto del fútbol es mucho mayor, en todos los sentidos. La relevancia a nivel sociocultural de este deporte es casi inabarcable, de ahí que Ecuador se paralizara ante la posibilidad de clasificarse para un Mundial, no ya ganarlo ni hacerlo bien en dicho torneo, ¡llegar a participar en él! Fue un evento tan fundacional para el país que el autor de despelote aprovecha su poder como creador de esta realidad virtual para que su versión ficticia pudiera disfrutarlo en condiciones. Aunque el alcance de estos sucesos es tal que excede la presencialidad dejando paso al valor de un recuerdo convertido en mito.

Este fenómeno, de nuevo, podemos observarlo tanto en Ecuador como en España —por centrar la mirada y que esta prórroga no llegue a la tanda de penaltis—. Una buena amiga que trabaja como docente me comentó, sorprendida, que los adolescentes actuales hablan del Mundial que ganó España en 2010 con una pasión exacerbada, algo llamativo teniendo en cuenta que muchos no habían nacido y los que ya estaban en este mundo desde luego no pudieron vivirlo. Quizá esa sea la clave para que el recuerdo compartido por el imaginario colectivo haya crecido en ellos con unos tintes épicos capaces de elevar ese hito a la categoría de gesta.

Quizá peco de romántico, pero me niego a considerar una mera casualidad que el primer futbolista ecuatoriano en ganar una Champions League, Willian Pacho, lo haga el mismo mes en el que se publica despelote y, aún más curioso, naciera precisamente en 2001, el año en el que transcurre el juego de Julián Cordero. Pacho no vivió ese delirio colectivo que movilizó Ecuador, pero sin duda creció en un caldo de cultivo sazonado por la pasión futbolística en su máximo esplendor. No sorprende, por tanto, que la mejor generación que ha visto el fútbol ecuatoriano sea la actual, una respuesta cuarto de siglo después a lo que relata despelote.

Puede que se trate de una debilidad personal, pero si la mención a cómo muchos ecuatorianos empezaron a practicar marcha tras la medalla de Jefferson Pérez me emocionó fue porque valoro especialmente ese factor inspiracional del deporte. Su efecto en la sociedad puede ser diferencial —que se lo digan a Brasil o a Argentina—, al igual que sirve como reflejo de la realidad de un país —aquí todavía estamos lejos de asumir que ser español hace tiempo que está ligado a un único color de piel, ¡cómo no mirar con cierta envidia a nuestros vecinos del norte!

Cualquiera diría que a la vista de estos temas estoy buscando politizar un juego que solo va de darle patadas a un balón, pero quiero creer que Julián Cordero, Sebastián Valbuena y el resto de personas que han hecho posible despelote estarían conformes con ello; si decides incluir una escena con una manifestación en la que se vocifera «el pueblo unido jamás será vencido» creo que algo de política sí quieres meter en tu obra.

[+3 puntos]


La misma inspiración que genera un hito deportivo la generan ciertos juegos, capaces de motivar a los desarrolladores que años después dirán en una entrevista cómo aquel videojuego les cambió la vida, les hizo dedicarse a esto o motivó que hicieron un juego de tal forma. Habrá que ver, dentro de unos años, cuál es la influencia de despelote en este sentido. Por ahora podemos comprobar que ya ha logrado penetrar en multitud de conversaciones de un evento tan indie, diverso e internacional como Guadalindie, que estuvo presente también en la Setmana del Videojoc —en unos meses podremos ver la charla de Víctor—, ha propiciado análisis tan interesantes como este de Luis Aguasvivas en Gamers with Glasses o sesiones de clubes de lectura como la última que tuvieron en Foco Ludens. Cuando una obra cultural suscita tanta conversación es porque algo tiene, quizá no esté presente en las galas de premios de final de año, pero recordaremos 2025 por juegos como despelote.

Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la universidad de lo de Cifuentes, Juan es una de las voces de NAT Moderada y ha colaborado en medios como BreakFast, Desayuno Continental y Cocinando Fandoms. Observador nato, le encantan los gatos y si algún día ves que te mira intensamente es porque quiere grabar un podcast contigo.