Píxeles y palabras

Predilecciones dilatadas

Deborah López firma un alegato a favor de dejar atrás nuestros prejuicios para sumergirnos en todo tipo de títulos.

Todavía resuena en mi cabeza Go-Getters Club Theme, el tema principal del videojuego World’s End Club, como si fuese la banda sonora de mis aventuras y desventuras veraniegas. No paro de tararearla mentalmente y de sonreír al hacerlo, porque es un videojuego que me ha aportado tanto, que ya está en mi lista de mejores títulos de 2021. Seguro que a otres jugadores les es indiferente, no saben de su existencia o incluso lo tachan de pueril, pero para mí la obra de IzanagiGames es de las que más me han alegrado los últimos días sin ser de los videojuegos que hubiese escogido en primer lugar años atrás. Resumiéndolo un poco, es de esos videojuegos a los que te acercas con dudas y que los que empiezas con pocas esperanzas, esperando cansarte a media partida, pero que resulta que no paras de jugarlos hasta que los acabas, llenándote por encima de lanzamientos que sí creías necesitar desde que los viste. Pero si ahora soy capaz de dar un voto de confianza a títulos como World’s End Club, es porque decidí salir de mi zona de confort en cuanto a géneros, mecánicas, historias y ritmos respecto a lo que normalmente añadía a mi colección. Hacerlo me ha devuelto la ilusión de seguir buceando en el medio.

Si bien desde hace unos 4 años tiendo a probar muchas experiencias lúdicas distintas, y es que mi amor por los juegos independientes no tiene fronteras, es cierto que en los últimos tiempos me había percatado de que, en el fondo, todos los títulos que seleccionaba tenían puntos en común. Unos más evidentes que otros, debo añadir. Algunos de esos elementos compartidos los tenía tan poco asimilados, porque apenas me había parado a pensar en mis gustos, que tuve que hacer listas mentales para saber quién era en realidad como jugadora. Ahora sé, para empezar, que mi perdición es la categoría de los wholesome games. Cuando hay directos específicos o relacionados con este género, no dudo en añadir casi todo lo que aparece en la pantalla a mis listas de deseos. Descarto algunos (pocos en realidad), pero sé que parte de mis horas anuales como jugadora van a estar invertidas en ellos. De igual forma, los títulos cuquis, es decir, los que tienen una estética a mi parecer adorable, sean monstruos, galletas o seres amorfos (así de amplio es mi gusto), ganan puntos de atención. En mis pendientes indispensables también hay narraciones dramáticas y oscuras, juegos con mensajes reivindicativos, mecánicas innovadoras y algunos géneros específicos (plataformas, rol, aventura gráfica, gestión y acción-aventura).

Después de décadas jugando y unos pocos años compartiendo plenamente opiniones y recomendaciones con personas que he conocido a través del medio, por suerte mis intereses se han ampliado. Ya sea leyendo o escuchando a compañeres sobre un título u otro, por haberme reeducado para identificar y evitar caer en el sexismo que señala a qué podemos o no jugar según normas primitivas, o por compartir charlas con amigues que juegan a obras alejadas de las mías, en los últimos años he decidido lanzarme a probar nuevas experiencias. Así fue como acabé unos años atrás jugando, entre otros, a novelas visuales y a simuladores de citas. Antes de experimentarlos en primera persona estaba segura de que no eran obras que pudiesen cuajar en mí ni que fuesen a proporcionarme algo interesante. Para mi vergüenza, hasta pensaba que eran videojuegos de segunda, aunque en mi interior quisiera saber cómo eran y tocarlos en algún momento. No obstante, una vez empecé a tantear, progresar y terminar títulos fundamentales de esos géneros, me di cuenta de lo equivocada que estaba. No quería ser una persona que repudiase, por ejemplo, un otome. Tampoco quería tener un carnet de gamer que me presionase para jugar a lo que estaba de moda. Esos mensajes seguían a mi alrededor, pero ya no quería hacerles caso.

Así que hace unos años me quité cualquier prejuicio que pudiese haber asimilado y reproducido y probé todo lo que me apetecía, por mínimo que fuese ese deseo. Esta liberación incluso me devolvió la ilusión por jugar, ya que, sin que hubiese identificado del todo el por qué, hasta entonces había sentido una cierta monotonía al coger un mando, como si las diferencias entre los videojuegos que escogía no fuesen suficientes para construir variaciones, acercándome cada vez más a una uniformidad sólida que me ahogaba. En relación a esto, había madurado como persona y profesional, lo cual poco o nada encajaba con el cierto espíritu conservador que aún deambulaba en mis plataformas. Por tanto, al margen de mi tedio, necesitaba ir más allá, romper con las limitaciones y armonizar mi parte jugadora con mi naturaleza más bien flexible. Esto me llevó desde juegos triple A de moda hasta títulos experimentales. La diversidad de obras que desde entonces ha aparecido en mis bibliotecas físicas y digitales me ha facilitado joyas con las que he conectado inmediatamente, entablando un rico diálogo. Al mismo tiempo, ha conseguido que mis pensamientos sean menos rígidos, tanto conmigo misma, como a la hora de acercarme a todo tipo de videojuegos. También he fortalecido la relación con personas que ya conocía, o he empezado nuevos vínculos mediante una simpática charla sobre un título u otro. 

En suma, la heterogeneidad solo me ha dado beneficios en todos los aspectos de mi vida. Incluida, por supuesto, mi pasión por los videojuegos. De esa manera llegué a World’s End Club, un título que a priori se hubiese alejado de mi espectro o perfil de obra tiempo atrás. Es surrealista y sencillo, tiene un estilo artístico muy característico, está protagonizado por niñes, lo cual no es tan común en el medio, e implica valores como la amistad. Al haberme quitado de encima todos los prejuicios asociados a lo que debemos jugar o lo que vale la pena tener nuestro interés, a haber eliminado de mi cabeza todo rastro de una escala de mejores o peores juegos en función de su género o protagoniste, he roto mis limitaciones. Y ha sido muy gratificante y beneficioso. Por eso, el siguiente título que jugaré es Doki Doki Literature Club Plus! En ambos casos, las obras tienen un elemento atractivo que me ha empujado a añadirlos a mis pendientes aunque el resto de sus peculiaridades no casen del todo con lo que habitualmente elegiría. En World’s End Club, fue la premisa de un grupo de niños viajando por un Japón plagado de monstruos y enigmas, mientras que en Doki Doki Literature Club Plus! ha sido el terror enmascarado por colores pastel. 

Distinguir esa característica fascinante en cada uno de ellos me empujó a apostar por comprarlos aun cuando vacilaba en hacerlo. Jugarlos, a su vez, ha sido un punto de inflexión en mí. Pero llegar a esa determinación solo ha sido posible con un trabajo previo, gracias al que actualmente tengo pocas reticencias a probar obras distintas a las que antes prevalecían en mis bibliotecas, ahora encabezadas por itch.io. Obviamente, no estamos obligades a ello. Menos aún a que todo lo que juguemos tenga que ser siempre distinto a nuestros gustos principales. No obstante, es bueno saber que, de hacerlo, de meditar y querer tomar esa decisión, podemos encontrar cosas diferentes que renueven nuestros interés, generen sensaciones positivas y nos ayuden a conocernos o definir mejor quiénes somos, así como a ganar conocimiento, ser más creatives y flexibles y conectar con otras personas que tengan afinidades similares. En conclusión, pueden favorecer que seamos más felices y salgamos de la rutina. No me parece un mal plan, entonces. Además, a fin de cuentas, ¿quién dicta a qué tenemos que jugar? ¿Y quién los gustos que debemos tener? Solo nosotres. 

Colaboradora

Apasionada de los videojuegos independientes y de la comunicación, no duda en hablar sobre videojuegos allá donde es bienvenida. La curiosidad me lleva a buscar respuestas en los lugares menos sospechados, así que siempre tengo preparadas algunas preguntas.

  1. landman

    Me tragué un gameplay entero del World Ends Club, o tal vez de la intro solo, cuando descubrí que era exclusivo de iOS. Ahora si eso esperaré a que salga en Steam xD

    Editado por última vez 15 julio 2021 | 14:43
  2. lukiat

    Tuve esa sensación de monotonía, y es un asco. Pero era porque también no salía de mi zona de confort. Pude romper ese loop cuando, directo de Anait mediante, me decidí a ver qué tal el Stardew Valley. A partir de que me enamoré de ese juego, pude conocer un montón de títulos que hasta el día de hoy vuelvo a jugar de vez en cuando. Estos artículos son mis favoritos de la web, sigan así!

  3. Shalashaska

    Yo de vez en cuando pruebo algún juego de un género que no me gusta para ver si me he curado, y mi última intentona fue con los metroidvanias y Hollow Knight. No funcionó, pese a que me parece un juego muy bueno y con un arte precioso, es un género que no me motiva a seguir jugando.

    El siguiente género que quiero volver a probar es el de las visual novels. He jugado a algunas y me han gustado bastante (13 Sentinels o Doki Doki Literature Club, que me vengan a la cabeza), pero también he jugado a otras que no me han convencido para nada, entre ellas el primer Ace Attorney hace unos cuantos años en DS. No sé, le voy a dar una oportunidad a alguna VN en algún momento, quizás las de Suda o Steins Gate, que me gustó mucho el anime en su día.

  4. Koldo Gutiérrez

    Recuerdo que hace unos veinte años, cuando se lanzó la PS2, uno de sus primeros juegos fuera una rareza de Sony titulada Fantavision que consistía en explotar fuegos artificiales. Un amigo que compró la consola de lanzamiento y yo nos mofábamos de ese juego, porque nos parecía una tontería ridícula. «¿A quién le va a interesar eso?», decíamos entre risotadas.

    Ahora soy yo quien se pirra por probar ese tipo de juegos diferentes, que tratan de aportar algo nuevo o ligeramente original, así que muy de acuerdo con el artículo. Y apunto ese World’s End Club, que no conocía.