Recibí mi copia de análisis de Gran Turismo 5 en noviembre de 2010. Es un disco de review etiquetado sin ceremonias, metido en una carcasa de CD traslúcida que recuerda a las mejores colecciones Princo e Intenso de mi niñez —el formato más auténtico en el que jugar a un Gran Turismo, inseparable en mi memoria del pirateo temprano de PlayStation. No sé quién me la envió, o ante qué miembro de Anait en concreto prometí escribir el análisis.

No lo hice.

Si no me equivoco, nunca volví a colaborar con la web. Bien: que no se diga que no pago tarde y mal mis deudas.


GRAN TURISMO

Foto de la cabecera: Alex Webb, Max with rainbow, c.1996.

Cuando enciendo mi PS3 y escucho agradecido el chirrido sordo de los ventiladores, lo primero que pienso es que huele a quemado y que algo no va bien. Luego caigo en que se trata del peculiar olor tostado de los aparatos electrónicos que llevan un montón sin encenderse, los que se ven abandonados unos cuatro años en la balda superior de una estantería del trastero. Cuando la cogí, su plástico tintado y brillante era mitad intuición y mitad recuerdo, envuelto en polvo opaco, en caspa de pintura de pared y en minúsculas fibras temblorosas. En un acto reflejo que me es imposible reprimir ante cualquier superficie sucia dibujé mi inicial con el dedo, y después, poseído ya por mi sentido del drama, soplé la zona central descubriendo el logo de Playstation, como haría Indiana Jones tras encontrar alguna antigua Biblia prohibida titulada con la tipografía de Spider-Man. El olor acre de los electrodomésticos viejos —pienso mientras estornudo y lloro por mi alergia—, puede ser el de plásticos y pegamentos deteriorados por los años, pero también el de ese polvo calentándose y tostándose sobre los chips, los copos microscópicos retorciéndose y revoloteando en el interior del chasis. Y si el polvo doméstico es en parte escamas olvidadas de nuestra piel, ¿acaso no estarán ahí crepitando, no estaré respirando yo, cuatro, cinco, ocho años de mí?

Recuerdo pocas cosas concretas de GT5 más allá de mis dificultades para escribir sobre él: apenas la sensación de algo desaprovechado, la frustración injusta pero real de algo que pudo haber trascendido, como las entregas anteriores, pero se disolvió justo a las puertas. Dejó en mí una impresión irregular, embarullada; la clase de experiencia agridulce en la que me cansa sumergirme en momentos más bajos —y que de hecho me agotó hace ocho años, en una etapa confusa e imposible de articular— pero que ahora, ahora mismo, hoy, me intriga más que la redondez y el pulimento inasible de la mayoría de los juegos que tengo pendientes. Últimamente me descubro retomando libros y discos que me hicieron cisco en el pasado, queriendo volver a juegos arcaicos, complejos, inacabados o problemáticos. Desde la fuerza, como un niño que, tras superar su aprensión, aprende a tirarse de cabeza al agua y te exige a chillidos que lo mires repetirlo una y otra vez, lo que antes desarmaba ahora fascina.

Lo primero que había olvidado de GT5 es lo áspera que resulta su presentación. No se trata de una cuestión actual, ni de que su diseño se haya visto sobrepasado por nuevas sensibilidades, porque una vez se reproduce el vídeo de presentación siento exactamente la misma perplejidad curiosa que ahora recuerdo sentir hace ocho años, en el mismo sillón ante la misma tele, sorprendido por su total ingenuidad y carencia de sentido del espectáculo. Hay algo decepcionante pero a la vez muy entrañable en sus convicciones estéticas, las de un juego que arranca con un vídeo que, en justicia, podría reproducirse en VHS en algún curso de seguridad laboral de conductor de carretillas. En realidad, y siendo coherente con su concepción de la cultura del automóvil —lejana, por ejemplo, de la vistosidad un poco más frívola de Forza—, GT5 está diseñado por y para la clase de persona que se compra merchandising de la marca de su coche y cubre sus asientos impolutos con fundas. Muestra durante doscientas horas el mismo gesto adusto, la misma música escogida con mimo para no inducir o sentir nada ni por accidente, la misma factura perfectamente precisa pero plana, calibrada por primera vez en la saga mediante escáneres láser, con el patrón rayado y desabrido de la fibra de carbono.

A medida que me reencuentro con él empiezo a sentir de forma más clara que en muchos aspectos GT5 pertenece más al pasado de lo que debería. Los ocho años que han transcurrido desde su lanzamiento me empiezan a parecer ahora elásticos e incoherentes, y durante todo mi tiempo con él contengo, simultáneas, dos sensaciones contradictorias: que ha pasado mucho desde que salió el juego y, a la vez, que no hace tanto de la última vez que escribí para Anait. Si sabemos que el tiempo es relativo, y su paso distinto para dos observadores moviéndose a diferente velocidad, esta es mi hipótesis: el tiempo puede ser relativo también para partes de uno mismo que se han alejado a velocidades distintas; la memoria, mi memoria al menos, tiene la costumbre injusta de hundir aún más en el pasado lo que no revive de forma habitual.

Los años, en cualquier caso, también liberan al videojuego de su cárcel privada de la tecnología. En las carreras GT5 se ve muy bien para su edad, supongo, y no es difícil imaginar que en 2010 su obsesiva atención al detalle resultara impresionante. La sensación se ha perdido, pero a cambio disfruta del perdón que otorga el tiempo —o quizá más bien de la condescendencia insensible que a veces, sin pretenderlo, dedicamos a los ancianos— a sus pequeñas carencias de expresividad, a su falta de carisma, a su catálogo poblado de coches con modelados de la cuarta entrega.

He decidido conectar la consola a internet y actualizarla, pero no hacer lo mismo con el juego. Aunque sé que tuvo revisiones constantes tras su publicación, añadir ese contenido sería jugar al GT5 de 2011 o 2012, el que maquilló malas ideas propias (¿quizá ese infumable modo B-Spec?) o robó buenas ideas de otros, cuando lo que yo busco es la inmersión en un punto concreto —y complejo, e imperfecto— del pasado. Me inquieta bastante la noción de lo perpetuamente actualizado, los juegos como servicio y su plan último de hacer el videojuego maleable en su totalidad y en constante mutación, su obsesión por aferrarse a la tendencia y la cintura del jugador —pero en el fondo, y de manera más obvia que en ningún otro modelo, consumidor— en vez de aceptar su caducidad.

Si antes cada obra era un producto de su tiempo y sus correspondientes sensibilidades, ahora el paisaje se tupe de videojuegos sin perfilar, enormes y difusos como cirrostratos. Temo que la consecuencia inevitable de perseguir el espíritu de los nuevos tiempos sea no pertenecer a ninguno. Que el producto AAA —que a pesar de su inevitable cobardía siempre ha sido, por inclusión u omisión, testimonio de su época— se desancle definitivamente de ella. Cuando la distancia entre un juego y el presente se mantiene constante se evitan el abandono y el olvido, pero puede que también la vuelta a él, el reencuentro cuando nosotros cambiamos y ansiamos revisitar el pasado, o buscamos algo que nunca hemos tenido, cuando nuestras necesidades intersecan por fin con sus virtudes. Si Tropical Freeze o Planescape hubieran imitado fenómenos más exitosos tras unas ventas decepcionantes, no solo no habrían tenido su reivindicación posterior —comercial o cultural—, sino que esa encarnación inicial más valiosa, alabada años después por la convicción de su visión creativa, habría desaparecido entre sus rediseños. Fortnite ha bebido de los dos milagros económicos más recientes, Minecraft y PUBG, pero en realidad, tras haberse tragado al segundo, la influencia del primero es ahora recesiva. La enorme mayoría de sus jugadores no ha vivido su origen, y por tanto no recuerda nada de él como experiencia cooperativa de construcción y supervivencia, porque no existe un Fortnite discreto sino una secuencia continua de Fortnites en incrementos infinitesimales, no tanto un juego como un flujo de contenido moldeado por presiones de mercado. Su diseño no cree en nada, y por ello no le cuesta nada decir lo que tú quieres escuchar.

Gran turismo

Foto: Saul Leiter, Red Umbrella, c.1955.

Si mirar al pasado de un juego-como-servicio resulta complicado porque en él se entrelazan y se difuminan todas sus etapas, más difícil es, por el mismo motivo, observarse a uno hace ocho años, el objetivo secreto y culpable de esta especie de retroanálisis. La sinestesia ayuda, y de la misma forma que un perfume familiar entre una multitud derrama en tu cabeza recuerdos vivísimos de ciertas ilusiones y ciertas pieles, volver a GT5 me devuelve también otras memorias mucho menos coloridas pero valiosas. Vistazos incompletos a quién era, piezas a ensamblar con otras, como el testimonio vergonzante de mi presencia online1 aquí en esta misma web, de nuestro pasado, espontáneo e imprudente y, a la vez, tallado en mármol.

1. Y la tuya, ojito.

Lo intento con buena fe, pero es un ejercicio complicado porque en realidad nunca he sido capaz de tolerar la mirada a mi pasado. Nunca he podido ver fotos de mi adolescencia sin sentir una aversión insuperable, o releer nada de lo que he escrito, o directamente rememorar con nostalgia ciertas cosas compartidas con amigos y parejas. Así que no sé qué pretendía intentando negar que mi inclinación irrefrenable es la de intentar abandonar versiones de mí como pieles de reptil, a pesar de seguir siendo, mucho más de lo que me gustaría, la misma persona a la que no le salía nada interesante sobre Gran Turismo cuando tuvo que escribir sobre Gran Turismo.

No se puede volver atrás en el tiempo interno de GT5 para deshacer errores. Mis últimos semi-simuladores de carreras, Forza y los F1 de Codemasters, me consienten estas cosas, me dan un par de oportunidades de meter la pata y rebobinar de forma literal los últimos segundos. Es una mecánica cómoda y demasiado conveniente a la que me he malacostumbrado y no sé renunciar, y agradezco volver a un juego que no la ofrece y por ello hace contar cada curva y castiga indiferente cada fallo, por mucho que me excuse culpando a internet del déficit de atención que hace ocho años no padecía.

Volver atrás siempre me ha parecido tramposo. Reiniciar una partida es exactamente la misma clase de mentira, puede que una peor en realidad; una conspiración en la que fingimos ignorar que la tensión real no puede existir bajo un diseño que te permite reempezar la fase o la carrera a voluntad. Y sin embargo, cuando esa vuelta al pasado se explicita con la pulsación de un botón, y se vuelve diegética y coherente, se rompe ese acuerdo mutuo, perfectamente violable y a la vez real, de actuar como si los fallos tuvieran consecuencias. Más allá de eso: tampoco funciona para corregir errores. Volver atrás —en oposición a reiniciar, a resetear— tapa un error sin hacerlo no existir, deja tras de sí una marca de imperfección, igual que las mitades duras de algunas gomas de borrar dejan el papel en carne viva bajo lo que hemos reescrito con pulcritud, como el cadáver silueteado en tiza de la errata original.

Me pregunto si hay algún anhelo humano más frecuente que el de corregir los errores del pasado, probar con la otra pernera del tiempo, recomponer lo roto, recuperar lo perdido, experimentar lo vedado. Luego pienso en cómo sería una vida con ese poder, si no abusaría también de él, igual que en el Forza, y me decepcionaría de la misma manera, y me quedaría el rasgón de la goma bajo los momentos de felicidad logrados a la segunda o a la tercera. Si no llegaría a agriar también esa vida perfecta, igual que una reconciliación con alguien sabe también al amargor que hemos acordado dejar atrás.

A lo mejor fantaseamos con reintentos cuando lo que necesitamos es reencarnación, y yo necesito que Gran Turismo se rediseñe para acabar de sentirme cómodo con él, porque sus secuelas a partir de la segunda entrega nunca me han llenado. El Gran Turismo original apareció de forma accidental en mi infancia, cuando un amigo se cansó de jugar a Resident Evil durante una tarde entera mientras yo observaba frustrado, porque no tenía permiso para tocar ni jugar, y demolió mis inocentes ideas de lo que era posible hacer con un juguete, de cómo podía contenerse tanta realidad en un disco. Con el tiempo mi fascinación se fue evaporando, y a pesar de mis ansias de volver a enamorarme de esa cara familiar ya no llegué a sentir mucho por GT5. Ahora, al final de estos ocho años, entiendo que el motivo de esta desilusión gradual nada tenía que ver con el juego sino con mi relación con los coches.

Buena parte de los chavales del rural gallego se pasan su adolescencia ansiando dos cosas: un coche y un carné de conducir2.

2. (Opcional).

Independientemente de nuestras opiniones sobre el automóvil —sobre todo el urbano— como lacra cohabitacional y ecológica, como plaga de langostas tardocapitalistas, en lo rural y otros núcleos sin transporte público es muchísimo más: una necesidad elemental, un cordón umbilical con lo que ocurre a cierta distancia de nuestra casa (que es todo), una herramienta básica contra el aislamiento3.

3. No pretendo aquí reforzar falsos mitos sobre (léase con voz tenebrosa de reportera de Telecinco) LA GALICIA PROFUNDA, el aislamiento del rural es universal.

Y el coche de un adolescente es también más que eso: fuente de libertad, posesión más preciada, expresión de cacareante masculinidad y, a las seis de la mañana de un domingo, de forma inevitable por lo menos una vez en la vida, tortuga patas arriba en una rotonda. Para mí, repelente hasta para las ansias más básicas y compartidas, los coches eran todo eso pero también una fascinación histórica, social y estética, y casi casi una identidad personal: con 19 años conduje unos 160 kilómetros solo para poder admirar y sentarme en un Porsche 959. Recuerdo de forma nítida las tres veces que vi en persona un Ferrari Enzo, y la ocasión mágica en la que sobé mi coche fetiche, el Aston Martin DB4 GT Zagato; el tiempo, que a menudo me traiciona borrando detalles4 de memorias que ahora considero mucho más importantes, ni lo ha intentado con esas.

4. A pesar de la expresión, los recuerdos no funcionan como rollos de celuloide, conservados inmutables en una especie de desván interior, de los que perdemos trozos o latas. Son guiones más o menos precisos, según el caso, pero representados nuevamente cada vez que los visitamos, dirigidos por una versión actual de nosotros haciéndose pasar por la que lo vivió. No observamos una película que queda indemne para el siguiente visionado, sino que la alteramos con nuestra nueva visión y nuevas sensibilidades, y las anotaciones añadidas pasan a formar parte de él, indistinguibles del contenido original. Una parte enorme de cada uno de nuestros recuerdos es reconstruída, recreada, falsa.

Los juegos de conducción me acompañaron hasta que mi forma de entender el coche cambió, y mi idea de él como objeto tecnológico, dinámico y estético, obra admirable pero ajena, se transformó en el automóvil como objeto íntimo y contenedor de buena parte de mi vida. No siento mucho interés ya hacia el coche, sino hacia mi coche, y ni siquiera en su modelo o sus características, sino hacia él —como conjunto, en realidad, de todos los que he usado— por su presencia constante en los recuerdos de mis viajes, su carga económica y de responsabilidad, su poder para servirme de refugio móvil en sitios extraños. Es una parte considerable de toda mi vida. Como cualquier otro videojuego, GT5 no puede ni soñar con trasladar esto a lo digital, y se conforma con la fetichización del motor, la velocidad y la posesión, algo que me atraía en mi adolescencia pero se perdió a medida que fui cayendo en la adultez. Los coches —perdón, mis coches, los únicos que interesan—, presentan demasiadas dimensiones intraducibles e inexplorables. Y se me ocurre ahora que un retroanálisis de ellos funcionaría mucho mejor como ejercicio de regresión personal, porque ellos sí son los verdaderos testigos íntimos de mi pasado, mucho más que un historial de mensajes en Anait. En un coche —perdón, mi coche— aprendí a voz en grito la letra de Hello de Adele, algo que jamás cantaría ante otro ser humano. Y conduje exultante en la ida y mohíno en la vuelta de innumerables viajes para ver a gente que quería. Y me acerqué a playas frías y olvidadas que durante meses no pisa absolutamente nadie, ni un alma, y que imponen como zonas prohibidas de un libro de ciencia ficción. Y me perdí de madrugada por carreteras extrañas entre campos, con el pelo y la ropa empapados y los ojos de mi acompañante brillando de perseidas de la luz cíclica de las farolas. Y fue el cómplice perfecto de mis momentos más patéticos, como cuando me veía completamente incapaz de ir a mis clases de la universidad y pasaba en él horas y días, paralizado en un aparcamiento de un Carrefour leyendo libros, mintiéndome y diciéndome que a la siguiente clase, dentro de veinte minutos, sí que sí. Sin juicios, solo su presencia incondicional. Ningún videojuego puede hacer nada parecido por alguien.

Gran turismo

Si los años me han dado la capacidad de reconocer en mí este cambio —no diré crecimiento—, también me han regalado la de sentirme más cómodo con mis sensaciones y manías, aunque sean profundamente personales. He aprendido a reconocer y aceptar mis motivaciones peregrinas, que antes justificaba apelando a conceptos más universales. No me gusta cómo Gran Turismo siente la velocidad y las carreras, no conecto con su cámara estática y sujeta al chasis que filtra toda la energía de sus movimientos, como con miedo a divertirse. Los coches reales tienen una vida anatómica secreta en las condiciones extremas de una carrera, se deforman y torsionan, abandonan su impavidez metálica y se vuelven plásticos y elásticos. Los elementos aerodinámicos se alteran, y algunos de ellos adoptan de forma literal su cara de velocidad. A cámara lenta, un Formula 1 ataja subiéndose a un bordillo y al aterrizar en el asfalto tiembla y rebota todo él, sacudiéndose como si estuviera hecho de flan en vez de fibra sobre una célula rígida de seguridad. Ningún simulador, una vez más, es capaz de llegar a este nivel de expresión corporal, pero sí saben imitarlo mediante sacudidas de cámara y juegos de espejos, mientras GT5 se siente demasiado digno para ello. No es ni de lejos el simulador más estricto que he jugado, pero sí el que menos dispuesto está a admitir que el motor es por definición extremo y ridículo, y ocho años después no tengo tiempo para lo tímido.

Si en el pasado no era capaz de verbalizar esto, también es posible, por supuesto, que este juicio personalísimo sobre el juego sea sustituido en otros ocho años por otro más certero. A lo mejor es falso ya, más falso que mis tesis de 2010, quizá en realidad estoy justificando con argumentos gratuitos cosas que no entiendo del todo, y solo me entrego con más convicción a otras trampas intelectuales. Me obsesiona no conocer la relación entre madurar o envejecer y el autoconocimiento. Si lo terrorífico de la vida adulta es darse cuenta de que no sabes nunca con certeza lo que tienes que hacer, que la omnisciencia que le suponemos a los mayores cuando somos niños es solo un mecanismo de defensa para evitar ser comidos, lo que me inquieta de envejecer es no tener el consuelo seguro de que uno se haga más sabio, y ni siquiera que se conozca mejor. Demasiado a menudo las certezas que supuestamente ha dado la experiencia se parecen al enroque y las trampas que todos nos tendemos para sobrellevar la complejidad de todo, tras años de excavar en ellas, como si envejecer fuera en resumen una sucesión de rendiciones ante lo que vas descubriendo como ininteligible. Mi abuelo, tras 70 años de atenta observación al fútbol de varios países y dos continentes, me aseguró un día que no había futbolistas como los vascos en ninguna región del mundo, que una selección vasca de cualquier época podría ganar a cualquier otra, hasta a Brasil. Incluso con mi mirada infantil pude distinguir la aleatoriedad, la insistencia dogmática y la negación. Mi abuelo tenía una mente envidiable, agudísima, con una memoria excepcional que no he heredado, así que qué esperanza tengo yo de no caer en ello. O puede que haya caído ya, a lo mejor el dogma se arrastra desde mucho antes, y la vejez solo despierta la suspicacia de los demás, hace visible el óxido interior.

Otra consecuencia inevitable del tiempo es la de compartir las cosas con cada vez menos gente. Aunque no hablo necesariamente de la vejez, sino del ciclo constante de dejar cosas atrás a cualquier edad, sí pienso de forma inevitable en mi abuelo, una vez más, listando plantillas completas del Madrid o Peñarol o la Uruguay que venció a Brasil en Maracaná cuando él ya vivía en Montevideo y el país entero se sacudió. Pienso en cuánta gente estaría recordando ese plantel en aquel preciso momento, un pequeño universo de nombres existente para todos, pero visitado de forma frecuente y solitaria por él y otros pocos, cada uno invisible al resto, siempre menguantes. Internet puede cambiar algo de esto para la memoria social y común de algo como el Maracanazo, prorrogarla y hacerla menos solitaria, pero el rumbo inevitable de todo, de forma especialmente amarga en lo íntimo, en la memoria sentimental, es ser recordado cada vez por menos y al fin por nadie. Después de un rato dedicado a videojuegos relativamente recientes, reenchufar una consola polvorienta y arrancar un juego anacrónico como GT5 me hizo fantasear con que igual era el único jugando a esto, el único pensando en ello de manera crítica. Es imposible porque Gran Turismo tiene una audiencia fiel y obsesiva, pero la sensación de aislamiento del discurso y el zeitgeist era algo que no sentía desde hace tiempo. ¿Seré yo, en algún momento indistinto de un viernes laborable por la mañana, el único jugador de GT5 de España? ¿Leerá alguien esto?

Queda claro ya que me interesa mucho más el tiempo externo a GT5 —el transcurrido desde que entró en mi casa, el que he gastado estos días revisitándolo— que el tiempo interno en él. En mi adolescencia sí viví pequeñas fijaciones con la vuelta perfecta y rebajar varios cronómetros. Me pasó con Grand Prix 4 y Richard Burns Rally y, sobre todo, con ese clásico atemporal que es GTR2. Mis tardes aún no eran huecos entre obligaciones, y podía aceptar que se me escaparan entre cientos de vueltas a Spa mientras probaba cambios mínimos en el mismo M3. Primero mejoré lo suficiente para rebajar mis tiempos de forma habitual, y luego me volví lo suficientemente bueno como para encontrar mi límite asintótico, el tope de mi talento. Cualquier aficionado al motor te dirá que la verdadera maestría, el chivato de un piloto de verdad es, siendo capaz de encontrar ese verdadero límite, poder moverse a voluntad por el escalón inferior, poder no vivir siempre en la alerta roja sin descolgarse de los demás. Nunca llegué a eso pese a las horas perdidas. Nunca seré un gran piloto5.

5. Siendo pequeño, muy pequeño, le pedí a mi padre que me dejara conducir en un circuito de karts infantiles que había en alguna exposición a la que me había llevado. Era mi primer contacto con un volante en mi vida, pero en las primeras vueltas, y para asombro de mi padre, adelanté a todos los demás niños con facilidad. Después de eso seguí acelerando más y más, sin control ni miedo a los golpes que empezaba a darme contra los laterales, rebotando con más violencia hasta que me hicieron parar y salir. Recuerdo de forma clarísima alguna de las curvas y los costalazos, un paso por meta, pero nada de la exposición o el resto de ese día, nada antes o después que no se alinee con todo lo que cuenta mi padre de esa anécdota, sin duda más exagerada cada vez. Me pregunto cuánto de este recuerdo —que percibo de forma totalmente sincera— es real y cuánto generado a partir de esa historia. Probablemente todo.

Nunca tuve la dedicación necesaria para comprometerme con ello de verdad, porque intentarlo suponía algo más que dejar ir las horas vacías de una tarde; exigía asumir, sobre todo, que podía dedicarme a mejorar y encontrarme con que no era capaz.

Ocho años después sigo haciendo lo mismo. No tengo siquiera la misma inclinación de interiorizar el juego y encontrar la vuelta perfecta, no siento ni la tentación de hacerlo si me supone cualquier tipo de esfuerzo consciente, me basta con ganar con cierta comodidad gracias a la familiaridad latente de muchos años jugando a cosas parecidas. Para lo ortopédico que me resulta, y la desconexión entre mis instintos y su física, GT5 se me da razonablemente bien. Y con razonablemente bien me conformo. A menudo me encuentro —en la vida, digo— cerca de ser bueno en algo y rechazando llegar a serlo de verdad. Estoy siendo deshonesto; me encantan la validación y la admiración, soy profundamente vanidoso, pero me vale con un atajo, no tengo ningún interés en el proceso y los sacrificios que supone, incluso en algo tan banal como los juegos de carreras. Siento pánico a que cualquier cosa me resulte imposible tras un intento sincero, así que me dejo arrastrar, como una bandeja vacía de donetes flotando en el Pacífico, hasta encontrar cosas para las que tenga cierta habilidad cómoda que me permita disimular; la isla de bolsas de plástico en la que me poso. Que se me entienda: no estoy diciendo que tenga grandes condiciones para algo y sea mi falta de ambición la que me impide realizarlas, hace tiempo —creo— que ya he superado esa etapa de «a mí se me daba todo bien en el instituto pero no me esforzaba». En realidad lo que siento es un anhelo de ser especial, traicionado por la sospecha clara de que obviamente no lo soy, lo que hace mucho más fácil vivir en un mundo sin compromisos en el que mi incompetencia es técnicamente una posibilidad en vez de una certeza probada. Mis ambiciones suelen estar cercanas en mi fantasía, pero solo desde la perspectiva de mi engreimiento; desde fuera aparezco inmóvil. Hace unos días me comprometí a mí mismo a escribir algo sobre GT5 y los ocho años que han pasado y a estas alturas, agotados todos mis ángulos respecto a ambas cosas, lo que tengo es un texto sin orden ni concierto ni una tesis central a la que pueda sujetarlo todo, solo una colección inconexa de ideas sin recorrido. Fiel a mi estilo dejo pendiente encontrar ese hilo conductor, la labor real y meritoria. Me está bien, por haberlo intentado, por mi hibris6.

6. «Pir mi hibris».

Aunque fantaseaba con otra cosa, con reconciliarme con el juego y la escritura, con resolver algo que, aunque trivial, había quedado pendiente y melancólico en mi memoria, la realidad es más terca que yo. He vuelto a abandonar el GT5 después de unos tres días. Es un juego un poco oxidado, aún sólido para la mayor parte del mundo, sospecho, pero realmente obsoleto para mí; apenas había conectado conmigo entonces, cuando estaba más dispuesto a entenderlo que ahora. Esto era también —a quién le importa GT5 ya, quién demonios está dispuesto a escribir ahora 4500 palabras sobre GT5— una forma oblicua de comprometerme a observar por una vez cómo he cambiado yo sin tener que apartar los ojos, algo que ha resultado curioso pero también un poco anticlimático: si no soy exactamente igual sí soy casi lo mismo. Me reconozco a la perfección en el reflejo de sensaciones parecidas, paralelas a ambos lados de todo este tiempo, mientras juego. También en mi redacción embrollada, carente de espontaneidad, llena de enumeraciones accidentales de tres elementos. He descubierto que casi todo lo que ha cambiado en mí es accesorio o coyuntural, moldeado por mis circunstancias y experiencias más que por un desarrollo intrínseco al paso de ocho años; solamente la erosión y el depósito que muestra todo lo expuesto al mundo. Aunque sí admitiré que es una buena noticia ver que a pesar de esa pretensión de obsoletarme a mí mismo algo permanece, que hay algo similar a una esencia de mí con significado. Sobre todo, que esa parte troncal no incluye lo que hace ocho años me abrumaba y derrotaba, que eso no es consustancial a mí; que se abandona y se supera. Qué extraño que un juego de coches que no me dijo nada en 2010, etiquetado sin ceremonias, metido en una carcasa de CD traslúcida, haya podido enseñarme esto.

Gran turismo

Foto: William Eggleston, Sin título, 1970-73.

Usuario
  1. Lanroder

    Excelente texto, felicidades. Nunca tarde si la picha es buena.

  2. dani

    Empiezo a leer el texto en el trabajo y en seguida me doy cuenta de que este artículo merece, necesita, una lectura tranquila en el entorno adecuado.

    Hacía años que no veía este nickname en esta web, me coge desubicado. @letras es cohaagen?

  3. Madcore

    ¡Pero que bonito, joder!

  4. DanUp

    Me he metido al perfil de @letras y juro que por un momento he leído esto: https://i.imgur.com/h8qmBXI.png

    dijo:
    lo que yo busco es la inmersión en un punto concreto —y complejo, e imperfecto— del pasado.

    Identificadísimo con esto, por cierto.

  5. Félix

    Creo que este es de mis entradas favoritas en Anait, me ha encantado, desde la patata y hacia la patata.

  6. Zissou

    ¿Me puedo casar con vosotros?

    Conforme por mi parte si a partir de ahora el viernes va a ser el día del articulazo.

  7. StJ

    Me reconozco aquí más de lo que me gustaría. Ay.

  8. el_adri2020

    Otro que ha flipado con el texto por aqui. El mejor análisis de la historia.

  9. tomimar

    Madre mia que locura. Estaría bien un Mes classic no?

  10. Rocks

    Genial texto. Me lo reeleré con calma esta noche, pero me ha encantado a muchos niveles.

  11. lolskiller

    El mejor texto que he leido aquí y son unos cuantos años.

  12. Gegr is Win

    Ojalá letras analizando todo en la vida.

  13. Ralope

    «…porque no existe un Fortnite discreto sino una secuencia continua de Fortnites en incrementos infinitesimales, no tanto un juego como un flujo de contenido moldeado por presiones de mercado. Su diseño no cree en nada, y por ello no le cuesta nada decir lo que tú quieres escuchar.»

    Este tío es un puto genio.

  14. rvm

    No lo digo por joder, pero el texto me ha parecido ultra pedante.

    A parte, ¿no son todas esas reflexiones sobre el paso del tiempo en un producto tecnológico un poco consumistas?

  15. Ausonio

    We missed you, letras

  16. Silvani

    Creo que me enganché a esta bendita página, hace ya mil años, por un texto de este señor.

    Me alegra comprobar que no ha perdido el pulso (aunque sí detecto un tono más… ¿nihilista?). Un auténtico placer leerlo de nuevo. :bravo:

  17. Molinaro

    Si todo este embolado nostálgico es una estratagema para empezar a borrar las notas de los análisis y tenéis a Pep secuestrado, NO va a funcionar. Queremos notas, notas con decimales, notas en cada apartado.
    Fuera bromas, todo el proceso de desempolvar la consola y ponerse a jugar está narrado de lujo, muy evocador, reflexivo y, en mi caso, nostálgico. Un placer leerte.

  18. Sehio (Baneado)

    @rvm
    Dar vueltas y más vueltas para llegar a lo obvio.

  19. Rules

    Venga va.
    Me lo voy a volver a leer.

  20. TracesOnSky

    Y si el polvo doméstico es en parte escamas olvidadas de nuestra piel, ¿acaso no estarán ahí crepitando, no estaré respirando yo, cuatro, cinco, ocho años de mí?

    Aquí se me han erizado un pelín los vellos de la nuca, no lo niego xD. Como ensayo introspectivo me parece una pasada.

    Ah, y sin duda la nota es un 7 amarillo. Está ahí, oculta entre líneas de bella factura, temiendo que la descubramos y no sepamos comprenderla.

  21. Gegr is Win

    @sehio_spiegel
    Calla niño rata.

  22. Howard Moon

    Por escritos como este es que yo leo Anait, me encantó el escrito.
    Aunque, supongo, que cierta empatia ( la ficción de reconocerme tanto en sus reflexiones) con algunos puntos que el autor refiere -no estoy pensando en el juego- me lo hacen muy sencillo.

    Un abrazo existencialista!

    PD: Alguien que mencione al mejor videojoc de la historia, es decir, el Planescape, siempre tendrá mi atención y aprecio. XD

  23. Cooper

    ¿Qué son ocho años cuando puedes degustar algo así y encima incorporar a tu léxico términos como cirrostrato o desabrido? Thumbs up.

  24. Silvani

    @agente_cooper dijo:
    ¿Qué son ocho años cuando puedes degustar algo así y encima incorporar a tu léxico términos como cirrostrato o desabrido? Thumbs up.

    Yo he descubierto «hibris» y estoy deseando usarlo.

  25. CasaTarradellas

    SI JODER! Echaba de menos tus textos @Letras

  26. Fixxxer

    Sabía que un dia llegaría el prometido análisis del GT5. Ahora me angustia no tener nada nuevo de @letras en el horizonte.

  27. homero12

    Viaje en el tiempo al futuro 2026, leí el analisis de anait(VR) de octopath traveler…

  28. josmig25

    ROTY.

    No, en serio, creo que es el texto que más me ha gustado de este año en Anait. Joder que hasta me ha inspirado para escribir, cosa que no hacía desde hacía meses.

    Gracias.

  29. Cyberjmz

    Irrelevante e innecesario.

  30. yens

    Me duelen las manos de aplaudir. ARTICULAZO

  31. Sams

    Llámale análisis, llámale terapia.

  32. sauron

    Letras, te echamos de menos <3

  33. Corskrew

    Qué barbaridad. Es el mejor artículo de videojuegos que he leído en mucho tiempo. Felicidades @Letras.

  34. Pepetrucci

    Ósom! Era complicado intentar esto sin verse sobrepasado por el meme en el que se había convertido el no-análisis de gt5, pero no se me ocurre mejor forma de enfrentarse a ello (y aprobar con nota, con dos cojones después de 8 años XD) que con una magnífica reflexión sobre el paso del tiempo y la crisis existencial en la que estamos sumidos los que ya no cumplimos los 30 (y diría que en esta santa casa somos mayoría).

    Inesperado y directo a la patata, como deben ser estas cosas. Enhorabuena.

  35. pachuli

    Anait de alta calidad y sin cortar,chapeau.

  36. Sigurson

    Hace años que no comento. Incluso últimamente visito la página con cada vez menor asiduidad porque de alguna manera esta anait no es la anait que yo conocí.

    Ojalá nunca te hubieras ido @letras

  37. Potajito

    Amo a todos los que hacen Anait a diario, pero este «featuring» de @letras es lo mejor que he leído este año.

  38. Selinkoso

    Pfff fuera de concurso esto. Hermoso.

  39. MaNoPlaS

    Esto es lo que significa hacerse mayor…

  40. Termal (Baneado)

    Vaya vuelta que han pegado algunos usuarios antiguos de la web. Si el articulo ha conseguidonvolver a ver escribir a algunos como Agente Cooper, para mi ya vale la pena.

  41. doggo

    Tengo un bloc de notas llamado «Artículos GOTY» donde guardo el link y título de ensayos bonitos, llevaba tiempo que no actualizaba ese archivo.

  42. etorín

    A mi nadie me conoce por aquí. Patreon durante años, tengo problemas para participar en foros en general, a pesar de lo cercano que me siento a esta casa en muchos aspectos. Últimamente ya ni juego, he perdido conexión con los textos, también con el podcast, supongo que en parte por mi propia evolución, por la de la página, por todo. Es normal que las cosas cambien. Hay que adaptarse.

    Apenas he escrito en Anait, pero para mi sois algo muy cercano. Estoy tan emocionado con este texto que me siento obligado a tragarme mi vergüenza para agradecerte que hayas escrito esta maravilla. A los que os parece pedante… de verdad, para hacérselo mirar, eh! Esto es una joya, joder. Temblando me has dejado. Mis dieces. Saludos, gente maja 🙂

  43. hechi

    Buen artículo, he leído palabras que nunca en mis tímpanos han vibrado.
    Muy profesional (Gif).

  44. Letras

    Muchísimas gracias por algunas de las cosas que habéis dicho, y en general a todos los que lo habéis leído, haya gustado o no. Lo aprecio de verdad.

    Y a Anait por seguir siendo libre y especial años después. No hay muchos sitios que hagan hueco a esta clase de cosas. <3

  45. Jaun

    Que mal cuerpo, en el buen sentido, me ha dejado esto.

  46. Koldo Gutiérrez

    @letras

    WOW!

    Qué bueno volver a leerte por aquí. Has conseguido que me lea una ¿review? entera sobre un género que sólo me interesa cuando te permite lanzar caparazones. Y lo he disfrutado enormemente.

    Como solíamos decir antes en esta santa casa, cuando éramos jóvenes y lozanos (sí, allá por 2010): KUDOS.

  47. DarkCoolEdge

    Llevaba días postergando la lectura porque en el móvil daba la impresión de ser muy larga y qué error, qué maravilla de texto. Ojalá no haya que esperar ocho años para el próximo, sería una pena no poder disfrutar de tu talento más a menudo.

    Me he sentido particularmente identificado con la sensación de mi coche y con el miedo a hacer algo en serio y descubrir que mi potencial era menor del que imaginaba.
    Para mí mi coche, con el que llevo ocho años si no me equivoco, también es parte inextricable de muchos de mis recuerdos y vivencias además de un refugio, una extensión de lo que considero mi hogar.
    Lo segundo es algo que me lleva acompañando tanto tiempo que creo que es parte de mi personalidad, con lo que eso conlleva. Me has hecho asomarme al abismo y, lo peor, que al devolverme la mirada he descubierto que me estaba mirando a mí mismo.

    Esto de los viernes de articulazos está siendo fantástico.