Análisis de Monster Boy and the Cursed Kingdom

Aunque lo primero que tuve fue una Atari 2600 de garrafón, las consolas que realmente marcaron mi infancia fueron una Master System II y una Mega Drive. En ambas disfruté mucho de la serie Wonder Boy, pero jamás hubiese pensado que veintitantos años después esta serie volvería a estar de actualidad. En muy poco tiempo he jugado a dos juegos que recuperan el espíritu de esa mítica serie. El fantástico remake de Wonder Boy: The Dragon’s Trap, lanzado a mediados de 2017, era un nuevo traje para un juego antiguo aunque increíblemente avanzado a su tiempo. Monster Boy and the Cursed Kingdom, sin embargo, no es un remake de una entrega ya existente, sino un nuevo juego que, pese al cambio de nombre, es un Wonder Boy de los pies a la cabeza.

Antes de entrar en materia, creo que el tortuoso desarrollo del juego merece algunas líneas. El proyecto original era realmente Flying Hamster II. Si el primer Flying Hamster era un shoot’em up, esta secuela bebía claramente de la serie creada por Ryuichi Nishizawa y ya incluía entonces muchas de las mecánicas, enemigos y escenarios del producto final. Aunque la campaña de Kickstarter de Flying Hamster II no tuvo el éxito esperado, el proyecto de Game Atelier resucitó con el apoyo de Nishizawa bajo el nombre de Monster Boy and the Wizard of Booze y, más tarde, con el título ya final de Monster Boy and the Cursed Kingdom.

Durante unos cinco años hemos podido seguir su desarrollo y ver cómo el juego iba tomando forma. Todo pintaba sorprendentemente bien y me alegro de poder decir que el resultado final es exactamente lo que esperaba. El propio Dragon’s Trap o el excelente Wonder Boy in Monster World serían los referentes más directos de esta secuela espiritual. Del primero toma evidentemente las transformaciones. Del segundo, una mayor complejidad en sus escenarios, algunos enemigos y, de regalo, un homenaje muy especial hacia el último tramo del juego.

Para los que no tengan ni idea de qué va todo esto, básicamente estamos ante un juego de aventuras con scroll lateral que mezcla combate, plataformas y exploración. Tenemos un enorme mapeado con escenarios interconectados a los que nos veremos obligados a volver en varias ocasiones a medida que obtengamos nuevas habilidades. Esas nuevas habilidades vienen acompañadas de diferentes transformaciones que, a su vez, podemos potenciar con talismanes o al equipar determinadas armas, escudos o armaduras. Con la primera transformación del juego, por ejemplo, nos convertiremos en cerdo. Nuestra habilidad para el combate se verá muy reducida, pero a cambio obtendremos un arsenal de hechizos y un gran olfato para descubrir secretos. La segunda, la serpiente, nos permitirá escupir veneno, trepar por algunas paredes y pasar por espacios reducidos. Como en The Dragon’s Trap, cada enemigo principal al que venzamos nos dará una nueva transformación. Pilláis la idea, ¿no?

En cuanto al equipo, podremos encontrarlo en cofres o comprarlo en tiendas. Cada pieza del equipo puede mejorarse en la herrería gracias a unas gemas. Por ejemplo, hay unas botas pesadas que nos permitirán caminar por el fondo del mar a una velocidad desesperantemente lenta. Si las mejoramos, podremos caminar algo más rápido. Si las volvemos a mejorar, podremos saltar más alto.

Más allá de la aventura principal, el juego esconde muchísimos secretos que harán las delicias de los más completistas. Desde obtener todo el equipo de Jin (incluyendo los diferentes fragmentos de la mejor arma, armadura, escudo, botas y brazalete disponibles) hasta encontrar todos los corazones, trufas o partituras.

El gran mapeado del juego está distribuido en diferentes zonas que podemos considerar mazmorras en sí mismas y que, a menudo, obligan a resolver pequeños puzles combinando las diferentes formas y habilidades del personaje. En general, la dificultad no es exageradamente alta, pero morir será algo habitual. Al principio porque nuestra vida es muy escasa (la podemos expandir encontrando corazones adicionales) y más adelante porque la dificultad se va incrementando. En cualquier caso, siempre mantiene un acertado equilibrio que hace que sea un reto sin caer en la desesperación, entre otras cosas porque los puntos de guardado están bien distribuidos y porque desde bastante pronto el juego nos permite teletransportarnos entre zonas.

Visualmente el juego presenta unos gráficos en dos dimensiones detallados y muy resultones, con unos escenarios realmente bonitos, con múltiples capas de scroll y muchos elementos en movimiento. No se abusa de la repetición de los mismos recursos una y otra vez y las diferentes zonas tienen definitivmente su personalidad propia. Si habéis seguido la evolución del juego durante estos años ya sabréis que el diseño de los personajes ha variado en varias ocasiones y ha ido perfeccionándose poco a poco. De hecho, al principio eran pixelados y finalmente, con buen criterio, se dibujaron a mano. Al resultado final se le pueden poner muy pocas pegas en ese sentido. Lo mismo se puede decir de la banda sonora que, de nuevo, incluye algún homenaje a Wonder Boy y que es animada y muy fresca. Teniendo en cuenta que nombres como Yuzo Koshiro o Motoi Sakuraba han participado en su creación, la calidad estaba más que garantizada.

Monster Boy and the Cursed Kingdom es un bienvenido homenaje no solo a una serie que es historia de los videojuegos, sino también a una época concreta de la industria. Es un juego bonito, divertido, variado y equilibrado que vuelve a demostrar que los estudios independientes son indispensables en esta industria y que todavía hay hueco para los dos dimensiones, los cielos azules y las aventuras desenfadadas [9]