Análisis de Goat Simulator

La gente de Coffe Stain Studios no es imbécil, y sabe que lo primero que debe hacerse con algo que linda con la categoría de meme es sacarle los cuartos como sea —o esa palabra que odio con todas mis fuerzas: monetizar—, así que Goat Simulator dio el paso de chascarrillo a comedia multitudinaria de forma casi automática: lo que tardaron sus creadores en empaquetarlo todo con una mecánica de juego difusa y unos cuantos logros locos. El resultado es un juego que sus mismos autores te recomiendan no comprar y gastarte esos diez dólares en un hula hoop o una cabra de verdad. Un título lanzado a regañadientes, mirando para otro lado, como quien cuenta un chiste horrible porque sabe que hará reír a sus amigos pero al mismo tiempo se avergüenza de contarlo. Pero aquí lo importante son dos cosas: una, que al final lo cuentas; y dos, que, en efecto, ellos se ríen.

La cabra de Goat Simulator se escapa de las reglas del relativo realismo que sugiere su título y es un jodido disparate paródico donde controlamos a una res inmortal capaz de hacer explotar gasolineras a cabezazos, arrastrar cuerpos humanos con una lengua de dos metros y sobrevivir a caídas de diez pisos de altura sin un rasguño. Luego está el asunto de viajar al espacio exterior, invocar cadáveres de otras cabras o adquirir poderes demoníacos convertidos en el macho cabrío satánico que siempre quisimos ser o en una versión cornuda de Yoshi, pero tampoco es cuestión de destripar aquí toda la mandanga.