Análisis de Call of Juarez: Gunslinger

—Un arma es una herramienta, Marian; ni mejor ni peor que un hacha, una azada o cualquier otra. Un revólver es tan bueno o tan malo como el hombre que lo empuña. Recuérdelo siempre.
—En este valle todos viviríamos más tranquilos si no hubiera ninguno, incluyendo el tuyo.

Raíces profundas (George Stevens, 1953)

Este diálogo de Raíces profundas entre Alan Ladd y Jean Arthur podría utilizarse ahora como un argumento contra la controvertida Segunda Enmienda y el control de armas, pero nada más lejos de la realidad. Su director, George Stevens, era un republicano convencidísimo y estuvo en el desembarco de Normandía como teniente coronel. Demonios, si era tan de derechas que hasta vivía en un rancho. Su intención era en este caso trazar una diferencia entre pistoleros y otorgar un mayor valor a las balas, era su forma de decir que a veces la violencia es necesaria y las armas de fuego son el único elemento que aporta justicia a la ley del más fuerte y ordena una sociedad anárquica dispuesta a autodestruirse. O eso pensaba él.

Si Red Dead Redemption buscaba convertirse en el epítome interactivo del western, la recapitulación absoluta de todo lo que mola del género convertida en una experiencia que tenía como piedra angular la libertad, Call of Juarez: Gunslinger prefiere delimitar su radio de homenaje y volcarse en ese símbolo sin el que el salvaje oeste habría sido menos salvaje —aunque igual de oeste—: las pistolicas.

Si no nos vamos muy atrás, el recuerdo del último Call of Juarez, The Cartel, es algo así como pensar en en el día en que te desvirgaste: intentas recordarlo con ternura y una sonrisa, pero alrededor de esa memoria hay una espesa niebla de bochorno, fracaso y genuina vergüenza. Efectivamente, The Cartel era una bazofia infumable a la que ni su espíritu macarra ni su considerable nivel de brutalidad étnica le servían de paliativos. Ese debe de ser el motivo por el que Techland ha decidido volver al punto de partida e, incluso ahí, mirar todavía un poco más atrás para echar mano del material de inspiración. Esas novelitas pulp en forma de folletines que solían ser un cruce entre la sección de sucesos y los sueños más húmedos de Garth Ennis sirven como plantilla conceptual para este Gunslinger, y está claro que el resultado es mucho más satisfactorio.

En lo visual, Call of Juarez: Gunslinger es maravillosamente vistoso. Con unos gráficos con aire cel-shading y una rica variedad de escenarios coloristas y bastante detallados, el juego entra por los ojos fácilmente sin necesidad de hacer piruetas técnicas, sin realismo loco, sin iluminación espectacular y sin unos modelados demasiado fieles. Todo tiene un aire de dibujos, o de tebeos, que al principio puede parecer un poco infantil pero esa sensación se desvanece al comprobar el vigoroso nivel de violencia. La sangre chorrea en todas direcciones y los cuerpos salen despedidos cuando les disparamos a bocajarro, y eso ayuda a recrear esa imaginería salvaje con la que los niños debían de fantasear mientras bombeaban agua de una fuente o marcaban a las reses.

Call of Juarez: Gunslinger es una ración inmediata de satisfacción, una propuesta que se presenta con frescura y solidez al principio, pero que va perdiendo fuelle a medida que avanza y termina cayendo un poco en el estancamiento. Por otro lado, la influencia de Call of Duty es mastodóntica y eso no sería un problema si no llegase a convertirse en algo estructural, casi atávico. Un elefante sentado en tu sofá, comiéndose unos nachos con los pies sobre la mesilla no es nada necesariamente malo, pero quizá sí demasiado evidente. [7]