Avance de Travis Strikes Again: No More Heroes

Cuando confirmas tu elección en la pantalla de selección de personaje de Travis Strikes Again: No More Heroes, donde puedes decidir si juegas como el legendario Travis Touchdown o Bad Man (el padre de Bad Girl, una de las rivales del primer No More Heroes), el protagonista suelta distintas frases, como pasa en tantos juegos. Una de ellas me hizo mucha gracia: «Ten hours of video games a day!», dice Travis con entusiasmo. Una búsqueda en Google de esa enérgica frase arroja los siguientes resultados: 1) «Of course, there is no benefit to playing ten hours of video games a day», en un artículo sobre si los videojuegos tienen algún beneficio; 2) «Obviously it’s not a good idea if your kid plays ten hours of video games a day», en otro sobre el mundo de los eSports. «But you can also see it as an opportunity to meet other people»; 3) «most mature people don’t play ten hours of video games a day as a pastime», en un hilo del foro oficial del videojuego Growtopia; 4) in media res y sin final, la enigmática frase «… partly because he played eight to ten hours of video games a day and had trouble sleeping at night because, when he closed his eyes, all he …» en un blog escrito por «un padre con siete hijos».

A pesar de que ese fervoroso llamamiento a disfrutar del extraordinario placer de las maquinitas durante diez horas al día puede parecer —sobre todo en un juego como este, ambientado dentro de una consola y plagado de referencias a este arte— una celebración, hay algo oscuro de fondo; un qué sé yo que me recuerda a ese «good for health, bad for education» que lleva Kaneda en su chaqueta, en Akira. No podía ser de otra manera viniendo de Suda51, un tipo conocido por refocilarse a menudo en lo más zafio y estúpido de las maneras más estilosas e inteligentes, y su estudio Grasshopper Manufacture.

En la hora y algo que pasé con Travis Strikes Again, pude probar dos de los «juegos» de la Death Drive Mk II (la consola dentro de la que se desarrolla la campaña principal) que hay que superar para conseguir las Death Balls, una suerte de bolas de drac que conceden un deseo a quien consigue reunirlas. A pesar de que parece particularmente estrafalario y veleta, por eso de presentarse como collage —más bien revoltijo— de homenajes y guiños al mundo del videojuego (o incluso a sus periferias culturales, como el manga: muy curiosa, y también algo gratuita, la mención a Otoko Oidon, de Leiji Matsumoto), lo cierto es que en Travis Strike Again sigue teniendo una presencia marcada la fórmula habitual en los juegos de Suda: un sistema de combate sencillo a primera vista que se va volviendo algo más complejo, aunque nunca demasiado, mezclado con una estructura marciana y en la que son habituales los intermedios con cambios de ritmo, de fórmula o incluso de género; es un esteta, es evidente, pero no se resiste a descuidar del todo la sustancia: aunque no siempre da en la diana, todos estos vaivenes suelen tener o al menos parecen apuntar en una dirección expresiva o narrativa.

El primero de los juegos que probé, Life is Destroy, propone seguir las pistas de un truculento asesino investigando un vecindario suburbano cuyas calles, algo así como un laberinto de Pac-Man, mutan al activar determinados interruptores. Mientras recorres las calles recogiendo rastros de monedas gigantes, un fantasma te persigue y te mete prisa; ya dentro de la mansión a la que apuntaba la pista que me tocaba seguir, la cosa iba de eliminar a varios grupos de enemigos hasta llegar a un jefe de mitad de nivel convenientemente llamado Generic Sheep Man: un enemigo recurrente, que no pierde la oportunidad de hacer un chiste sobre los distintos colores en que se presenta, una variación que no le impide ser genérico. Ahí pude experimentar un poco con el sistema de combate, que tiene un golpe fuerte y uno ligero (la espada se descarga, como en los originales, y para ponerla de nueva a punto hay que agitar el Joy-Con de manera similar al uso masturbatorio del Wiimote con el que debutó Travis) y cuatro habilidades con un tiempo de enfriamiento que hacen mucho más daño pero exigen ser usadas en el momento adecuado. Hay una bomba que se pega en los enemigos, una explosión localizada que se puede lanzar en el sitio que quieras pero que te deja a merced de los ataques, un empujón que se lleva por delante todo lo que haya en su trayectoria y un dash más rápido y potente que la esquiva normal; no sé si se pueden mejorar o conseguir otras nuevas, pero estas cuatro en concreto acaban teniendo cierta gracia cuando vas aprendiendo a usarlas, sobre todo contra grupos grandes de enemigos.

El segundo juego, Golden Dragon GP, se desarrolla dentro de unas gafas de realidad virtual dentro de un escenario de Otoko Oidon dentro de la Death Drive Mk II. Es un minijuego de carreras en el que se compite en una recta: solo hay que preocuparse de acelerar, cambiar de marcha en el momento preciso para no perder velocidad y utilizar el turbo cuando alcanzas la máxima velocidad, representada en el velocímetro por un simpático falo sonriente plenamente erecto; este triple salto mortal se remata con las visitas a una suerte de mazmorra procedimental en la que combatimos contra enemigos y encontramos mejoras para el vehículo con la que competimos en el grand prix que da nombre a todo esto.