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Análisis The Pedestrian

Análisis The Pedestrian

No hay ideas originales. Ya no queda ninguna. Todo lo que leemos ya se ha dicho antes y lo que jugamos son reiteraciones de mecánicas inventadas en los 80. Lo que nos gusta es una copia, de una copia, de una copia, pero no pasa nada. No cuando la «época dorada» del videojuego independiente es inseparable del Rogue de Glenn Wichman y títulos de culto como Stephen’s Sausage Roll no hacen otra cosa que profundizar en las mecánicas del Sokoban. Al menos tenemos el consuelo de que la industria del videojuego (aún) no ha caído en el conservadurismo actual de la cinematográfica y las franquicias —hasta cierto punto— siguen arriesgando, mientras que los remasters, remakes y reboots intentan aportar y no solo recordar. Tener en mente que la originalidad no tiene valor en sí misma es fundamental para analizar The Pedestrian. Porque el juego de Skookum Arts es algo que ya hemos visto muchas veces antes; lo importante es que nunca lo hemos visto tan bien.

En The Pedestrian controlamos —que no somos, matiz importante en este juego— a una de las figuritas con la que se identifican los baños separados por género. Nuestro objetivo no está demasiado claro pero es evidente que tenemos que avanzar: Saltar de cartel en cartel, de pizarra en pizarra y entre marquesinas, a lo largo de toda la bulliciosa ciudad. Estamos ante un juego de puzles que separa los rompecabezas del entorno —tal y como hace, por ejemplo, The Witness— pero en donde toda la acción queda reducida a los carteles, siendo la ciudad que los recoge sólo un testigo mudo de nuestra minúscula aventura. Y dado que The Pedestrian no intenta en ningún momento contar una historia, todo el peso del juego recae en los puzles, pequeños retos de lógica que consiguen ser muy variados a pesar de explotar mecánicas muy limitadas. Nuestro personaje principal es capaz de moverse, saltar entre plataformas y agarrar e interactuar con los más variados objetos. Pero mientras que los primeros puzles se basan sólo en descubrir la manera más apropiada de moverse entre paneles, obligándonos a conectar sus puertas y escaleras en el orden adecuado para avanzar, los que encontramos posteriormente introducen nuevos retos que nos obligarán a mover los carteles y a utilizar sus puertas como «portales» para teletransportarnos entre ellos y evitar láseres y otras zonas peligrosas.

Aunque hay puzles de varios tamaños —varios de ellos incluso necesitarán de piezas escondidas en otras series diferentes—  la anatomía de los rompecabezas se mantiene constante, lo que nos permitirá desarrollar y aplicar estrategias similares a la hora de resolverlos y, por tanto, mantenernos en «la zona» sin llegar a frustrarnos. El juego tiene dos modos y estaremos obligados a saltar constantemente entre ellos para avanzar. En el «modo puzle» la cámara se aleja y se fija, y la música se hace más suave, para dejarnos ver todos los paneles que tenemos a nuestra disposición. En este modo podremos moverlos de un lado a otro y conectarlos y desconectarlos tantas veces como creamos necesario. El «modo acción», por su parte, nos permite mover a nuestro personaje y, aunque el juego no penaliza pasar de un modo a otro en cualquier momento, cortar en el modo puzle una conexión por la que ya hemos pasado con el personaje se castiga con una vuelta al inicio de la serie. 

Una de las principales virtudes de su eficiente diseño de puzles es la manera rígida en la que mantiene su coherencia interna. Salvo por una excepción —un momento específico en el que el juego no nos deja coger una llave y un objeto al mismo tiempo cuando antes sí había sido posible— The Pedestrian funciona tal y como esperamos y eso consigue que los puzles sean siempre simples sin llegar a ser aburridos y se mantengan como un reto que puede resolverse sin necesidad de «ideas felices». La curva de dificultad del título está muy, pero que muy pensada y aunque en algunas ocasiones puntuales se hubiera agradecido un aumento de la dificultad (en los puzles recurrentes para arrancar el tranvía, por ejemplo), es agradable encontrar un juego de puzles simple y accesible para todo el mundo.

Análisis The Pedestrian

Quizás la mayor sorpresa en The Pedestrian es el hecho de que en ningún momento intente contar una historia o utilice todo el poderío de su ambientación en un sentido narrativo. Y sorprende porque aunque en el juego lo importante son los puzles y los paneles, es evidente que Skookum Arts ha empleado gran parte de su tiempo en recrear con fidelidad la ciudad a través de la que nos desplazamos. A lo largo de nuestra aventura cruzamos fábricas, un campus universitario, un cruce en plena hora punta, una agradable cafetería y varios comercios a lo largo de todo un día. Pero al igual que la música o la extraña máquina que poco a poco vamos reparando, el viaje a través entre los diferentes escenarios no parece tener más intención que la de marcar la progresión dentro del juego y, a la vez, resultar especialmente agradable a la vista. Salir de los puzles durante un momento y centrar nuestra atención en el mundo que los rodea quizás no sea especialmente estimulante pero, desde luego, sí que resulta hermoso. Algunos puntos de la ciudad —la librería o el restaurante, sin ir más lejos— están llenos de detalles escondidos mientras que otros puestos, como el asiento del guarda de tráfico, resultan especialmente expresivos como instantánea de la rutina de un profesional. La calidad del arte en The Pedestrian y el mimo puesto en algo tan trivial como los fondos (un elemento totalmente separado de los paneles donde transcurre la aventura) es reconfortante pero, precisamente por todo ese trabajo empleado, resulta extraño que la ciudad no tenga más historias o interés además de funcionar como un bonito acompañamiento.

The Pedestrian no es un título especialmente original. Los puzles 2D con paneles móviles son un subgénero en sí mismo y la mayoría de rompecabezas que encontramos en el título se limita a adaptar las mecánicas más frecuentes en este tipo de proyectos. Sin embargo, el juego destaca por encima de sus competidores gracias a su ambición en lo visual y una calidez sensorial conseguida a través de la absorbente música y la fluidez de los controles. The Pedestrian no presenta una nueva idea. Tampoco necesita hacerlo. La ejecución de Skookum Arts tiene tanta calidad que las tres horas de juego —si es que no nos vemos tentados por escaleras invisibles y otros secretos— pasan volando casi en un instante. La originalidad está muerta. Larga vida a la calidad [8]

Redactora
  1. *Winnie*

    Me lo pase el año pasado y es un muy buen juego, eso si el tramo final marea cosa mala.

  2. Ghammakhur

    Me dejas con la duda, Marta, de si tu afirmación sobre la muerte de la originalidad es total o parcial. Creo que la originalidad se puede asociar al refinamiento o innovación de unas mecánicas aunque el núcleo jugable sea inalterable.

    Por hacerlo más gráfico: para mí copia sería más bien casos como el de Enchanted Portals respecto a Cuphead e inspiración Stardew Valley respecto a Harvest Moon.

  3. mio_tony

    Cuando pienso en la originalidad y su valor recuerdo esa gloriosa y manida frase, »es una mierda, pero al menos es original».

  4. AndresBaez

    Mañana leeré la crítica que lo tengo en la lista de deseados desde hace bastante! Parece que ha salido bueno!

  5. Vernie

    Lo que nos gusta es una copia, de una copia, de una copia, pero no pasa nada.

    He leído ésto cantando la canción de NIN.
    Marta, ¿eres fan de Nine Inch Nails?