Análisis de Sonic Mania

Durante un tiempo, antes de tener edad para pegarle al café cosa mala, tenía que tirar de auriculares y música a todo volumen para ponerme en marcha cada mañana. Al principio la canción era lo de menos, solo quería poder abrir un poco los ojos, pero acabé por escuchar casi siempre la misma: You Can Do Anything, la de la mitiquísima escena inicial de Sonic CD. De todas las versiones del erizo seguero, casi tantas como juegos suyas, esa es sin duda la mejor. Lo es por el tono, por la actitud. Porque ahí quedaba especialmente claro qué hacía especial al personaje: esas contagiosas ganas de correr lo convertían en una herramienta motivacional de lujo para la chavalada.

Ese es, queda claro gracias a otra sublime introducción de dibujos animados, el erizo que por fin vuelve con Sonic Mania. El de las pegatinas en la carpeta del colegio y el de la alfombra en mi habitación de entonces.

A pesar de estar ambientado después de lo sucedido en Sonic 3 & Knuckles, Sonic Mania tiene casi tanto de secuela como de recopilatorio: la infalible excusa del viaje dimensional sirve para celebrar ese pasado glorioso, recuperando localizaciones, enemigos y power-ups de los clásicos para Mega Drive. También regresan la estética pixelada, con gráficos más detallados y efectos más complejos, y un control inconfundible. Christian Whitehead, Headcannon y PagodaWest Games, los desarrolladores independientes que han pasado de imitar a reemplazar al Sonic Team, no podían fallar en eso: la aceleración en las carreras y los saltos está clavada, cero problemas con la inercia, los suelos inclinados o ese nuevo movimiento, el drop dash, con el que te impulsas rodando nada más aterrizar.

Con la cantidad de piezas va cogiendo de aquí y de allá, con la cantidad de ideas propias que suma, Sonic Mania se las apaña para mantener una coherencia asombrosa tanto en la parte audiovisual como en todo lo relacionado con diseño y mecánicas. Cachos de un juego de más de 25 años, ya digo, conviven tan tranquilos con enormes gusanos mecánicos y algún que otro objeto tridimensional de fondo. Quizás se reprime más de lo necesario en determinadas situaciones (seguro que podría haber sido más gamberro al experimentar con los fluidos de Chemical Plant Zone), pero entiendo que prefiera aplanar los picos. No creo que se pueda considerar poco atrevida, qué narices, una antología con Oil Ocean Zone —la genial plataforma petrolera con música arábica de Sonic 2, ahora con submarinos y todo. Menos afortunadas son las inclusiones de Flying Battery y Lava Reef, que no dicen nada bueno sobre Sonic 3 o su expansión con el equidna granate. Más altos que bajos, eso sí, en las zonas que aquí debutan: Studiopolis y Mirage Saloon son clásicos instantáneos y hemos visto cierres peores que el de Titanic Monarch.

Tampoco son como para tirar cohetes los extras, las opciones desbloqueables ni los modos de juego adicionales —el competitivo a pantalla partida y las pruebas cronometradas, con marcadores pero sin fantasmas. Y tal vez podrían haber metido un pequeño museo, con ilustraciones e información de las entregas viejunas, en vez de treinta y dos variantes de los laberintos con bolitas de Sonic 3.

Sonic Mania es mucho más que una medida desesperada para una situación desesperada. Es, de entrada, algo bastante parecido a lo que debería haber sido Sonic 4 en su día —también lo podrían haber llamado Sonic CD 2, de no ser por el formato descargable, o Sonic Mix, si no existiera esta cosa. Es un anacronismo precioso, un «por y para fans» puro y duro, cargado de energía positiva que le sirve al erizo para coger aire. Es una combinación imposible de Grandes Éxitos y B-Sides interpretada una banda tributo ejemplar. Es un plataformas modesto, con limitaciones, pero agudo y divertido. Es una cosa rara, imprevista e improvisada, pero si esta es la manera que tiene SEGA de publicar un buen juego de Sonic en 2017, bienvenido sea. [8]