Análisis de Brink

Que el de lo multijugador es un carro al que todas las desarrolladoras (y sobre todo distribuidoras, según me temo) querrían subirse es algo que ya debería estar bien claro: todos, desde los intocables Call of Duty y Battlefield hasta otros a priori con menos pinta de querer divertir a grupos como Homefront, todos quieren tener su modo multijugador potente que luego les permita mantener contenta a una comunidad que afloje el bolsillo gustosamente: es comprensible y muy digno, además. Jugando a Brink a uno se le vienen a la cabeza muchas cosas, entre ellas la idea de que el juego se avergüenza un poco de lo que es y trata de camuflarlo de una forma ligeramente incómoda.

Brink nos quiere hacer creer que combina el modo para un jugador, el cooperativo y el multijugador en una experiencia sin fisuras (tal cual: literalmente lo pone en la hoja de información para prensa); lo cierto es que combina varios tipos de multijugador sin demasiado problema y ya, no hace falta maquillar el asunto más de lo necesario. Quizá recordéis el cabreo que me pillé con Lost Planet 2 precisamente por esto: por vendernos un multijugador con bots como campaña individual.

En Brink pasa más o menos lo mismo: podemos jugar la campaña con bots o con humanos, pero merece la pena saber antes de empezar que su espina dorsal es la cooperación en un equipo de ocho para lograr una serie de objetivos y ganar al equipo contrario (la Seguridad, que quieren normalizar el estado del Ark, una ciudad flotante que trató de erigir una utopía ecológica y que acabó muy malamente, y la Resistencia, un grupo que quiere tomar el control de la ciudad para devolvérsela al pueblo). La carga narrativa de todo este asunto es mínima y está condensada en unas escenas de vídeo absolutamente opcionales y que, aunque no molestan demasiado, no aportan nada a la experiencia de juego.

Además de en esta historia de la integración individual-multijugador, también se ha incidido más de la cuenta en la relación del juego con el parkour: nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que el sistema SMART, nombre con el que se ha bautizado el mecanismo de control del juego, es un pequeño añadido que sí, aporta un nivel de profundidad a la jugabilidad, pero que en algunas ocasiones parece menos desarrollado de lo que debería. En las pantallas de carga a menudo se nos da un consejo: moverse más que disparar. El problema viene cuando el movimiento no es tan preciso ni provechoso como debería y nos damos cuenta de que por mucho que intentemos atajar trepando por unas cajas y un muro para llegar a un puesto superior, la cruda realidad es que haciendo esto lo único que conseguimos es ponernos a merced de los enemigos, y que al final nos merece más la pena ir por las escaleras como se ha hecho toda la vida.

Tampoco es cuestión de echar excesivas pestes de un sistema de control que añade cierta agilidad y sentimiento de flow a un juego que de otro modo habría sido infinitamente más pesado: es bastante motivador, cuando morimos y reaparecemos en nuestro puesto de mando principal, ir a toda máquina hacia donde se está desarrollando la acción saltando bancos, barandillas y lo que haga falta, y da una velocidad que se agradece bastante; máxime teniendo en cuenta que los objetivos que tenemos que realizar para superar as misiones tienen un límite de tiempo y que, muy a menudo, estaremos lidiando no sólo con el equipo rival sino también con el reloj.

Entrar en la dinámica del juego es absolutamente crucial para disfrutarlo mínimamente, y de nuevo volvemos a lo de que Brink se avergüenza un poco de lo que es. De algún modo, se cree un juego realmente complejo: ahí está el mensajito durante la pantalla de carga que nos recomienda que, en caso de que veamos que la profundidad rabiosa del juego nos supere, sigamos a otros jugadores y veamos qué hacen. A donde fueres, haz lo que vieres. Y también está el vídeo introductorio, un peñazo de dimensiones tan cósmicas que el juego se ve obligado a regalarte 1.000 puntos de experiencia por verlo: en él, se nos explica demasiado profundamente la mecánica del juego, y teniendo en cuenta que es lo primero que el usuario ve al ponerse a jugar no es demasiado conveniente, por tratar de ayudarle demasiado, acabar hundiéndole en una montaña de información, consejos y ayudas que acaban desanimando más que otra cosa.

Pero cuando jugamos unas cuantas partidas, experimentamos los distintos tipo de objetivo y tonteamos con las cuatro clases disponibles (el Soldado, basado en la fuerza y que puede conseguir munición en cualquier zona del mapa pulsando el stick izquierdo; el Médico, que reanima a los compañeros caídos y mejora la salud del grupo; el Ingeniero, que puede construir y reparar estructuras y plantar unas trampas muy majas; y el Espía, que puede juanquear AnaitGames terminales y disfrazarse de enemigo para infiltrarse mejor) lo más sencillo es interiorizar todo sin demasiada dificultad. Porque en el fondo su propuesta, su base, no es tan compleja: es un shooter en primera persona en el que dos equipos se enfrentan para resolver una serie de objetivos antes que el otro; este es un buen resumen, y no hay que darle muchas más vueltas. La complejidad está en otras cosas, una complejidad mal entendida y que al final acaba pasando bastante desapercibida: está en las armas, por ejemplo, que son muchas y tienen millones de opciones de personalización que dan más dolores de cabeza que otra cosa, o en la cantidad infinita de información del HUD, pero esto, en el fondo, es algo que de algún modo uno acaba ignorando: sabemos que está ahí, pero no le prestamos demasiada atención.

El sistema de experiencia, como el control SMART, suma un poco pero tampoco es revolucionario; sí es agradable, sin embargo. Durante la partida, distintas acciones como asistir a un compañero, proteger a un espía que está hackeando algo o dar munición a los compañeros que van escasos nos va sumando experiencia. Cuanto mejor juguemos, más experiencia, y además otorgada de una forma dinámica (como casi todo en Brink: siempre hay varios objetivos abiertos en cada momento, y en función de dónde estemos, qué clase tengamos, etc. se nos asigna una u otra, que podemos acepar o sustituir, de forma automática, teniendo siempre algo que hacer): si damos munición a un pobre miserable que está a punto de quedarse seco nos darán más experiencia que si se la damos a uno que iba bien de balas, por ejemplo. Esto está bien pensado porque anima, aunque sea de forma egoísta (por el ansia de conseguir experiencia) a ayudar a los compañeros, algo brutalmente esencial en Brink.

Porque, efectivamente, cooperar es la base del juego. Si no cooperas, lo más probable es que pierdas; esta premisa, de primeras más que razonable, es también una de las cosas que podrán hundirlo. La unión orgánica del componente individual y el multijugador hace que, cuando juegas solo o sin el número suficiente de amigos, las ranuras libres se llenen con bots, y la pobrísima inteligencia artificial de la que hacen gala sin apenas inmutarse arruina bastante la experiencia de juego. He llegado a ver a dos o tres bots atascado intentando pasar deslizándose por un hueco, bastante grande por lo demás, y recibiendo mis balazos como quien recibe agüita fresca: así no tiene mucho sentido, y me imagino el drama que tiene que ser estar con dos amigos y cinco mamotretos controlados por la máquina que a duras penas saben moverse correctamente; no digamos ya asistirte cuando estás caído, porque que un médico de tu equipo llegue a donde estás para levantarte del suelo es una lotería de primera. Al final, personalmente, acabé aprendiendo a convivir con esa pandilla de hijos de perra, básicamente usándolos como escudo y pasando un poco de su culo, pero aquí la cosa está clara: o juegas con humanos o la cosa irá muy mal. Podría ir más lejos aún: o juegas con humanos amigos o la cosa irá razonablemente mal.

Además de la campaña principal, tenemos el imprescindible modo en el que personalizamos a nuestro gusto la partida y los retos, que son cuatro pequeñas situaciones, muy cortas, en las que se nos muestran las clases, el sistema SMART, la escolta y la habilidad de construir torretas del ingeniero (en una especie de tower defense bastante ingenioso). Lamentablemente, estos retos acaban sabiendo muy, muy a poco y, como casi todo lo demás en el juego, no logran incentivar lo suficiente para terminarlos las tres veces que se nos pide (las dos primeras para conseguir habilidades y armas y la tercera para subir puestos en el ranking) y parecen puestos con un poco de calzador, o al menos sin prestarles demasiada atención: se notan muy desaprovechados, y seguramente habría sido muy positivo meterle caña a este tema y meter un buen número de retos más, porque, a pesar de todo, son bastante divertidos.

Toca hablar de los gráficos, aunque sea por encima. Tampoco quiero hablar mucho de este tema, si os digo la verdad: el id Tech 4, motor sobre el que se monta el juego, ya tiene un tiempecito y se nota, por muy modificado que esté para cumplir los estándares actuales. Lo más salvable es la dirección de arte: los monigotes de Brink son raros pero molones, y los escenarios son, en su mayoría, sorprendentemente refrescantes, seguramente por la predominancia de azules y blancos en varios de ellos, pero más allá la cosa se pone muy fea: para que el rendimiento del juego sea el mejor, supongo, hay momentos en los que todo se ve demasiado feo, desde las texturas hasta los modelos, y acaba resultando bastante desagradable de jugar. Una pena porque en todo lo demás el juego tiene un nivel muy alto: los menús y el HUD, por ejemplo, aunque un poco sobrecargados de información son estilizados y muy bonitos, y en general todo deja intuir un buen gusto truncado por la tecnología que hace que el juego, inevitablemente, se resienta a ojos del usuario.

Brink no es un mal juego, pero tampoco es tan bueno como para recomendarlo incondicionalmente. Está en la categoría de juegos que un grupo reducido de gente jugará con muchísima pasión y al que el resto, por hache o por be, no podrá acceder. Esa hache y esa be no están claras todavía, pero se intuyen: podrían ser perfectamente la falta de gente con quien jugar, absolutamente crucial aquí (y tampoco funciona tan bien con desconocidos formando tu equipo, siquiera), y lo rápido que se diluye la emoción de las características potentes del juego cuando te das cuenta de que la base es Team Fortress 2, el sistema SMART es un Mirror’s Edge rebajado para amoldarse (bastante bien) al juego de Splash Damage y el «componente RPG» (¡me apuesto lo que queráis a que mucha gente lo llamará así!) no deja de ser lo mismo que en los Call of Duty, con demasiadas pocas diferencias como para tener realmente peso. Se puede disfrutar jugando a Brink; por desgracia, ni es tan fácil conseguirlo ni el gozo es tan grande. [6]