Big in Japan

Haggar es mi padre

El check-in era a las tres de la tarde. Todavía faltaban seis horas y allí estaba yo, en la recepción del hotel, cansado, acalorado, cargado con mi equipaje y sin haber pegado ojo en una eternidad. No tenía nada que hacer hasta entonces, así que dejé la maleta y me aventuré hacia Akihabara.

Imagino que para cualquiera que ame el videojuego y su cultura, el primer viaje a Japón es una suerte de peregrinación. Si a esto le sumamos que en mi caso nunca antes había estado en un país asiático, todavía más. El caso es que entre las altas temperaturas de principios de septiembre y que no había dormido en el avión, mi primer contacto con ese mundo que llevaba años idealizando fue, cuanto menos, extenuante.

Un logotipo de SEGA por aquí, un invader por allí, unos karts de Super Mario aparcados más allá, cápsulas gachapon por todos lados, personajes anime en cada pared y las maids acechando a posibles clientes configuraron esa primera impresión estereotipada de la ciudad eléctrica de Tokio. Estaba agotado, así que, como aquel que acude a un restaurante de comida rápida en busca del confort de lo conocido, yo también salí al encuentro de mi propio refugio y, curiosamente, lo encontré en una máquina arcade.

En el tercer piso de la famosa Super Potato, probablemente la tienda de videojuegos retro más conocida del mundo, hallé cobijo en Final Fight. Allí estaba el clásico beat ‘em up de Capcom, funcionando sobre el icónico mueble Astro City de SEGA, a la espera de que gastase mis primeros 100 yenes. Como no podía ser de otra manera, lo hice, y durante unos minutos volví a limpiar de maleantes las calles de Metro City.

Quizá alguien pueda pensar que invertir unos minutos en rejugar algo que ya te sabes de memoria es una pérdida de tiempo, especialmente cuando estás de viaje y se supone que debes conocer cosas nuevas, sacarte fotos en monumentos, vivir la vida y experimentar el verdadero contacto cultural. Sin embargo, esa partida en el mismo corazón de Akihabara, ese 6 de septiembre de 2019 previo al Tokyo Game Show, era justo lo que yo andaba buscando.

La cultura del videojuego en Japón sigue siendo algo tangible. Tengo la sensación de que es algo que va más allá de que este país sea un reclamo turístico para aficionados nostálgicos, tiene que ver con cómo el medio interactivo sigue estando presente en esa sociedad de una manera más física que en el resto del mundo. Precisamente, uno de los propósitos de mi viaje era ese, comprobar por mí mismo cómo allí el videojuego se sigue tocando.

Tiene gracia que la persona que el día siguiente me introdujo en el mundo del recreativo japonés sea uno de los miembros del pequeño equipo indie Mad Gear Games, bautizado así en honor a la banda callejera de Final Fight y responsable de joyas como el flamante Kemono Heroes. Miguel Murat, Xanday en esta santa casa, me ayudó a comprender cómo se vive hoy en día el videojuego arcade en ese país y, para mí sorpresa, lo que me enseñó fue bastante diferente de lo que me imaginaba. 

Lo primero que a uno le viene a la cabeza cuando piensa en juegos “arcade” es en máquinas diseñadas para el consumo rápido y el gasto continuo de monedas, pero esta definición ya no refleja lo que puede verse en los salones japoneses. Si bien siguen existiendo juegos cuyo diseño implica partidas breves, por ejemplo, los títulos de lucha o musicales, me sorprendió cómo muchas de las máquinas se adentraban en géneros que jamás hubiese imaginado ver en un salón recreativo, como la estrategia o los RPG.

Grandes pantallas táctiles, lectores de tarjetas, funcionalidades online… No es algo ni mucho menos nuevo, simplemente contrasta con la imagen que yo mismo tenía de los arcades japoneses, quizá por el recuerdo de lo que solíamos ver por aquí (aunque había excepciones) o por el propio misticismo de épocas pasadas como la que se retrata en obras como Hi Score Girl. De hecho, tal como Ivan Campos explica en este reciente artículo para Canino, empresas como SEGA o Taito llevan años intentando “fomentar la fidelidad mediante experiencias más complejas”, quizá para frenar el irremediable cierre de salones que el país ha experimentado en las últimas dos décadas. Recomiendo encarecidamente su lectura, ya que es un análisis exhaustivo y profundo. 

Esa mañana recorrimos plantas y más plantas llenas de juegos arcade, descubrí el Maimai y hasta llegó a pasarme por la cabeza hacerme mi propia tarjeta para, como Miguel, no tener que acarrear con monedas y poder guardar mi progreso en los juegos. Certifiqué, al fin, aquello que tantas veces me habían comentado, que los salones arcade siguen vivos en Japón y que SEGA sigue siendo la reina del sector, pero también percibí como ya no son aquel lugar de bullicio que seguramente fueron en el pasado.

Otro de mis objetivos en este particular viaje espiritual alrededor del videojuego japonés era, claro está, visitar tiendas de juegos retro. Durante los primeros días, amigos como Iñigo, otro español residente en Tokyo, ayudaron a este “gaijin” a conocer algunos de los barrios de esta inabarcable ciudad. Fue así como me adentré en escenarios que conocía de jugar a títulos japoneses, como el famoso complejo comercial de Nakano, que recuerdo haber “visitado” en alguna entrega de Persona; o el caótico distrito de Shibuya, igualito al que tantas veces he recorrido en la serie Yakuza.

Aunque iba advertido, mi idea de encontrar gangas espectaculares entre pilas de cartuchos y consolas antiguas se fue al traste nada más ver los precios exorbitantes que tenía todo. De todas maneras, aunque solo sea por ver todas las maravillas que suelen encontrarse en estas tiendas ya merece la pena. Cartuchos de colores de Famicom, juegos de MSX impolutos, HuCards de PC Engine, las imponentes cajas de Neo Geo, títulos de Saturn que nunca llegamos a ver por aquí… El imaginario visual del videojuego japonés es tan rico que entrar en cualquier tienda de juegos clásicos es casi como visitar un pequeño museo.

Para encontrar alguna joya a buen precio es importante moverse y salir del circuito más turístico y eso es lo que me propuso David Jaumandreu, un diseñador de videojuegos enamorado de la cultura japonesa que desde hace dos décadas viaja prácticamente cada año a este país. Con él nos alejamos del centro para visitar locales poco frecuentados por turistas y, como si fuésemos buscadores de tesoros, encontrar alguna tienda en la que la especulación imperante todavía no hubiese puesto sus garras.

Ese recorrido por tiendas menos conocidas, por una Japón menos turística, me hizo comprobar, una vez más, lo mucho que el videojuego caló en esta sociedad después del boom creativo e industrial que se vivió a partir de Space Invaders. Quizá ya no es lo que fue, pero sigue quedando un rastro de esa época. Así, mientras en Occidente seguimos asistiendo al final agónico del videojuego en el espacio público, en este país sigue estando rodeado de una cierta singularidad, sigue teniendo algo parecido a un aura.

Con esta columna no he pretendido ofrecer ni mucho menos una panorámica global de la situación de la industria del ocio electrónico en Japón, simplemente exponeros mi mirada personal sobre cómo el videojuego sigue formando parte de esa sociedad en tanto que artefacto cultural. Tengo muchas ganas de contrastar mi visión con vuestras experiencias y conocer cuál es vuestra opinión sobre cómo se vive el videojuego en ese país. 

Ahora, sin embargo, volvamos a lo importante: la partida de Final Fight. He de deciros que después de más de 24 horas sin dormir mis habilidades a los mandos no eran las más óptimas. Confieso que en esa partida apenas llegue a salir del vagón de la segunda pantalla y ni siquiera pude llegar a hacer el truco de los barriles, pero, como bien sabemos todos los que llevamos años disfrutando de este clásico, no hay nada como ver al alcalde de Metro City machando a los enemigos con su movimiento giratorio. Haggar es mi padre.

Colaborador

Periodista especializado en videojuegos desde hace casi dos décadas. Actualmente, coordina la sección de ocio electrónico de La Vanguardia y colabora en diversos programas de radio. Compagina su trabajo en prensa con sus clases de ‘Historia de los videojuegos’ en los grados universitarios y másteres de ENTI-UB..

  1. Howard Moon

    Con cierto temor de ser baneado (otra vez) por chiconuclear, debo decir que desprecio lo arcade con todo mi negro corazón.
    Ahora, como suele pasarme en Anait, por la gracia de la buena narrativa lo que a priori no me interesa en lo más mínimo, se transmuta en un artículo delicioso.
    Otro más de este buen señor. La mejor manera de empezar el día.
    Muchas gracias!

    Pd: Que vuelva el foro y el anaituiter, porfa!

    Editado por última vez 3 julio 2020 | 10:32
    1. homero12

      @telvanni
      Me acuerdo cuando era chico y vivía en porteño-landia de ir de vez en cuando a un lugar de «maquinitas» que pasaba cumbia a todo volumen. Tal vez eso fue lo que te traumo.

  2. Mominito

    La verdad es decepciona mucho los precios de todo lo retro en Japón.

    Al final siempre te queda contemplar perplejo como los japos le dan caña a los juegos de ritmo más rápido que los gigahercios de tu CPU, algunos arcades muu currados con VR o grandes infraestructuras.

    O verte a los señores mayores dejarse la pasta en juegos de lolis después del curro con el traje de chaqueta. (esta imagen siempre me da mucho que pensar, pues puede que sea donde veo la mayor distancia cultural).

  3. Xanday

    Pues ha cerrado el arcade al que fuimos ~_~

  4. tomimar

    Genial artículo!

    Es cierto que cada vez el videojuego es más popular pero cada vez lo vemos más fuera del espacio público. Cada vez es más abierto y compartido gracias al online pero esas interacciones rara vez son personales. Es curioso la importancia de lo físico en japón, pero como bien describe tu artículo parece que se está convirtiendo, cada vez más, en un reclamo turístico.

  5. Danpelgar

    Genial articulo albert! Me dan ganas de ir otra vez a japon!

  6. Maya VVVrea

    Muy bonito texto; se me ha hecho súper corto, ¡quería más!

    El subtítulo me ha pegado un viaje brutal a mi tierna infancia, porque en la Hobby Consolas había una sección llamada Big in Japan (sé que es un término mundialmente acuñado, pero ese fue, seguramente, mi primer contacto con él).

    Ah… cómo echo de menos las recreativas y la prensa de videojocs en papel. Tengo recuerdos grabados a fuego de ambas cosas. Una tarde de verano, sentado en un parque con mi padre, mientras él leía el periódico y sonaban las cigarras, yo era casi literalmente succionado por una Hobby Consolas que avanzaba el futuro Metal Gear Solid 2; devoraba cada pequeñísima imagen del juego con una ilusión tan naíf y tan bonita.

    ¿Es demasiado iluso pensar que, ya que todo vuelve, quizá vuelvan las recreativas a este nuestro país? 🙁

  7. Diego.

    Super Potato es probablemente uno de los peores exponentes de Akihabara en lo que a lo Retro se refiere. Vas por el nombre y sales corriendo por los precios una vez que su icónico aspecto, su producto y sus luces han dejado de deslumbrarte.
    Hay tiendas mejores en todos los sentidos, pero está claro que hay que ir.

    De hecho, en Tokyo y saliendo de ella, por ejemplo en Osaka, hay lugares tremendamente más interesantes una vez que ves la realidad de Akihabara.

    Eso sí, el ambiente no se lo quita nadie, por relativamente impostado que esté a día de hoy.

    La clave al final es visitarlo, disfrutarlo, dejar que algún japonés te reviente a vs en cualquier juego y luego hacer tus compras en otro sitio.

    Editado por última vez 3 julio 2020 | 13:05
    1. Penesher

      @carrington
      De acuerdo en todo, pero yo en el Super Potato de Akihabara conseguí un juego de Musculman de Super Nintendo y un llavero de Mother 2 así que fue un viaje bien echado. Además, se ve que les caí en gracia porque me regalaron un fanzine bastante guay, a pesar de ser un sucio gaijin.

      1. Diego.

        @penesher
        Yo recuerdo que también me compré alguna cosa pero claramente las compras gordas fueron en otros sitios.

    2. octal

      @carrington
      Yo solo por poder jugar a un Virtual Boy ya me valió la pena visitar la tienda. Pero es verdad que es más un museo, y para comprar hay sitios mejores.

      1. Diego.

        @octal
        Claro, son esas pequeñas cosas las que hacen que merezca la pena la visita.

  8. octal

    Qué artículo más agradable, y mierda, ya me ha dado mono de ir otra vez a Japón.

  9. Yurinka

    Tu si que eres mi padre, Albert xD ¡Que grande eres! En unos dias tan chungos a nivel global y un tanto reguleros en lo personal entre pandemia y penurias de desarrollador indie, me ha alegrado mucho el dia ver un texto sobre retro y arcade, más viendo por ahí a David o @xanday (os mando un gran abrazo a los 3), y especialmente al ver al mítico alcalde testosterónico protagonizando el texto.

    Como a muchos Japón, su cultura y en especial su historia con los videojuegos me apasiona, pero lamentablemente aún no he podido hacer el viaje a Japón, nuestra meca friki. Como siempre digo de broma, de mayor quiero ser como Jaumandreu. Ese hilo de recuerdos de sus viajes a Japón es maravilloso, así como los posts que va compartiendo de vez en cuando compartiendo joyas retro que ha conseguido por allí. Me produce mucha admiración y envidia sana el ver estas cosas, creo que como desarrollador y a nivel cultural en general ayuda a aprender cosas.

    En Japón -como en todos lados- sin duda tienen sus cosas chungas, pero me gusta mucho el que allí los videojuegos estén tan integrados en la cultura mainstream, y que muestren tanto respeto por su historia de los juegos del pasado. No ya porque aunque haya bajado la cosa allí sigan los salones recreativos y tiendas de retro, sinó porque allí los videojuegos llegan a otros campos culturales.

    Por ejemplo, además de adaptaciones al anime de algunos títulos populares que muchas veces nos pueden llegar aquí, allí por ejemplo de vez en cuando incluso se han ido viendo muchas veces cosas como obras de teatro o películas basadas en juegos (me viene a la mente unas de Ace Attorney), exposiciones en museos «mainstream» sobre tal aniversario de un juego o una empresa (me viene a la cabeza uno sobre Street Fighter), conciertos de los músicos de videojuegos -o bien rollo club o bien rollo orquesta sinfónica-, novelas basadas en series de videojuegos, o incluso CDs de audio con «dramas» (creo recordar varios casos de juegos de Capcom): una radionovela expandiendo la historia o profundizando en los personales de tal juego de éxito, además de obviamente adaptaciones al manga, muñecos, etc.

    Cosas que muchas de ellas hemos visto por aquí en dosis mucho más pequeñas, y seguramente sin tanta calidad e impacto que deben tener por alli.

    Sobre el tema salones recreativos, soy de leerme los informes de Investors Relations de empresas tipo Capcom o Sega y es curioso ver que ahora incluso diseñan nuevos centros , actividades o máquinas pensadas para gente mayor o para familias con críos que van por allí a pasar la tarde a echar unas partidas, comprar muñecos y tal. Es decir, el jugador medio del sector en los 80-90 eran en buena parte chavales y adolescentes, luego fue subiendo hasta la actual media de adultos de 20-30, pero ahora allí en Japon ya cubre el espectro demográfico completo de la población.

    Da la impresión de que alli pese a que obviamente existe, no se da tanto como aquí esa barrera generacional que separa a la gente de una edad más avanzada de los videojuegos. Obviamente a los abueletes, especialmente los más tradicionales o conservadores, no serán hardcore gamers, pero me los imagino llevando al nieto al salón para que se eche unas partidas o mire de conseguir tal muñequito en el UFO catcher.

    Es algo que me gusta mucho de eventos familiares de retrogaming que montamos por aquí, por ejemplo los de la asociación Retromaniacs para celebrar aniversarios de Konami o Capcom (supongo que este año tocará Sega), o para La Marató de TV3, fuera de grandes eventos como Retrobarcelona o la exposición en museos tipo CCCB: ver por allí gente de cincuenta y tantos años o más, así como familias que vienen con sus niños, a los cuales ves disfrutar los clásicos como lo hacíamos nosotros en su día hace 25 o 30 años.

    Ellos seguramente han conocido a Haggar a través de la consola virtual, o algún emulador o recopilatorio que les han puesto sus padres, pero se lo pasan en grande con él repartiendo piledrivers o pillando pollos asados del suelo. Es tremendo ver como para los clásicos no pasa el tiempo.

    Editado por última vez 3 julio 2020 | 16:19
  10. Trelldoom

    Se que es la cosa más turística del mundo el súper potato… Pero esa tercera planta de la que habla Albert a mi me pareció mágica. Oscura, con las astros y una smoking zone que no eran más que un par de bancos con un cartel hecho a mano XD. Snacks y el pong de mesa…que mono de volver, joder

  11. Rustgladiator

    En 2022 voy por favor nada de spoilers Albert

  12. sodom

    Joder, Albert. Jugar al Mejor Puto Juego de la Historia, en Japón, y en esas condiciones (un claro “por mis cojones que lo hago”)… envidia insana (la buena, la única).
    Tengo que ir, me cago en mi puta vida

  13. Morden

    Gran artículo, Albert! Y qué bien lo pasamos con tu visita. A ver si te volvemos a ver pronto por aquí, cuando se normalice la corona-debacle.

  14. Siloe

    He tenido la suerte de encontrar este artículo mientras tomaba un café en la única ventana fresca de casa. Me gusta mucho cómo escribe Albert, con su tono apasionado y modesto. Y me ha parecido interesante la idea de la desaparición de los videojuegos del espacio público en occidente, aunque no esté de acuerdo (sin haberlo pensado mucho). Su presencia en la ciudad es mayor que nunca, gracias a la publicidad y a los móviles: basta un viaje en metro para ver más gente jugando de la que cabía antes en los ‘recreativos’.
    Gracias por el texto!

  15. OdiseoBCN

    Una duda un poco absurda quizás (igual alguien que domine el tema social puede solucionarla): los pisos en Japón (vamos, en las grandes ciudades niponas) son mas bien reducidos. Las revistas de manga, por ejemplo, se publican con papel mierder porqué nadie las colecciona. Se leen y se tiran a la basura, si te mola un manga concreto te compras el tankōbon. Mi duda es, ¿como una cultura que tiende a lo reducido tiene espacio para coleccionar cosas físicas? ¿Y porqué esa misma cultura no ha dado el salto bestia a lo virtual (que en principio implica ocupar menos espacio «real»)? (quicir, mas allá del perpetuo «Japón no ha entendido internet todavía», ¿hay alguna razón mas? Gracias.

  16. Shalashaska

    Pues mi experiencia con lo retro en Japón fue totalmente opuesta. Aunque estuve en Tokyo un par de días, y en Akihabara una tarde, como iba en grupo no pude entrar a ninguna tienda retro de la capital. Pero cerca del pueblo donde sí estuve más tiempo, en una especie de Carrefour tenían una sección de juegos de segunda mano, y me puse las botas. Me pillé varios juegos de PSX impolutos por 100 yenes (0,80€), un Metal Gear Solid Legacy Edition en perfecto estado por 4.000, Yakuzas, Persona… No me llevé una Dreamcast porque no me cabía en la maleta. Siempre pensé que si hubiera entrado en alguna tienda de Tokyo hubiese flipado, pero veo que lo habría hecho con los precios, más que nada.

  17. Isolation131

    Gran articulo, ojala pueda ir a Japón algún día, la meca de los gamers jaja.

  18. keidash

    Hace ya unos tres años que estuve por última vez en Japón pero recuerdo perfectamente los precios desorbitados en las tiendas más conocidas (tanto las de akihabara como las del barrio tecnológico de Osaka -Den Den Town-), lo que sí recuerdo es que había una cadena de tiendas de libros de segunda mano (había un cojón en cada ciudad, no recuerdo el nombre) que en todas las tiendas tenían juegos también de segunda mano, curiosamente esa cadena de tiendas tenía otra exclusiva para juegos y tenía los mismos pero todos más caros.

    En mi caso como estuve en varias ciudades (Osaka, Kobe, Kyoto, Yokohama y Kanazawa en el último viaje) pues tuve la suerte de hacer un poco de tiendeo en cada una, la próxima vez con los críos será imposible, iremos al Universal de Osaka al mundo de mario la próxima, así que ni tan mal jeje

  19. matraka14

    Nakano broadway necesita su mención particular. Lo visité hace un año clavado. Me pareció un lugar absolutamente decadente, los restos de lo que algún día fue un sitio moderno y vivo pero que ahora abre a las 11am sin demasiada prisa dada la falta de actividad, con galerías hechas polvo carentes de espacio y de luz natural. Pero una vez ves las cosas que puedes encontrar… me pareció mucho mas espectacular que todas las luces y ruidos de akihabara el cual tiene su propio tipo de decadencia.

    Fue un gran viaje, uno que me confirmó que japón sigue siendo asía, para bien y para mal.

    Si vuelvo probablemente me centraría en visitar espacios mas rurales, visité tokio, kioto, hiroshima y osaka con varias excursiones por la periferia de las mismas, pero me quedé con ganas de meterme de lleno en los bosques sin atracciones turísticas.

    Mención especial al museo ghibli que fue un cambio de tono muy agradable, la visita es corta pero merece la pena.

    Eso si, no me quedaría a vivir en ese país ni a punta de pistola.

  20. TLVqueer

    Mi afición por los videojuegos nació en los recreativos de barrio. Jugar a Shinobi, Golden Axe, Street Fighter I y II, Final Fight, Tetris, Gals Panic o Pang en bares y salones recreativos de finales de los 80 y principios de los 90 marcaron mis gustos en videojuegos.

    Hace 5 años viajé a Japón y pude comprobar de primera mano que la cultura del recreativo está muy viva allí. Con muchas innovaciones (tarjetas de memoria, cartas …) pero en esencia lo que aquí vivimos en los 80.

  21. Porcellino

    He estado dos veces de viaje en Japón. La última, estas últimas Navidades y Nochevieja. En mi primera vez, hace doce años, hice una incursión más superficial por el barrio eléctrico. En esta última tuve la oportunidad de gastar unas cuantas horas en Akiba y aledaños, incluso paseándola solo como una ciudad casi fantasma en la jornada de Año Nuevo. Cumplidos ya los 40, os juro que me emocioné. De alguna forma, visitando los arcades de Sega y Taito, reconecté con una parte de mi educación sentimental, de muchas monedas de cinco duros gastadas en el Black Tiger, el After Burner o el Enduro Racer. Busqué un Out Run y solo encontré un Out Run 2 en el que echar un tiento, pero esos minutos para mí fueron un magdalenazo de Proust en toda la puta boca.

    Visité el Super Potato, claro que sí, y me eché un Pong con mi pareja en la planta de arriba. No colecciono, así que no me pudo la ansiedad del que lo querría todo y no lo puede pagar, pero sí hubo algo milagroso al descubrir que todos aquellos juegos que veía en la Hobby, la Mean Machines o la Super Play, con sus carátulas preciosas, existían de verdad. Como decía alguien por aquí, también pude probar al fin la Virtual Boy. Cualquier tienda tiene algo de museo para el occidental.

    Percibí claramente lo que concreta Albert. La presencia del videojuego en los espacios públicos que aquí ya no conservamos. No me refiero a las partidas en el móvil en el autobús, sí a los salones en los que podíamos jugar y ver jugar con igual gozo.

    Mi única compra de videojuegos no fue retro, sino la edición física de Okami para Switch. De Japón lo que hay que llevarse es un daruma y pintarle un ojo al regreso a casa pidiendo poder volver de nuevo.

  22. javichailet

    Cómo te dije en Twitter esto es espectacular Albert, pero ¡todavía no habéis subsanado el error! Porque entiendo que querías decir «pude»

    ni siquiera puede llegar a hacer el truco de los barriles,

    Editado por última vez 8 julio 2020 | 20:11