Con tantos lanzamientos de alto nivel durante los últimos años resulta casi imposible publicar tu juego y que su fecha de salida no esté próxima a la de uno de esos juegos capaces de monopolizar la conversación durante semanas. Solo tenemos que preguntarle a Aloy, protagonista de la saga Horizon, cuyo primer juego se publicó a escasos días de Breath of the Wild, su expansión diez días tras Super Mario Odyssey y, como guinda del pastel de la mala suerte, su secuela solo una semana antes de Elden Ring después de que From Software retrasara un mes la publicación de la esperadísima colaboración entre Miyazaki y George R. R. Martin —eran otros tiempos, sin duda—. Aloy no está sola en esto, cierto monarca persa ha vivido un gafe similar durante el último año y medio: cuando Evil Empire anunció el acceso anticipado de The Rogue Prince of Persia se topó con la sombra de un (super)gigante como Hades II, pero por si fuera poco el anuncio del lanzamiento de su versión 1.0 fue completamente opacado por la irrupción de Hollow Knight: Silksong durante la semana de la última gamescom. Estas coincidencias son fruto de una fortuna más o menos desfavorable, pero la suerte es un elemento más a tener en cuenta para afrontar el complejo camino que tenemos por delante una y otra vez —tanto en la vida como en el propio juego—, al menos hasta que logremos que el arrogante príncipe salve su querida Persia.
Pese a que lo que hacemos en The Rogue Prince of Persia durante sus primeros compases y tras quince horas de juego es en cierta forma lo mismo, la diferencia entre el fangoso inicio y el vibrante fluir cuando somos quienes deciden el rumbo es abismal. Es un progreso bien medido y que se ajusta a la perfección al viaje del héroe de este joven príncipe, construido con todos los defectos que uno puede imaginar de quien se sabe en la posición más privilegiada de su reino, tanto por ser el heredero como por contar con un misterioso objeto que le permite volver a la vida si algo sale mal. Gracias a esto, y a la intervención de una enmascarada que hace las veces de ese personaje mágico y sobrado de conocimiento que guía al protagonista al inicio de su aventura.




A partir de este punto solo queda lo más sencillo: enfrentarse a todo un ejército invasor que está infectado de arriba a abajo por una magia oscura que ni el líder enemigo ha sido capaz de dominar. Lo haremos una y otra y otra vez mientras conseguimos rescatar a ciertos personajes y ponerlos a salvo de la masacre, lo que nos permitirá desbloquear multitud de elementos de cara a las siguientes runs cada vez que volvamos al campamento base tras morir. Un bucle que tras cada nueva vuelta aprovecha la erosión previa para avanzar más lejos, prolongando el ciclo y permitiéndonos descubrir cada vez más cosas esenciales para el triunfo final.
Que nadie se preocupe si durante los primeros compases de The Rogue Prince of Persia se topa con un muro que parece insalvable. Parece que nos falta potencia para enfrentarnos a todo un ejército, los secretos del escenario no dejan de convertirse en palos para nuestra rueda, todo progreso parece torpe e inútil y si llegamos a un jefe final parece que no logramos hacerle ni cosquillas. Por suerte, no tardaremos en erosionar ese muro y empezar a fluir a través de los bien confeccionados niveles del juego; un progreso tanto por el descubrimiento de pistas que hacen avanzar la trama como a nivel de gameplay, ya que tanto nuestras posibilidades en combate como la soltura del movimiento no dejan de crecer y crecer.
Francia es la cuna del parkour y se nota. Existe un antes y un después en el juego muy claro y a la vez difícil de detectar si no nos paramos a pensar en ello, ya que sin darnos cuenta habremos dejado de avanzar a trompicones y habremos empezado a recorrer el mapa de punta a punta en un movimiento constante que bien podría definirse como una acompasada danza entre el príncipe y su entorno, aprovechando el entorno para avanzar en vez de verlo como un obstáculo, sorteando las trampas sin siquiera perder tiempo en reconocer su presencia y esquivando a los enemigos con una facilidad pasmosa. Son varios los elementos alquímicos que podemos incorporar a nuestra run para lograr combos demoledores, desde fuego hasta veneno —hay varias builds que permiten crear un mar de llamas azules bastante útil—, pero si hay un elemento que encaja con el príncipe es el agua.




Igual es problema mío tener asociado a la figura del Príncipe de Persia la inclemente arena del desierto, pero pensar en su versión de The Rogue Prince of Persia como una suerte de paladín del agua hace que lo vea con otros ojos. En ambos casos, tanto la caída de la arena como el flujo del agua, todo tiene que ver con el paso del tiempo, de ahí que ambas funcionen tan bien con la IP; el género escogido para la hasta ahora última entrega para este personaje de hecho también encaja perfectamente con la manipulación del constante paso del tiempo, una pequeña trampa muy útil para que podamos repetir una y otra vez los mismos días hasta que logremos salvar el reino. Este objetivo final no consiste solo en llegar al final del camino y vencer al jefe final, que también… y a la vez no, sino en apagar los fuegos que encontraremos por todos los niveles: rescatar a quien nos ofrecerá mejores armas o vestimentas; localizar a nuestra madre, quien lideró al ejército hasta el final; salvar a nuestro hermano de su funesto destino; encontrar inesperados aliados en territorio enemigo o descubrir qué papel juega el agua a la hora de paliar la enfermedad que ha irrumpido en el reino.
Más allá de las sensaciones, algún que otro puzzle o su importancia en ciertos escenarios, el agua en The Rogue Prince of Persia es ese amigo fiel que aparece al principio de cada nivel para recibirnos con un cálido abrazo. Y con unos esenciales puntos de vida que serán clave para alargar un poco más la run, eso también. Un refrescante trago de la fuente y a seguir corriendo, que Persia no va a salvarse sola. También podremos encontrar objetos que nos aportan vida, también recipientes con agua, en cofres y tiendas, todos ellos pueden consumirse en el momento o podemos dejarlos para más adelante. El componente estratégico que entra en juego cuando ya hemos dominado las nociones básicas del juego es esencial para aumentar nuestras opciones, ya que no siempre es buena idea curarnos nada más empezar un nivel, puede que incluso hayamos llegado con la vida casi completa y nos convenga más regresar con los bien colocados portales tras haber limpiado el mapa o habernos atascado en una zona repleta de pinchos —durante el tramo intermedio de mi partida el escenario fue, sin duda, el enemigo más exigente.
No se puede entender The Rogue Prince of Persia sin su combate y que nadie piense que su escasa presencia hasta ahora se debe a que es la parte floja del juego, ¡todo lo contrario! Puede que al principio parezca que con machacar el botón de golpear y estar atento para alternarlo con el de la esquiva ya vale, pero por suerte esta parte del juego ofrece mucho más. Tanto por los retos que plantea el enemigo, por el conjunto de movimientos de cada oponente como por las condiciones limitantes del espacio en el que nos encontremos, como por las respuestas de las que disponemos en función de todo lo que podemos portar en cada run: un arma del bastante profundo arsenal que iremos desbloqueando —dagas, lanzas, una olla, espadas y todo tipo de objeto contundente y/o punzante con el que abrirnos paso, todos ellos mejorables y con una condición concreta para lograr un golpe crítico—, una herramienta que aporta variedad a nuestros recursos en combate —la mayoría son armas, pero algunas pueden ser útiles para realizar ataques en área, otras para sumar el desplazamiento a nuestro combo— y una serie de emblemas que condicionan y mucho la partida al mejorar nuestro ataque, otorgarnos más dinero o permitiéndonos morir una vez sin tener que reiniciar la run.




Hay varias formas de sortear la muerte y todas ellas son más que bienvenidas de cara a superar el que para muchos ha sido el gran obstáculo de The Rogue Prince of Persia: el segundo jefe final, quien la primera vez que aparece en la partida acaba con la vida de nuestro hermano. Llegado el momento este combate se volverá sencillo, tenemos la ventaja de regresar a él después de haber repetido y repetido y repetido el camino hasta volvernos mucho más fuertes y se nota. Por suerte, la recta final del juego tiene otras formas de complicarse para que el viaje no se convierta en un paseo y una vez nos creamos capaces de dominarlo todo sin sudar tendremos a nuestro alcance una serie de opciones para aportarle picante a la receta y alejar la monotonía de las siguientes incursiones en el reino. El final no es el final de la misma forma que la muerte del príncipe no supone un game over. Está en nuestra mano descubrir cómo romper el ciclo y devolver Persia a lo que fue antes de la invasión, aunque parezca imposible. Pero nada es imposible hasta que no lo intentas, sobre todo para un príncipe ataviado con un colgante capaz de impedir su muerte.
Puede que los personajes de The Rogue Prince of Persia sean un poco más pequeños de lo que cabría esperar, pero esta decisión favorece la rápida lectura del escenario por muy raudo que sea nuestro desplazamiento por el nivel. Además, permite que la escala del escenario sea más imponente, dando espacio para que el arte del juego brille. Eso sí, por muy bonito que sea el mundo de The Rogue Prince of Persia donde más destaca el apartado artístico es en su banda sonora. Recomiendo a quien juegue a lo nuevo de Evil Empire que se permita un momento de descanso y sin pausar el juego disfrute de la música, sentado como el príncipe para que todo se deposite en su lugar antes de lanzarse de nuevo al combate.
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