Un análisis de ❝Blippo+

El primer contacto será televisado

La joya de la corona de Playdate es un ambicioso experimento que mezcla videojuegos, cine y arte escénico para contar una intrigante historia de ciencia ficción.

La semana pasada, después de uno de esos días tan largos que solo deseas derrumbarte en el sofá y apagar el cerebro, me derrumbé en el sofá con la sencilla intención de apagar el cerebro un rato. Dispuesto a hacer zapping un rato, sintonicé Blippo+ y empecé a navegar por sus canales. En TDN, la Red de la Dilación Temporal, emitían Teletón Exquisito, el programa en el que el afamado escritor Renzo Sixlove improvisa poemas usando las palabras que el público sugiere por teléfono. En MWT, el Teatro Microondas, Subrutinas ofrecía su Ejercicio Planetario Completo, en directo desde Montelevisión. En BPS, el Sistema Público Blippiano, Gidget Gadget presentaba Palique, su programa de entrevistas. En MSTV, el canal principal, ponían un avance de la nueva entrega de El trillón de guerreros, la serie de películas más popular del planeta Blip, y después un episodio de Punto muermo, el programa en el que adolescentes blippianos exponen su punto de vista sobre los acontecimientos más candentes del planeta Blip. En TVX estaba Clone A Trois, una telenovela sobre un hospital y los clones que trabajan (y se enamoran) en él. ¿Y cómo no querer perderse en el Femtofax, esa mezcla de Teletexto y servicio de mensajería en el que gente de todo el planeta Blip comparte sus pensamientos, ruegos, deseos y preocupaciones? Dos horas después, dos horas más dentro de ese día largo y agotador, acabé quedándome dormido delante de la tele; cuando me desperté, Neomie Lifto comentaba los cotilleos más recientes de Blip en Informe Cotillón. Pillé el programa empezado y ya no me enteraba de nada, así que me fui a la cama.

Recuerdo con cariño esta primera experiencia somnolienta de Blippo+ por cómo potenció las cualidades psicodélicas de esta indescriptible experiencia, «una película de ciencia ficción de seis horas, disfrazada de red de televisión, disfrazada de videojuego», en palabras de una de sus responsables. Es una definición muy precisa. Blippo+ se presenta como la red de televisión pública del planeta Blip, en el que, un día, la comunidad científica hace un descubrimiento impactante: debido a una anomalía de la que hasta el momento no se tenía constancia, se ha generado un pliegue en el espaciotiempo a través del cual reciben una débil señal de un planeta «en el otro extremo de la galaxia», un zumbido grave que en poco tiempo les lleva a deducir que la emisión de Blippo+, la red de televisión pública planetaria, está filtrándose a través de las grietas de este inusual fenómeno cósmico. En otras palabras: los aliens existen, parece que también tienen pedés (el dispositivo que se usa en Blip para ver la televisión) y todo indica que están viendo Blippo+.

Ese público alienígena que cotillea la tele pública de Blip a través de un pliegue en el espacio tiempo soy yo, eres tú, es cualquiera que se asome a Blippo+ a través de su pedé, esto es, de su Playdate, la excéntrica consolita de la manivela, donde esta extraordinaria fiesta audiovisual de ciencia ficción se emitió originalmente, dividido en once paquetes de contenido que se emitió en once semanas. Cada siete días, la programación de Blippo+ cambió con nuevos programas que seguían los últimos avances del Proyecto del Pliegue, gracias al cual la comunidad científica blippiana aspiraba a atravesar físicamente el pliegue, enviando una expedición en misión de reconocimiento al otro lado de la galaxia. Tuvo que ser una experiencia realmente genial; en mi caso, he podido jugar a la versión de Steam, donde los once «capítulos» (las once semanas de programación que en Playdate se fueron ofreciendo poco a poco) se pueden explorar sin tiempo de espera, avanzando por los canales a medida que cumples ciertos objetivos de visionado y recibes nuevos paquetes de contenido. Jugar a Blippo+ es simplemente eso: ver la tele, hacer zapping por una serie de canales de televisión que reproducen su programación en bucle, hasta que has visto suficiente para desbloquear el siguiente set de programas y puedes ver más tele.

Es una experiencia que mezcla lo pasivo del audiovisual clásico con una interactividad heredada no de otros videojuegos FMV sino de la televisión, de la forma en que interactuamos con la guía de programación del Movistar+. Pero la televisión del planeta Blip no es como la de la Tierra; puede parecerse, al principio, cuando su marcada estética ochentera (producto de Telefantasy Studios, una agencia creativa formada alrededor de un estudio de televisión completo de principios de los 80 restaurado y operado por su directora, J.J. Stratford, que también dirige el vídeo en Blippo+) te lleva a enfrentarte a estos programas como parodias de lo que vemos en la tele en nuestro mundo real. Los culebrones, los cotilleos, los noticiarios, las series infantiles en stop motion; son versiones desquiciadas de nuestra televisión, pero poco a poco queda claro que no hablan sobre nuestro mundo sino sobre el suyo: sobre el planeta Blip, sus costumbres, su gastronomía, su relación con la adolescencia, con la ciencia, con la sensualidad. En la sociedad blippiana, más avanzada que la nuestra en muchos aspectos, la televisión tiene una posición central; Ned Telson, una de las grandes personalidades blippianas, es científico pero tiene formación televisiva, y fue precisamente estudiando el funcionamiento de un receptor de televisión como desarrolló su gran descubrimiento científico, gracias al cual puede comunicarse con la consciencia de personas muertas… para entrevistarlas en su programa de Blippo+. Si somos capaces de asomarnos a su red de televisión es porque desde Blip emiten hacia el espacio, por si algún día otra civilización avanzada capta la señal y responde.

Cuando en Blip descubren que les están espiando —sin saber quién, exactamente—, se empieza a emitir un nuevo canal pensado no para blippianos sino para aliens, para que quien esté viendo la tele en ese momento conozca la historia, el vocabulario y la cultura del planeta. Pero en Blippo+ nunca (o casi nunca, y desde luego nunca más que muy superficialmente) ves el planeta Blip: solo ves sus platós, los decorados en los que graban sus programas, las imágenes y sonidos que ponen por la tele para entretener e informar a su población. Desde la ventana que nos ofrece Blippo+, el planeta Blip parece un lugar rarísimo, pero, ¿acaso algún sitio parece normal cuando lo miras el tiempo suficiente a través de una cámara?

He pensado mucho, mientras jugaba a Blippo+, en las veces que he dedicado tiempo a ver televisiones locales; suelo hacerlo cuando duermo en hoteles, tanto en España como fuera. La más reciente fue en Segovia, en agosto de este año; en el noticiario de La8 hablaron largo y tendido sobre algunos descubrimientos arqueológicos recientes, sobre la gira por pueblos de toda Castilla y León y más allá de un mago local, sobre las fiestas de Cantalejo, inminentes y muy esperadas. Durante muchos más minutos de los que habrían sido razonables en otra cadena, un reportero entrevistó a la reina de las fiestas y a sus damas, que expresaron su emoción por ocupar este año tan venerables puestos, y a los quintos, que explicaron —y demostraron— cómo se chiscan las trallas cuando se van acercando las fiestas del pueblo; contaron también cómo las trallas se usaban antes «para el ganado», y la reina contó que aunque la suya no era herencia familiar, sí la había preparado con ayuda de su abuelo. El reportaje cierra con una escena de veinte largos segundos en los que se ve a dos decenas de jóvenes chiscando sus trallas, dando latigazos al suelo mientras la cámara hace un paneo para abarcarlos a todos, para que ninguno se quede fuera. Lo que quiero decir es que si miras durante el tiempo suficiente un reportaje de La8 sobre las fiestas de Cantalejo, Cantalejo, Segovia o Castilla y León —quizá España entera, y puede que incluso Europa— se convierten en el planeta Blip, visto desde la ventana indiscreta de la tele.

Blippo+ te pone en bandeja esa sensación de extrañeza alienígena al ver una realidad completamente distinta, gracias a una imagen en la que hay algo de Paul Verhoeven y algo de Wes Anderson, todo ello visto a través de la lupa psicodélica de Valerio Lazarov. Los programas de Blippo+ son miniaturas, maquetas, atracciones de feria que permiten echar vistazos quirúrgicos y fugaces a distintas facetas de la vida en el planeta Blip; estos programas cuentan, así, la historia de un mundo parecido al nuestro, solo que nacido a cientos de miles de años luz de la Tierra, que de pronto se cruza básicamente por error con otro planeta con el que parece que es posible contactar, quizá incluso físicamente. Es una historia costumbrista y coral, cuidadosamente dispuesta a lo largo y ancho de una parrilla —y de una suerte de Teletexto alienígena— que por su propia naturaleza es incapaz de devolvérnosla de una pieza, y que por ello acabamos recibiendo desmontada y desordenada. Cada canal, cada programa, nos da las piezas de un puzzle que tenemos que ir uniendo según nos van llegando, inseparables del avance imparable de la programación televisiva; en Blippo+ puedes ver lo que cada canal está emitiendo en ese momento, y si no entiendes algo o te despistas y no escuchas una frase no te queda otra que esperar a que el programa se reponga: este planteamiento, estricto y que el juego respeta en todo momento, es perfectamente digerible gracias a la duración reducida de estos contenidos, que duran pocos minutos y se repiten lo suficiente como para que avanzar —especialmente cuando la historieta coge ritmo y ganas experiencia explorando la parrilla, automatizando rutas y gestos para sacar el máximo partido de tu tiempo de visionado; incómodo espejo en el que mirarse— no sea pesado ni repetitivo ni particularmente difícil.

Así, la fantasía de Blippo+ consiste, ante todo y sobre todo, en tomarse al pie de la letra la etimología de la palabra «televisión», es decir, ofrecernos la posibilidad de ver algo que está lejos; tan lejos que está en la otra punta de la galaxia. Es una fantasía sometida por completo a su disfraz, a esa interfaz extraterrestre que usas para navegar por los distintos canales y programas, una circunstancia que tiene pros y contras. Lo malo, por ir al grano, es que respetar la lógica interna de la interfaz implica necesariamente sabotear algunos elementos que harían que Blippo+ «contara algo» de forma más evidente; lo he creído ver sobre todo en el final, anticlimático porque no le queda otro remedio: anticlimático para ti y para mí, que lo vemos desde esta punta de galaxia, aunque es de suponer que desde allí, desde la otra punta, se viva de otra forma. En su versión de Steam y Switch, que como decía no depende de que los canales se renueven semana a semana sino que la vas desbloqueando a medida que «avanzas» por la programación —dos meses y medio de compromiso con esta historia y este mundo, un tipo de slow gaming realmente refrescante y del que en este port solo queda el guiño a la imagen de 1 bit, que se puede activar o desactivar a golpe de botón—, a veces hay momentos en los que para desbloquear el siguiente paquete necesitas ver un vídeo específico que quizá desvele algo importante; y aunque normalmente es más que posible rellenar esos pequeños huecos uniendo los puntos que has ido encontrando en otros programas, el juego necesita asegurarse de haber reproducido tal o cual contenido antes de permitirte avanzar. Es más que razonable: de alguna forma hay que organizar todo esto, y en realidad la que encuentra Blippo+ es interesante y funciona bien. Pero la disciplina con la que el juego abraza el paso del tiempo en la parrilla de canales se disloca un poco cada vez que los hitos arbitrarios con los que desbloqueas nuevo contenido te recuerdan que no estás viendo realmente la televisión de un planeta situado en los confines más remotos de la galaxia, sino una ficción, con sus personajes, sus normas y sus metáforas.

Pero la verdad es que mentiría si le diera a esta fricción más peso o importancia de la que tuvo en las seis horas que pasé haciendo zapping por los canales de Blippo+. Es uno de los experimentos más creativos, coloristas, alegres e inspiradores que he visto en mucho tiempo. Cada programa de Blippo+ es un derroche de imaginación, artesanía y producción, desde los jingles y logos de los openings hasta el vestuario, el guion o la actuación. Hay algunos programas de Blippo+ que me gustan mucho y otros que no me gustan tanto, y me he aprendido a resignar cuando mis favoritos tienen una semana mala (¡el siguiente seguro que está mejor!) y me he sorprendido cuando uno de los que no me suelen gustar tiene un episodio especialmente interesante o revelador. Me inquieta, y me encanta, que el final de Blippo+ termine igual que termina Movistar+ cuando dejas de pagar las facturas: cualquiera que fuera la historia que estabas siguiendo se acaba, las talking heads que te la estaban contando desaparecen, y ya. Me gusta mucho la inocencia y la meticulosidad con la que cada personaje va ganando cuerpo, nunca (vale: casi nunca) más de lo que se lo permite su limitado hueco en la guía de programación. Me gusta que Blippo+ cuente una historia sobre los grandes descubrimientos y avances y quién controla el acceso a ellos, quiénes están dentro y quiénes se quedan fuera de su disfrute y de la toma de decisiones alrededor de su gestión, todo ello visto aquí, por supuesto, a través de una lente que deforma la imagen, pero no el mensaje: el mundo que vemos en Blippo+ es alienígena, remoto, un poco ridículo, pero hay algo en los valores, ideales y ambiciones de los extraterrestres que vemos en pantalla (y en sus dudas, deseos y reivindicaciones) que nos resulta universal, que nos apela directamente, que nos anima a pasar a la acción; que nos convierte en parte inseparable de las millones de conciencias conectadas, aunque fuera un poco por error, a través de ese milagro doméstico y lleno de espinas que es la tele.

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