De cómo los superordenadores cambiarán los videojuegos si no nos matan antes

Hace poco más de un mes, Watson ganó a sus dos rivales en Jeopardy, el famoso concurso de televisión. Esto no tendría la menor importancia de no ser por un pequeño detalle: Watson es un ordenador. Brian Crescente lleva desde entonces sin poder dormir. Va dando vueltas y vueltas en su cama de cuarenta yardas preguntándose por qué cambiaron el diseño de Kotaku y qué pueden aportar estos superordenadores a nivel de videojuegos. De eso último habló ayer con Chris Butcher, ingeniero de Bungie, y aunque la charla resultó ser más breve y algo menos interesante de lo que me gustaría, sí es digna de mención. Lo más interesante de Watson coincide con lo que podría ser la primera aplicación en juegos: su capacidad para entender lo que se le pregunta. Como dice Butcher, los avances en procesamiento de lenguajes naturales nos acercan a un verdadero cambio en la interfaz de ciertos títulos y en la comunicación con los personajes en su interior. Después de haber visto por fin L.A. Noire en directo, la asociación está clara: ¿Y si el jugador preguntara al sospechoso directamente? ¿Y si decidiera también el tono? Sin listas de temas a elegir y sin ruedas para forjar tu personalidad. Hacerlo tiene que ser complicadísimo —¿verdad, Milo?—, pero imaginarlo no cuesta tanto. Y me gusta. Dice el de Bungie:

Los juegos empezarán a poder interactuar con nosotros en nuestro propio lenguaje. La combinación de procesamiento de lenguajes naturales, motores de preguntas y interfaces gestuales nos hará interactuar con experiencias virtuales como si fuesen extensiones del mundo real. Todavía habrá juegos de acción que usen mandos, que seguramente nunca desaparecerán. Pero incluso cuando el PLN se implemente, pasará tiempo hasta que veamos juegos con personajes que usen un lenguaje natural. Piensa en el tiempo que hemos estado peleando con el uncanny valley en la representación de caras humanas. Todavía no hemos empezado a tratar el equivalente a eso en la IA, el crear personajes virtuales que usen y respondan al lenguaje de una forma convincente.

Efectivamente, con la primera parte solucionada vendría lo más jodido: la comunicación en otro sentido. ¿Qué diría un asustado sospechoso cuando, en mitad de un acusación por homicidio, le preguntaras si sabe lo que es un dirty Sánchez? El problema gordo no está, seguramente, en la cantidad de respuestas similares a «¿De qué coño hablas?» ((Supongamos que decidimos no tirar por las conversaciones absurdas, por muy tentador que sea este futurista componente cabra basado en la palabra. Al fin y al cabo, «jugar bien» aquí sería algo totalmente distinto.)) que necesitaríamos, sino en respuestas más o menos largas que impliquen construcciones relativamente complejas. El maldito Watson suela poco más que dos palabras por turno, y aun así muestra una extraña obsesión por los clubes de motoristas y está a punto de confundir a Macaulay Culkin con Miley Cirus —cuando lo normal ahora sería confundirla con Falete—. Para una IA, entender a un humano es complicado, pero comportarse como tal lo es todavía más. ¿Nos vale con la primera mitad? Seguramente algo se podrá hacer a corto plazo, sí. Pero seguramente será una interacción tan limitada y guiada que tampoco requerirá una potencia de calculo como la del amigo Watson; que se vaya a Saber y Ganar, porque en los videojuegos no parece tener sitio de momento.