Análisis de Kinect Adventures

Muchas promesas, seguramente demasiadas, se hicieron con la cámara de Microsoft. Nadie nos preparó, sin embargo, para lo más sorprendente: también es capaz de leer nuestras mentes. O eso pensé yo cuando, al completar la primera prueba, al romper todas las maderas con las pelotas rojas ((No malpenséis.)), se desbloqueó el logro “¡Patata!”. Resultó que lo decía por las fotos que Kinect saca durante la partida y muestra al final de la misma. No se parecían a las que había visto hasta ahora en vídeos, conferencias y anuncios; sí, Xavi y yo también teníamos los brazos estirados y todo eso, pero en nuestras caras de absoluta indiferencia no había lugar para la sonrisa o la sorpresa. Kinect Adventures tiene un gran problema: no divierte. Puede que logre impresionar durante un tiempo al recién llegado y sus premios entre mini-juegos —transformarnos en orondos hámsters o bailar en grupo, por ejemplo— nos arrancarán alguna risa de patio de escuela, pero no tiene elementos que motiven a seguir jugando de forma sincera o duradera. Efectivamente, el problema está en el diseño de las «aventuras». Carambola, Río Abajo, Tapagrietas, Cumbre de reflejos y Burbujas son pocas y son aburridas, en mayor o menor grado. El descenso con la balsa gana algo de sentido a dobles por la necesidad ponerse de acuerdo a la hora de elegir la trayectoria o la potencia del salto —superior si brincan los dos—, pero la falta de variedad en el recorrido y en los objetivos de la prueba acaban por quemarla rápido. Lo mismo pasa con la carrera de obstáculos: el recuerdo de Humor Amarillo y las ganas de humillar al rival nos pueden la primera vez, pero no hay más que ver tras un único paso por línea de meta. Las otras no tienen excusa. Golpear balones simulando espasmos es tan poco interesante como siempre nos ha parecido al verlo en YouTube, tapar —con manos, piez y cabeza— los agujeros por los que se cuela el agua desde un habitáculo sumergido no es precisamente trepidante y recoger burbujas en estado de ingravidez se traduce en un paseo por el salón que ralla lo indecible. En veinte minutillos está todo probado y a partir de ahí toca repetir una y otra vez con cambios irrelevantes en la dificultad o la mecánica de recolección. Sí, nuestros movimientos se detectan casi siempre de una forma correcta —el ligero lag molesta menos que el constante temblor de los Avatares, pero ni uno ni otro evitan que lo habitual sea conseguir hacer el gesto que querías—, pero es que faltaría más. Decir que Kinect Adventures es bueno por eso equivale a decir que cualquier Sonic mola porque el erizo salta cuando pulsas A. Son los servicios mínimos de una experiencia interactiva, algo que se presupone y que se debe criticar cuando falla, pero no alabar cuando funciona ((O hacerlo al hablar del hardware, en todo caso. También lo haremos pronto.)). Yo no escribo las reglas. Poco importa, en cualquier caso, cuando este control, revolucionario o no, no está al servicio de un buen título. Y es que Kinect Adventures, no jodamos, no es una demo técnica; le guste o no, sea consciente o no de ello, es un juego. Uno limitado y escaso, que demuestra poco y entretiene durante menos de un día. [4]