
El año es 2006: Plutón deja de ser un planeta y el emperador Uriel Septim muere asesinado en una cloaca. Miles de jugadoras se enfrentan por primera vez a la particular cosmogonía que, la por aquel entonces joven e independiente Bethesda, lanza a nuestras pantallas con The Elder Scrolls IV: Oblivion. Recorrer las nueve ciudades de Cirodiil y sus territorios e interactuar con sus habitantes se siente como una revolución —sin serlo especialmente— para muchas, o quizás simplemente es uno de nuestros primeros contactos con un mundo que parece tener sangre, que parece palpitar, que casi, casi podemos oír respirar.
De alguna forma, Oblivion fue y es especial. Está mediado por la nostalgia, como cualquier cosa que sucediera más allá de antes de ayer, pero su romantización no es totalmente falsa: hablamos de muchas cosas cuando hablamos del Oblivion ahora forzadamente clásico. Sin duda hablamos de la fantasía que parece directamente volcada de la imaginación, hablamos de limitaciones técnicas que se convierten en estética, hablamos de errores canonizados, de inteligencias artificiales desquiciadas, de desquiciados personajes, del desquicie de enfrentarse a él con los ojos que tenemos ahora. Quizás hablamos indirectamente de las cosas que pudieron ser, de la industria del videojuego que nunca fue, de los juegos imperfectos que pudimos vivir.
En este camino labrado a ocho manos recorremos sendas que hemos reposado durante años, pero también labramos alguna nueva. Nos enfrentamos a la revisión de Oblivion desde el ahora acompañando a Marcelo García que intenta, de una vez por todas, jugar al original, mientras que Victor Martínez nos hablará de dos distancias curiosamente relacionadas, la irónica y la temporal. Y sin embargo también viajamos desde la memoria: Mario García se enfrenta y nos cuenta las grietas por las que se cuela lo extraño, mientras que yo exploro el mejor DLC de Bethesda, y puede que de la historia, Shivering Isles.
El año es 2025: el verano es el más caluroso de la historia y el emperador Uriel Septim vuelve a morir asesinado en una cloaca.
Monográfico organizado y coordinado por Clara Doña,
que también escribe esta introducción.