Análisis de Travis Strikes Again: No More Heroes

Travis Touchdown, otaku maníaco, está retirado; ahora vive en una caravana en medio del bosque, donde se dedica en cuerpo y alma a su actividad favorita: jugar a la consola. Mientras intenta olvidar su pasado como campeón de los asesinos, el pasado vuelve y le intenta asesinar a él: Badman, el padre de Bad Girl —uno de los personajes a los que Travis se enfrentó en el primer No More Heroes—, busca venganza. Algo sale mal en el fragor de la batalla y los dos acaban dentro de la Death Drive MK-II, el prototipo de una consola que no llegó a salir al mercado y que tiene, descubren, propiedades mágicas: a quien consiga completar los seis juegos que existen para la consola, de los que solo existe una copia en todo el mundo, se le concede un deseo.

A partir de ahí, Travis y Badman empiezan a trabajar juntos para completar los juegos, recuperar las Death Balls (la suerte de cartuchos en los que se distribuyen los juegos de la Death Drive MK-II, además de un posible guiño a Dragon Ball) y, en última instancia, devolver a la vida a Bad Girl. Este punto de partida le sirve a Suda51, ideólogo de Travis Strikes Again: No More Heroes (aunque no responsable de todos los mundos: cada uno tiene su director), para desplegar un arsenal de referencias, bromas, guiños, chascarrillos y, por qué no, también reflexiones sobre el mundo del videojuego y sobre la gente que juega, envuelto en un juego de acción mediocre y que en muchas ocasiones apenas llega a los mínimos necesarios para servir de base sobre la que armar una historia.

Desde los primeros compases del juego, desde el mismo tutorial, es evidente que la irreverencia que ha caracterizado desde siempre a Suda51 sigue estando presente en Travis Strikes Again. El combate, el ingrediente principal del juego, se basa en dos botones de ataque y cuatro habilidades que se pueden (y se deben) ir combinando para hacer frente a grupos grandes de enemigos, neutralizar a los rivales más fuertes o recuperar vida, entre otras cosas. Hay cuatro ranuras en las que puedes colocar las habilidades que vas encontrando durante el juego; «utiliza esa puta cabeza hueca que tienes para encontrar la combinación que mejor te vaya», te dice la doctora Juvenile, la creadora de la Death Drive MK-II, en el tutorial. Hay un sistema de niveles, pero el propio juego te invita a (como hacen los «verdaderos gamers») ignorarlo y seguir adelante sin preocuparte de los puntos de experiencia, algo no solo posible sino incluso recomendable. Toda la historia, como ya ocurría en los dos anteriores No More Heroes, juega en todo momento con la irrelevancia y el absurdo, y aunque la idea está ya un poco trillada (es algo que ya se exploraba en la primera entrega: los jugadores solo quieren entretenimiento, no que les cuenten nada, y de ahí que muchos diálogos fueran confusos y no parecieran querer llegar a ningún lado, o que incluso se llegara a hacer fast forward en algunos momentos cruciales de la historia), hay algo de la chispa por la que muchos jugamos a todo lo que hace Suda51: por ejemplo en los nombres de los enemigos, todos juegos de palabras (desde Cronenbug hasta Nouvelle Bugue: todos parten de la palabra «bug»), o en los «consejos» que recibes de vez en cuando, que te animan a no comer en cadenas de restaurantes, a o no ir de after («¡No se te ha perdido nada ahí!») o a apreciar las bondades de los juegos indie, más creativos, se dice, que las grandes superproducciones. (Aquí Suda51 aprovecha para celebrar algunos de sus juegos independientes favoritos, sobre todo, aunque no exclusivamente, a través de una serie de camisetas coleccionables con imágenes de Downwell, Nuclear Throne, Dandara, The Red Strings Club, Crossing Souls o Reigns, entre muchos otros.)

La estructura de la aventura es también interesante, y mezcla los juegos de la Death Drive con unas escenas de texto, tituladas Travis Strikes Back, en las que el protagonista viaja por todo el mundo siguiendo la pista de las Death Balls, enfrentándose a todo tipo de enemigos (desde viejos conocidos del universo de Suda51 hasta, qué sé yo, Drácula) y conociendo a personajes que le ayudan en sus peripecias. Todo es increíblemente estático, por cierto: «Este juego no tiene ni tiempo ni presupuesto para crear otro combate con un jefe», dice uno de los personajes con los que te cruzas en cierto momento. Los diálogos de estas escenas son siempre conscientes de lo que están haciendo, y se chotean con frecuencia de lo que la gente espera de Travis Strikes Again. «La mayoría de los jugadores han comprado este juego esperando acción a mansalva, ¿no te das cuenta?», dice Jeane, la gata de Travis. «No quieren un porrón de texto». Cuando un personaje está contando su historia, Travis le interrumpe y le pide que se reserve eso «para la próxima»: «Hemos generado demasiado texto. Los gastos de localización serán una locura. Así que no nos compliquemos. ¿Me pillas?» Son diálogos ingeniosos y que con frecuencia me han sabido arrancar una sonrisa; aunque acaban resultando algo más insustanciales de lo que podrían ser, estas escenas de texto se consiguen librar, por lo menos, de las frustraciones que plagan los mundos principales.

Aunque cada uno de los mundos tiene su gimmick único (uno está ambientado en un juego de carreras de realidad virtual; otro recuerda al primer Resident Evil; otro está sin terminar), la estructura básica acaba siendo la misma en todos los casos: recorres una serie de pasillos que interconectan áreas más amplias, aunque nunca demasiado, en las que se te presentan grupos de enemigos; mata y sigue adelante, hasta que encuentras un baño en el que guardar partida o un puesto de ramen en el que recargar energía; mata y sigue adelante, hasta que llegas al jefe, y fin. Siguiente.