The Last Worker

30 de marzo de 2023
PlayStation, PC, Xbox, Switch

Oiffy, Wolf & Wood Interactive Ltd // Wired Productions

En los almacenes de Amazon, se cuenta, las «estaciones de trabajo» de los empleados incluyen minijuegos diseñados para ofrecer un incentivo extra para realizar el trabajo lo mejor posible. «Los empleados nos han dicho que disfrutan la posibilidad de unirse a estos juegos», dijo hace un par de años un representante de la compañía, cuando se hizo pública la expansión de este programa, llamado FC Games y «completamente opcional»: cuando trabajas en el almacén, puedes jugar a cualquiera de los seis juegos, competir de manera anónima o no participar en los juegos, si lo prefieres. Se dice que hay quienes aprecian esta iniciativa; ayuda a aliviar «la repetición y el tedio» de hacer lo mismo durante tantas horas, diariamente. Pero también existe la sospecha de que puede ser la antesala de métodos de control y medición de resultados mucho más agresivos, blanqueados con la excusa del juego. Sabemos que el sueño de la gamificación produce monstruos; la sospecha parece razonable.

Tenía todo esto en mente cuando en The Last Worker tu jefe, Josef Jüngle («¿cómo no va a ser progresista, si tiene medio pelo de colores?», se dice en el juego; énfasis en el medio pelo: la otra mitad de la cabeza es calva), te propone participar en una simpática carrera para ver quién procesa tres paquetes en menos tiempo. Tú eres el último trabajador humano que queda en Jüngle, el trasunto de Amazon que en el universo del juego se dedica a «repartir sueños» entre una población humana cada vez más atrofiada y oprimida, así que tu rival es uno de los autómatas que poco a poco acabaron reemplazando a las miles de personas que un día compusieron la plantilla de la compañía. Es una carrera que desde el principio parece trucada para que la pierdas, quizá una estratagema del jefe, piensas, para deshacerse de una vez por todas del último ser vivo que trabaja en sus instalaciones. Uno de los minijuegos de los almacenes de Amazon se llama MissionRacer, y también va de recoger y categorizar paquetes tan rápido como puedas.

Como decía, The Last Worker va de buscar, categorizar y dar salida a paquetes en los almacenes de una gran compañía tipo Amazon. Durante tu turno (que afortunadamente dura unos minutos, en vez de doce horas), tienes que encontrar el paquete que se te ha asignado, comprobar su estado y llevarlo al punto de entrega; al azul si todo está bien, o al rojo si hay que reciclar el producto porque no pesa lo que se esperaba o su tamaño no es el correcto o si está en mal estado: de ser así, le pones la pegatina que corresponda con su tara y a la basura que va. Frente a ti van apareciendo reproducciones holográficas de la auténtica mierda, perdón por la expresión, que la gente compra: unas manos falsas para poner sobre la mesa en las videollamadas de trabajo; bolas de navidad con caras de emoji; una «Figura de Acción de Grizzly Man», con Herzog y un oso; gafas de realidad virtual para bebés; un muñeco del «Troll más grande del mundo» con la cara de Donald Trump y el culo al aire. ¿Por qué seguir trabajando ahí? Kurt, nuestro avatar, es un hombre que vivió una experiencia traumática en el pasado: su pareja, también trabajadora del almacén, huyó de allí años atrás, cuando se vio venir que Jüngle —en ese momento ya cada vez más automatizada, con más robots haciendo trabajos que antes hacían personas— no se iba a tomar bien su embarazo, cada vez más difícil de ocultar. Deprimido y sin esperanzas, Kurt se rinde a un trabajo tan deshumanizante que se parece más a una tortura; para colmo, acaba viviendo dentro de la incineradora donde acaban todos los paquetes que se descartan a diario en Jüngle, sin poder apenas andar, dependiendo de su «estación de trabajo» para moverse por los almacenes.

En esta estación de trabajo flotante recorres los niveles, primero simplemente para hacer tu trabajo y muy pronto para ayudar, un poco a la fuerza, a S.P.E.A.R., un grupo de activistas que necesitan a alguien que les ayude a terminar con Jüngle desde dentro. Kurt tiene que combinar, así, su día a día como trabajador de almacén con un inesperado papel de topo dentro de la compañía más grande del planeta, y cuanto más te adentras en las entrañas de las instalaciones más tenebrosa es Jüngle, y más oscuras sus intenciones.

The Last Worker hace todo lo posible para fusionar las partes más estrictamente gamey, las que representan tu rutina laboral, con otras que quieren ser explícitamente narrativas. El resultado es desigual. Que el juego esté tan claramente estructurado en «escenas» estancas, con un principio y un final, da lugar a algunas elipsis que no siempre están bien llevadas. Esto es menos evidente, y se consiguen mejores resultados, cuando te centras en el trabajo (cuando hay una rutina clara, cuando vas al almacén, se te presentan los resultados de la jornada y vuelves a casa; ahí los cortes casi son apropiados para representar la alienación extrema a la que está sometido, de manera voluntaria, Kurt), pero no le va tan bien a las secciones en las que te sales de los límites del almacén y exploras, ilegalmente, los rincones prohibidos de las instalaciones de Jüngle. Ahí se echan en falta soluciones menos drásticas que los cortes y las elipsis, que violentan momentáneamente la sensación de libertad de estar yendo más allá de lo que se te permite; se entiende su propósito narrativo, y por qué el director Jörg Tittel, que viene del cine y experimenta aquí con lo interactivo con buen gusto, ha llegado a estas soluciones: pero al final muchas resultan forzadas y antinaturales, o inconsistentes entre sí.

El planteamiento es bueno y aunque se permite algunas bromas de trazo más grueso que otras lo cierto es que las ideas más elegantes de The Last Worker hacen diana con una precisión sorprendente, con un rango tonal más amplio de lo habitual, seguramente más pronunciado en VR, donde el plus de inmersión no solo sirve de apoyo para el diseño de niveles (simple, no particularmente ambicioso, pero siempre agradable de explorar con la vista) sino que también se usa para añadir textura con detallitos que se pierden casi por completo jugando en la versión flat, como el espejo o la foto que Kurt lleva colgada en su estación de trabajo. Me cuesta menos recomendarlo en VR, donde le cuesta menos destacar, que de otra manera; se agradece la sátira, que además va bien dirigida, pero cuesta no tener la sensación de que las oportunidades desaprovechadas le pesan un poco más de la cuenta, o que la ficción del juego casi distrae de la realidad de estos almacenes, que muchas veces supera cualquier ficción distópica.

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  1. Koldo Gutiérrez

    Probé la demo en su momento sin conocerlo y me llevé una grata sorpresa, pero me generaba dudas si funcionaría como experiencia completa y más larga. ¿Qué duración aproximada tiene?

    Supongo que acabaré jugándolo algún día, pero me esperaré a hacerlo en VR, como recomiendas.

    1. Víctor Martínez

      @sabin
      A mí me duró unas cinco horas, está bastante bien!

      1. Koldo Gutiérrez

        @chiconuclear
        Sí, precisamente lo digo porque me temo que una experiencia más larga le podría perjudicar, dada sus características. Esa duración parece apropiada.

      2. Víctor Martínez

        @sabin
        Pues si lo juegas ya lo comentaremos, porque en este caso CREO que darse un poco más de tiempo le podría haber ido bastante bien. Quizá tener algo más de sistemas por debajo (el «juego» de mover los paquetes se me acaba quedando un poco superficial de más), pero igual también habría disuelto un poco los mecanismos más puramente narrativos; como fuere es interesante jugarlo y como poco no pierde nada de tiempo.

      3. Koldo Gutiérrez

        @chiconuclear
        Vaya, puede ser.

        El caso es que esa ambientación en entornos laborales estilo Amazon parece ser una nueva tendencia en los videojuegos, como este, Hi-Fi Rush o Flat Eye. ¿Has probado ese último?

  2. JM

    Pues este me interesaba tras su tráiler pero leído el análisis creo que me voy a esperar a una demo o rebaja.