Análisis de The Haunted Island – A Frog Detective Adventure

En su imprescindible texto La era del autor Iker Maidagan menciona a creadores como Lucas Pope, Davey Wreden o Steve Gaynor, entre otros, para hablar de los nombres que ayudaron a refinar el medio. A hacer de los videojuegos mucho más que juguetes en esteroides. Sin embargo, el artículo, que reivindica la calidad artística de la actual generación en la que faltan megatones tecnológicos, se deja arrastras por los mismos fallos que encontramos en la mayoría de textos culturales e históricos: el de la invisibilización sistemática de las mujeres y el de reducir la figura de autor a la de un hombre de éxito moderado, un genio cuasi visionario, en el que no importan sus experiencias previas o influencias dentro del videojuego independiente.

Y es que gran parte de la experimentación en el indie viene de las mujeres de la misma manera que el género documental, en el cine, está dominado por mujeres y minorías. Nadie puede poner en duda el enorme talento de Pope, Wreden y compañía pero, mientras ellos se centraban en revolucionar el lenguaje y las mecánicas, mujeres como Zoë Quinn, Nina Freeman o Jenny Jiao Hsia acercaban los videojuegos a nuevas sensibilidades y a temas como las enfermedades mentales y crónicas que, hasta el momento, no se habían mezclado demasiado con los juegos. Y no olvidemos, por supuesto, a genios como Anna Antrophy, capaz de hacer ambas cosas al mismo tiempo.

Esta hornada de desarrolladoras, rabiosamente jóvenes, autodidactas y con ganas de experimentar, ha inspirado a una generación de creadoras (muy cercana en edad) que se niega a poner límites estilísticos, narrativos o mecánicos a sus juegos. Una de ellas es Grace Bruxner, una desarrolladora australiana cuyo marcadísimo estilo visual y sentido del humor sirven como firma de cada una de sus creaciones. Sus pequeños juegos —que nunca superan la hora de duración— han recorrido el mundo (y los medios) dando saltos entre festivales independientes y muestras de arte. Bruxner es, sin lugar a dudas, uno de estos autores que quiere defender Maidagan y, con The Haunted Island – A Frog Detective Adventure, ha vuelto a demostrar que su arte es la comedia.

The Haunted Island es el primer título de lo que será una serie protagonizada por Frog Detective, una rana que, como indica su nombre, es también detective. Este caso la lleva a una isla privada en donde los residentes llevan dos semanas escuchando misteriosos sonidos procedentes de una cueva y, ante la falta de explicaciones racionales, han empezado a asumir que se trata de un fantasma. Desde el mismo inicio es evidente que la intención de Bruxner es crear espacios para introducir algunos de sus absurdos diálogos y no contar una historia o desarrollar un misterio. La creadora —a la que podría etiquetarse como una de las pocas voces del post humor en los videojuegos— es consciente de que necesita revestir de supuesta seriedad su planteamiento para que todo funcione y, por eso, se basa en la misma esencia de gran parte del género detectivesco: las historias de Sherlock Holmes.

Presentar elementos supuestamente sobrenaturales que posteriormente se revelan, gracias a la lógica, como un engaño, es una de las estructuras narrativas favoritas de Conan Doyle y la utiliza en historias cortas tan conocidas como la de El vampiro de Sussex. Bruxner recurre a este patrón tan reconocido para evitar intrigar verdaderamente al jugador y que este no entre al juego con más expectativas que las de echarse unas risas. La música inspirada en el cine noir envuelve las escenas en las que interaccionamos uno a uno con los diferentes personajes. Mecánicamente, The Haunted Island funciona como una aventura gráfica pero la realidad es que usa el género como una performance para obligarnos a hablar con cada uno de los personajes. Vehiculado a través de un único puzle clásico (de esos en los que necesitamos un objeto para conseguir otro objeto para lograr superar una acción), el juego no solo resulta gracioso sino que es otro ejemplo de las posibilidades humorísticas de un medio que, debido a su nacimiento ligado a la tecnología, se ha centrado demasiadas veces en la acción y sus vistosas posibilidades.

Grace Bruxner presenta The Haunted Island con su propio nombre, tal y como hacen los directores de cine de renombre y las grandes desarrolladoras. Es parte del gag recurrente que le lleva a autodenominarse como la «desarrolladora de videojuegos más increíble del mundo» o a hacer una pequeña (e hilarante) aparición en su propio juego. Pero en esta broma, la de la autoría, hay parte de realidad. The Haunted Island es un juego que solo se entiende viniendo de Bruxner, que solo podría haber escrito ella. E igual que la honestidad y sensibilidad de Quinn y Freeman inspiraron a Bruxner y muchos otros a tocar temas espinosos o autobiográficos en sus juegos, quizás ella anime a otras desarrolladoras a poner por delante la personalidad. A confiar que un buen sentido del humor es una base sólida para construir un juego [8].