Análisis de Lightning Returns: Final Fantasy XIII

En el debate de si debió o no existir GT, yo digo que sí. La mayoría de capítulos son un desastre, sin duda, pero el último justifica todos los demás: es un final mil veces más digno, con la visita a Krilin y demás, que aquella extrañísima fuga con Uub.

De excusas y despedidas también sabe un rato largo este Lightning Returns: Final Fantasy XIII. Más importante que su historia es el poder decir un último adiós al universo y sobre todo a los personajes de Fabula Nova Crystallis; vuelve la protagonista, como dice el título, pero no faltan Snow, Fang, Mogu, Sazh y compañía.

Este cierre de trilogía está marcado por el cariño —exagerado, a veces difícil de comprender, pero cariño al fin y al cabo— de Square-Enix hacia la muchacha del pelo rosa y por las críticas a la primera entrega. Si ya se tomó nota para Final Fantasy XIII-2, aquí se huye totalmente de la linealidad: con el sobrenombre de El Redentor, precisamente, Lightning pasea ahora por un mundo casi abierto, partido en cuatro grandes zonas que podemos visitar sin orden fijo. No están las cosas como ella recordaba, porque se ha tirado 500 años durmiendo mientras el Caos arrasaba ciudades y detenía el envejecimiento de sus habitantes. Interrumpe la siesta el Altísimo, el Dios Bhunivelze, que necesita a la muchacha para llevar almas a un nuevo mundo. Al de ahora, se siente, le quedan trece días.

Aunque se puede ganar tiempo completando misiones secundarias, la presión y la sensación de urgencia están siempre ahí. No es algo tan efectivo ni tan bien llevado como en Dead Rising, pero sí una apuesta decidida, hasta cierto punto arriesgada, con impacto directo en la estructura y el ritmo de Lightning Returns: Final Fantasy XIII: solo se puede acceder determinadas zonas, solo se pueden aceptar y completar ciertas misiones, a unas horas concretas. Se agradece esto cuando sirve para remarcar una exploración correcta, sin sorpresas, pero no tanto cuando equivale a rodeos, a trayectos que se repiten y a esperas absurdas porque necesitas cruzar una puerta que se abre de día o recoger un champiñón que solo brota de noche. Cuando el tiempo importa tanto, perderlo así fastidia más. Y a pesar de las ayudas puntuales en algunas áreas (el imprescindible Chocobo en las Marcas Salvajes), el sistema de habilidades divinas es muy estricto: tus poderes para congelar el tiempo unos minutos o teletransportarte, como los ataques especiales, consumen unos Puntos de Gracia (PG) que cuesta rellenar.

Cada golpe, hechizo o bloqueo gasta un poco de su correspondiente barra de energía, que se recarga cuando pasamos a otro arquetipo. No son combates por turnos, pero sí con esperas y estrategias. Es también esencial lo de aturdir a los enemigos, romper sus defensas al atacar de forma insistente y cumpliendo requisitos que varían en función del rival.

Si piensas llamar a tus hijos hack y slash es probable que hubieses preferido combos más profundos y un uso más atractivo de los timings —importan más en la guardia, para encadenar golpes basta con mantener pulsado el botón correspondiente—, pero no deja de ser un equilibrio muy funcional y bien pensado.