Henry Halfhead

16 de septiembre de 2025
PC, PlayStation 5 y Nintendo Switch
Lululu Entertainment

No son pocas las obras culturales que nos ofrecen un recorrido a lo largo de una vida. Es una buena forma de que disfrutemos de la frescura y el desparpajo de la infancia, ajena a ataduras y convenciones que terminarán por llegar y constreñir comportamientos —y ahogar sueños—, para después dar paso a cómo la rutina de la adultez lo impregna todo hasta que el ocaso de nuestros días nos ofrece cierto espacio en el que respirar de nuevo, lejos de las obligaciones laborales. Por suerte este modelo vital no es el único y contra él se rebela Henry Halfhead; tanto el juego de Lululu Entertainment como su protagonista homónimo.

Acompañamos a Henry desde su más tierna infancia, desde que salta de la cuna para descubrir el mundo a través de los objetos que empiezan a aparecer en su habitación. Podemos interactuar con ellos de forma directa, chocando con ellos, pasando por encima o como nos apetezca, ya que las físicas del juego funcionan tal y como se podría esperar de los distintos objetos en el mundo real. La gracia del juego, no obstante, radica en otro tipo de interacción: al igual que la gorra de cierto fontanero, Henry puede poseer casi todo lo que aparezca en pantalla: libros, juguetes, comida, muebles, calendarios, electrodomésticos, pompas de jabón, enchufes, semillas, piezas de puzle, lienzos, aviones de papel y un largo etcétera.

Henry Halfhead cuenta con un sistema de pistas que puede resultar útil, pero a la vez es totalmente prescindible. Con escuchar la agradable narración que comenta todo lo que hacemos es más que suficiente para saber qué debemos hacer… si es que nos apetece hacerlo en ese momento. Siempre podemos dedicarnos a experimentar qué ocurre si mezclamos ciertos ingredientes en la cazuela, qué nos cuenta cada libro de la estantería, probarnos un nuevo sombrero o intentar completar el puzle oculto en cada nivel; un puzle formado por varias piezas que una vez encontremos tendremos que poseer y juntar con el resto, claro.

Henry Halfhead nos transporta a distintos espacios y épocas de la vida de Henry con una solución tan ingeniosa como aparentemente sencilla; Henry es lo importante aquí, el centro de este universo digital y el resto de cosas hacen bien en orbitar a su alrededor. Pasamos de su habitación a su cocina para celebrar su cumpleaños, con una tarta que podemos poseer y comernos, tanto desde fuera como siendo la propia tarta; visitamos su colegio para toparnos con el primer intento de cortar nuestras alas creativas, nada como un profesor que coarte la expresión libre de une niñe que prefiere pintar un pato de otra forma, claro; tarde o temprano nos tocará arremangarnos —metafóricamente, ya que Henry es media cabeza, como indica su nombre, y carece de extremidades— y acudir al trabajo y, llegado el momento, el inexorable paso del tiempo hará mella en cómo percibimos todo lo que nos rodea.

En principio Henry Halfhead es un juego breve, de unas dos horas, pero su duración está completamente ligada a lo que nos apetezca disfrutar de su mundo, tan contenido como carente de límites. Si bien es cierto que hay una serie de acciones a realizar para que la trama avance, nada nos impide recrearnos en cada capítulo del juego, a excepción de una secuencia muy concreta que necesita arrebatarnos ese control para transmitir una sensación particular; algo que hace de lujo y que sirve como fuerza de tracción para propulsar el juego hacia una recta final aún más satisfactoria: nada como recuperar aquello que tanta felicidad nos dio cuando todo era más sencillo.

Parece difícil estropear un juego como Henry Halfhead con spoilers, pero si en el párrafo anterior no he sido más preciso es porque sí merece la pena vivir ciertos momentos sin conocerlos de antemano, aunque este se pueda ver venir. De hecho, también se puede anticipar cómo va a acabar un juego que nos invita a recorrer toda la vida de Henry, porque no hay sombra sin luz que la proyecte, la diversión gana presencia ante la ausencia de aburrimiento e irremediablemente si hay vida tiene que haber espacio para la muerte.

Reconozco que cuando comencé mi partida, una que finalmente ha durado bastante más de esas dos horas antes mencionadas, asumí que Henry Halfhead sería un juego entretenido en el que buscar interacciones divertidas y soltar un par de carcajadas mudas. No obstante, estaba equivocado. Hacía mucho que un juego en apariencia sencillo y con un mensaje prístino no me sorprendía tanto, no porque no imaginara hacia dónde se dirigía, sino por el fuerte vínculo que se forja con Henry y lo emocionante que resulta el último tramo de su vida. Soy una persona sencilla, si un juego me hace llorar no puedo evitar sonreír cuando los créditos llegan a su fin. 

La imaginación que guía nuestro ímpetu para explorar, probar, errar, formar un quilombo de aúpa y, sobre todo, divertirnos solo necesita un pequeño resquicio por el que colarse y así crecer hasta impregnar todo de una sensación liberadora. Muchos juegos que pueden ser tachados como infantiles de forma despectiva se encargan de recordarnos que no tenemos por qué renunciar a este disfrute, que dejar volar nuestra imaginación es algo tan humano que carece de sentido limitarlo a cuando las responsabilidades no lo teñían todo de gris. Henry Halfhead ofrece un parque de juegos espléndido, pero también nos recuerda que no todo puede ser entregar nuestra vida al trabajo, sobre todo para que cuando toque echar la vista atrás podamos hacerlo sin arrepentimiento y marchar en paz.

[ 8 ]

Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la universidad de lo de Cifuentes, Juan es una de las voces de NAT Moderada y ha colaborado en medios como BreakFast, Desayuno Continental y Cocinando Fandoms. Observador nato, le encantan los gatos y si algún día ves que te mira intensamente es porque quiere grabar un podcast contigo.