Análisis de Dead Rising 2

24 de septiembre. 11.00 PM

Otra vez comprobando que las sierras estén bien fijadas a la moto antes de empezar el concurso. Otra vez pensando que, tres años después de lo de Still Creek, la cosa sigue bien jodida; mi hija continúa necesitando un chute diario de carísimo Zombrex para mantener a raya la infección, para seguir jugando a Mega Man en su portátil. Necesito dinero. Pasta gansa. Y Fortune City es un buen lugar para conseguirlo si eres un ex-campeón de motocross. No me gusta esta mierda de Terror is Reality, pero se me da bien rebanar zombies con la moto. Me toca salir ya.

25 de septiembre. 02.30 AM

Los malditos infectados que guardan para el programa se han escapado y están por todas partes. De puta madre. Katey está bien, por suerte, y consigo llevarla a una sala de seguridad, junto con un pequeño grupo de supervivientes. En la tele dicen que el ejército vendrá en 72 horas. Su puta vida, eso es mucho tiempo. Necesitaré más Zombrex y algo me dice que Terror is Reality se ha cancelado. Ya que me toca recorrer los casinos y las tiendas de por aquí, utilizaré este walkie tan chulo para comunicarme con el refugio y buscar rezagados. Me llamo Chuck Greene y una voz en mi cabeza me dice que la situación le resulta tan familiar como la estructura de este análisis.

25 de septiembre. 3.25 AM

Nada más salir del conducto de ventilación me topo con una sala de mantenimiento, una especie de pequeño taller con toneladas de cinta adhesiva, un bate de béisbol y una caja de clavos. ¿Me están poniendo a prueba? Reviento cabezas putrefactas para abrirme camino hasta Modern Businessman; en realidad nunca me gustó la puta chaqueta amarilla de motorista. Me pruebo el esmoquin, pero finalmente me quedo sólo con la camisa y la americana, porque soy muy de tejanos. En la farmacia queda sólo una dosis de la vacuna que busco. Algo es algo. No estoy como para hacer cola, así que me cargo también a los encapuchados con palancas que tengo delante; no parecían muertos, pero seguro que tampoco tramaban nada bueno. De regreso al refugio, con la farmacéutica, me familiarizo con el mapa de Royal Flush Plaza. Tengo localizado ya el monopatín, pero creo que con esta densidad de cabrones no-muertos me va a servir de poco.

25 de septiembre. 07.00 AM

Le pongo la inyección a Katey a través del anorak y todo. WTF? En la tele están diciendo que yo dejé escapar a los zombis. Lo que me faltaba. Voy a buscar de dónde ha salido esa mentira. Y un café. Ay, Dios. Platinum Strip, la plaza que conecta las distintas zonas por las que me tocará investigar, parece el plató de Operación Triunfo, a petar de gente sin cerebro. Según Stacey, que sigue atenta a los monitores de la sala de seguridad, por ahí anda una pareja de supervivientes. Efectivamente, logro que Chad y Doris se reúnan. Se chocan y caen al suelo un par de veces antes de acertar con su abrazo. /facepalm. A continuación, sin embargo, me siguen con decisión y esquivan zombis con cierta soltura. Un icono con una puerta aparece sobre sus cabezas para indicar que están lo bastante cerca como para seguirme a la siguiente estancia —Yucatan Casino—. Eso está bien. ¿Y éste? Un borderline gordo e infantiloide dice que su tigre necesita carne fresca, viva. El pelaje del felino sibarita se ve un poco raro. No sé si se ha escapado de una jaula o de una PS2. Jeje. Me he hecho gracia, pero sigo con esa invariable expresión, mitad de tipo duro, mitad de dedo metido en el culo. Pero ojo, que el gordo no bromeaba y viene hacia aquí para hacer Whiskas conmigo. Doy gracias a Capcom por haber enseñado los guantes de boxeo con cuchillos pegados en algunas capturas. De lo contrario, ahora me estaría cagando en todo por no haber ido al lavabo a guardar partida.

25 de septiembre. 03.00 PM

Por fin me encuentro con Rebecca. Es la periodista a la que han engañado para señalarme como responsable de esta liada parda. Contrastar la información se le da peor que a un blogger de videojuegos, pero I would. Me salto un par de cosas para evitar spoilers.

25 de septiembre. 07.00 PM

Utilizan la misma cinemática que en Case Zero, pero con otro fondo, para indicarme que a los zombis les entra más hambre cuando se pone el sol. Esto, efectivamente, es el infierno. Pero me lo estoy pasando realmente bien.

Blue Castle Braaaaains

Efectivamente, Dead Rising 2 es un ejercicio de continuismo. La misma estructura de casos que nos obligan a ser puntuales —si llegamos tarde a una cita, perdemos la opción de asistir a todas las que siguen y nos tocará ver un final malo— y un paralelismo total con el percal de Frank West —en lo general y en aspectos concretos, como el atajo surrealista o el anti-americanismo de chichinabo— dejaban poco margen de maniobra a los canadienses. Seguramente es lo mejor, cuando un encargo conlleva tanta responsabilidad: el primer Dead Rising no es sólo un juego adorado por muchos, es también un título incomprendido y odiado por otros tantos. Intentar contentar a cuantos más mejor es la gran premisa de esta generación. De ahí el lanzamiento multiplataforma, los tres slots para guardar partida en lugar de uno solo, y las misiones secundarias de horario mucho más flexible. Sin duda, esta secuela es más accesible y menos agobiante que el original. Una presentación menos traumática —algo no necesariamente bueno— para los usuarios de PC y PS3 y un reto mucho más llevadero para los que ya disfrutamos del anterior título en 360. En parte por la experiencia, porque ya no tenemos la sensación de estar perdidos y superados —algo que me parece lógico e incluso coherente a nivel argumental, como decía hace unos días—, pero también por las mencionadas decisiones de diseño. A Blue Castle Games no se les ha ido la mano, por suerte, y mayor accesibilidad no equivale aquí a menor dificultad. Creo, de hecho, que he muerto más veces en Fortune City que en Willamette, básicamente por culpa de los psicópatas. Unos porque te pillan por sorpresa —ciertos mensajes en el walkie tienen una aplaudible mala leche— y otros porque son realmente complicados, la cuestión es que les vas a insultar bastante. Sus rutinas de ataque siguen siendo realmente exigentes, así que la táctica kamikaze —una buena arma cortante y batidos para recuperar vida cada poco rato— vuelve a ser, por suerte o por desgracia, la mejor opción. Hace cuatro años, esa simpleza en su diseño jugable se compensaba con su inmenso carisma, pero en esta ocasión no es tan sencillo. Sí, algunos de estos tarados están realmente conseguidos, como el hippy zumbado ((Epíteto.)) o Slappy, pero son mayoría los que están claramente por debajo del payaso o el encargado del supermercado. Me fastidian especialmente casos como los del mensajero ((Un día tenemos que dedicar un artículo a este entrañable gremio.)), con una genial premisa que no alcanza su potencial por cuestiones puramente estéticas —gráficas y artísticas—. A algunos les parecerá una chorrada sin importancia, pero para los que piensen como yo que estos bosses eran parte básica de la personalidad del primer título, es algo que jode. He soltado ya un par de collejas a los gráficos del juego, así que mejor aclarar el asunto antes de seguir. Cumplen sobradamente casi siempre y Dead Rising 2 sigue siendo una proeza técnica por la cantidad y variedad de enemigos en pantalla —que además sí han ganado en detalle— en un mapa mayor. Y con menos problemas de V-sync. Pero por la pobreza exagerada de algunas texturas, el retroceso en animaciones faciales y una iluminación poco convincente, me quedo con el aspecto visual del primer título, más limpio y sólido. Con todo, la gran novedad del juego es también su principal acierto: las armas combo. Hay una barbaridad, a cada cual más efectiva y divertida de usar. Ver cómo esos pobres desgraciados se acercan a un helicóptero de juguete atraídos por sus luces y sus sonidos sin tener en cuenta que hemos pegado machetes a las aspas o dejar que el que tiene la máscara de Blanka con un generador adosado vaya electrocutando a los demás, caminando a ciegas, son pequeños momentos impagables, de esos que vienen con sonrisa de regalo y magnifican el humor negro mucho más de lo que el flojo guión permite ((Me reí bastante, lo reconozco, cuando Chuck dice «I saw what you did there» después de una muerte con sierra de por medio. No sé cómo lo habrán traducido.)). La importancia de estas armas, sin embargo, va mucho más allá de los lulz. Sin la cámara de fotos son, después de los supervivientes salvados, la mejor forma de ganar puntos de experiencia para subir de nivel. Con esto logramos, otra vez, alargar nuestra barra de vida, ganar huecos en el inventario, aprender nuevas habilidades o desbloquear cartas de combo; podemos combinar todos los objetos desde el principio de la aventura, pero con estas cartas ganaremos muchos más puntos con el invento en cuestión. Por otra parte, las armas de fuego —o de hielo— ganan un poco de protagonismo con todo esto, y su control se ha mejorado ligeramente para celebrarlo. Fantástico el detalle de poder desbloquear estos multiplicadores —y aprender qué ingredientes mezclar— inspirándonos al ver carteles de películas que hay por ahí. La exploración del escenario se potencia con este tipo de cosas: ganamos experiencia aguantando en un toro mecánico y dinero jugando al golf virtual, entre otros muchos micro-juegos. También están las tragaperras, claro, que con algo de paciencia —y especialmente con la revista ((Para los novatos: hay un montón de publicaciones impresas que, si llevamos encima, como si fueran una arma más, nos dan ciertas ventajas: más resistencia para cierta gama de objetos, un extra de valentía para los supervivientes…)) adecuada— se convierten en una fuente inagotable de pasta. La gestión del dinero es también un buen añadido. Imprescindible para comprar Zombrex en las casas de empeño cuando no hemos podido conseguirlo en misiones secundarias ni hemos visto dosis bien escondidas por ahí —yo encontré sólo una después de saltar por unas cuantas lámparas—, un dolor de cabeza más a tener en cuenta. Una pena, en mi opinión, que la cosa se desvirtúe por intentar integrar el multijugador: el dinero que un anónimo concursante consiga en Terror is Reality, se irá al bolsillo de Chuck. Por lo demás, lo de meter más jugadores en una experiencia que demanda ser individual no está del todo mal resuelto. En cooperativo aparece un clon del protagonista que no se intenta justificar y sólo el anfitrión marca el curso del argumento. No hay ninguna acción concreta que requiera ayuda de un compañero, pero trocear zombis sigue siendo gratificante con alguien al lado y lo de duplicar el inventario ahorra tiempo. El competitivo, pasta aparte, está totalmente desvinculado de la historia. Cuatro jugadores participan en varias pruebas con el objetivo de ganar tiempo extra de cara a la final, más motos con sierras. Lo de rodar desde dentro de una bola gigante o disparar a los infectados que se dejan ver en un panel con varias ventanas están más en el terreno de lo correcto y entretenido que en el de lo bueno y divertido, pero hay que tomárselo como un añadido. Dead Rising 2 no es mejor juego que Dead Rising, pero sí una secuela más que digna y un reto superado con éxito por parte de un estudio que seguro ya está trabajando para convertir la saga en trilogía. Aunque no soluciona todos los problemas del primero, no brilla como él en aspectos concretos y falla, creo yo, al presentar el obligatorio giro en el tramo final, mantiene con cierta valentía una base muy bien pensada y se le perdona mucho por todo lo que aporta la novedad de las armas combinadas. Unos quieren descubrir lo que hasta ahora era una exclusiva de los otros, y muchos de esos otros se mueren —jojo— por más. Y Capcom ha sabido esperar lo suficiente como para que la repetición de una fórmula arriesgada no se convierta en un más de lo mismo ni siquiera durante la obligatoria segunda partida. [8]