Análisis de Call of Duty: Ghosts

Pudo achacarse a la suerte una vez, dos, a lo sumo, pero la rotundidad con que la fórmula Call of Duty funciona todavía, a pesar de los tropiezos (ya habrá tiempo de hablar de ellos), tiene ya más que ver con el buen hacer que con la casualidad. Es difícil que no le venga a uno a la cabeza otro caso de éxito de Activision que acabó desgraciado por pura repetición: a Guitar Hero y su esqueleto impecable se les gastó el amor de tanto usarlo, pero hasta el final supo tenernos a todos enganchados. Repito: no tenía especiales ganas de jugar a Ghosts, pero ahora mismo, mientras escribo esto, tengo la consola encendida, esperando a jugar otra ronda; entre Duelos por Equipos he pasado los últimos días, echando partidas esporádicas o dedicándole varias horas seguidas en función de cuánto tiempo he tenido disponible. Puede que la vida ya no sea eso que pasa mientras juegas a Call of Duty, pero desde luego sigue teniendo más tirón que la mayoría. Por eso, pueden colgarse una medalla.

Hablaba antes de tropiezos, y Ghosts tiene varios de esos. Puede que sea por su condición de primer Call of Duty de la próxima generación, por eso de tener que jugar a dos bandos, con las consolas viejas y con las nuevas, pero da la sensación de que Infinity Ward ha dedicado más tiempo a darle un lavado de cara superficial a su multijugador en lugar de añadir novedades sustanciales. El Pick 10 del año pasado deja paso a un sistema de perks que parece tener miedo a repetir términos, y acaba pareciendo menos nuevo y menos definido; las rachas se vuelven a las bajas, un cambio que no me hace especial gracia (era más amigo de los puntos, especialmente cuando la inmensa mayoría del tiempo de juego se dedica a Duelo por Equipos) pero que tampoco resulta dramático; los mapas lucen menos que en otras ocasiones, por algo que ya mencionó Pep el año pasado pero que esta vez es más acentuado: los que lleven varios Call of Duty a sus espaldas tendrán déjà vus casi constantes, y los más picajosos (¡culpable!) quizá no reciban con muchas ganas las soluciones tan parecidas que los diseñadores de niveles encuentran para áreas similares, en las que la intención se entiende más de una manera intelectual y desapasionada que de la manera visceral que se le pide a la serie. Las mismas habitaciones elevadas pensadas para atacar desde lejos tienen los dos mismos accesos, ofrecen visión a las mismas zonas abiertas y tienen los mismos puntos débiles para que el campeo indiscriminado no sea posible: como ejercicio de diseño de niveles para un multijugador competitivo tiene fuerza, pero cuando juegas cuatro partidas en cuatro mapas distintos y los cuatro parecen el mismo la cosa pierde fuelle.

El interés de las no tantas horas que, por suerte, dura la historia sigue estando en la espectacularidad de las escenas que van dándose a medida que avanzamos; es un interés relativo, no tanto porque sea un mal modo para un jugador como porque sea más de lo mismo, de una manera que el multijugador puede permitirse más que la campaña: la mayoría de cosas que hace Ghosts ya están ampliamente superadas, y la manera en que el juego penaliza cualquier intento de salirse del camino estrictamente marcado es frustrante y está bastante anticuado. ¿Quieres pararte a mirar ciertos detalles de una escena que está ocurriendo mientras tu grupo avanza a toda prisa? Lo sentimos mucho: la pantalla se emborrona y un mensaje te avisa de que te has alejado demasiado, devolviéndote al punto de control más reciente. Ocurre en escenas en las que tiene cierto sentido, pero también en otras en las que el escenario parece pedir algo de exploración, algo no especialmente común en una campaña que se erige sobre pasillos, enemigos idiotas y un perro que sirve como gimmick y poco más.