Primeras impresiones de Kirby Triple Deluxe

Es habitual que tenga que ser Nintendo la que aproveche sus propios inventos, quizá porque al resto no les sale a cuento intentarlo. Igual que absorbe los poderes de sus enemigos, a Kirby se le da muy bien hacer de camaleón e introducir en su ADN las peculiaridades de las consolas en las que sale: se adaptó a lo táctil en DS con muy buenos resultados, y, mucho más conservador, introdujo el wiimote cuando le tocó, en Kirby’s Adventure Wii. En mayo sale Kirby Triple Deluxe, el primer juego que protagoniza la bola rosa en Nintendo 3DS; aquí toca meter, claro, el efecto de profundidad para expandir su diseño de niveles en una dirección que mantiene intactas las señas de identidad de la serie.

Quizá sea porque nació como personaje provisional (de ahí que sea tan simple; al final, Sakurai decidió mantener el diseño —una bola con ojos y boca, blanca en el primer juego de Game Boy por limitaciones cromáticas—, y ahí tenemos a nuestro héroe: tan mutable, tan lleno de posibilidades), pero a Kirby le sienta bien todo. En este caso, ya digo, la cosa se mantiene tradicional: dos botones se reparten todas las tareas (saltar, volar, absorber, atacar), y el resto es lo que conoce cualquiera que haya jugado alguna vez a un Kirby. Con un pequeño giro: los niveles tienen dos niveles de profundidad, y para completarlos tenemos que ir saltando de uno a otro, usando las estrellas que aparecen en ciertos puntos.

El primer mundo, el que jugué, no me dio más que para intentar adivinar hasta dónde pueden llegar con esta idea. Me dio la sensación de que tan lejos como quieran: los primeros niveles, para que nos vayamos acostumbrando a los viajes entre profundidades, colocaban las estrellas en puntos imposibles de ignorar; nos obligaban, casi, a encontrar todos los coleccionables (los diamantes, el principal y con el que desbloqueamos los niveles secretos —esto es más suposición de lo que querría: jugué a la versión japonesa, así que los textos eran un misterio para mí—, pero también los llaveros pixelados, que no parecían tener mucha más utilidad que hacer bonito, ¡pero qué bonito!), manteniendo el desarrollo todo lo lineal que podían. El último par de pantallas ya complicaban un poco las cosas: algunas estrellas eran menos accesibles o estaban escondidas, y algunos diamantes nos exigían explorar un poco más el escenario, en lugar de ser un objeto más que se nos cruzaba en el camino. Ya digo: pueden llegar tan lejos como quieran, porque el esqueleto del juego, como el propio Kirby, es suficientemente sencillo como para absorber tantas ideas de diseño como quiera, y transformarse en algo tan complejo como quiera. Lo vimos en Kirby y el Laberinto de los Espejos, quizá mi favorito, un juego enorme y considerablemente menos sencillo que otros de la serie.