A propósito de This is a True Story

Una taza de café

El juego de Frosty Pop nos traslada hasta África para conocer de primera mano la historia de una mujer y su aventura cotidiana para hacerle un café a su gente.

A Raven Monologue es un juego breve. Su duración no es ningún problema; todo lo contrario: dura justo lo que el juego necesita para contar lo que se propone. Desarrollado por Mojiken —el mismo estudio que firma A Space for the Unbound—, desvelar lo que sucede en el viaje de su peculiar protagonista podría estropear la experiencia a futuros jugadores; no obstante, describir que esta criatura realiza un recorrido de ida y vuelta no destripa nada. Avanza hacia la derecha, regresa a casa cuando se desplaza a la izquierda y, en cuestión de escasos minutos, cuenta una historia redonda y con el punch emocional justo.

En el catálogo de Netflix podemos encontrar una propuesta que guarda cierta similitud con A Raven Monologue: This is a True Story. El título de Frosty Pop puede completarse de una sentada y su protagonista también realiza un viaje de ida y vuelta: avanza hacia la derecha hasta alcanzar su objetivo, para después desandar lo andado en dirección contraria y así regresar a su hogar. Durante su desplazamiento, la protagonista mantiene un monólogo interno que sirve para describir la precariedad de la zona o el peligro de ciertas amenazas, pero también para conocer sus preocupaciones por el futuro de las nuevas generaciones. Mientras que en el título de Mojiken la ausencia de diálogos potenciaba el regusto final, este juego gana con las apreciaciones de la protagonista: son la llave para acceder a una realidad alejada de nuestro día a día.

En This is a True Story una mujer emplea un día completo para recoger agua —una tarea con una clara lectura de género: la larguísima fila está compuesta sólo por mujeres— y así poder preparar un café para su gente. En su viaje el esfuerzo y el paso del tiempo se pueden sentir a través del control del avatar. Incluso el cansancio y el efecto del calor afecta al game feel; la dureza del retorno se siente a través de la pantalla gracias a la reducción de la velocidad de la protagonista, la rápida bajada de la barra de resistencia o la imperiosa necesidad de descansar en toda sombra disponible. En definitiva, un camino que pese a ser conocido se presenta como un nuevo viaje, con distintas amenazas e inconvenientes, pero también con mayor espacio para la reflexión. 

Tras el largo viaje, la protagonista vuelve a su hogar y comienza un minijuego sencillo con el que poder preparar un poco de café. Un momento de pausa y celebración en común que resulta todo lo satisfactorio que se puede demandar de un final. Desde el propio estudio cuentan que después de jugar a This is a True Story «nunca [aprecies] una taza de café de la misma manera»; no les falta razón. Aquí todo el esfuerzo, que no es poco, deriva en la elaboración de una taza de café, elemento esencial para el acto litúrgico que tiene lugar. La aproximación a un acto que puede parecer tan rutinario dice mucho de cada sociedad. La cultura del café en países como República Dominicana lleva a su gente a tener siempre una buena cafetera lista, tanto para los miembros del hogar como por si aparece una visita inesperada y sedienta por la puerta, pero siempre con la intención de disfrutar del oscuro brebaje con calma, sin ninguna prisa. En Japón la proliferación de ciertas marcas de café occidentales supuso la asimilación de ese consumo impaciente que impera en nuestro audiovisual. De hecho, en muchos de sus anuncios las compañías japonesas recurrieron a inicios de siglo a rostros occidentales como el de Tommy Lee Jones, Ewan McGregor o Brad Pitt en un intento de reforzar el interés de este producto.

Afirmar que por estos lares ya no se toma café de forma sosegada, dando prioridad al acto en sí, disfrutando de la bebida solo o en compañía, sería una generalización sin sentido. No obstante, este remanso de paz convive con otros tipos de consumo: quienes se beben uno para que pueda comenzar el día de forma oficial, sin reparar demasiado en el proceso; aquellos que necesitan la cafeína pero carecen del tiempo para detenerse a ingerirla, esas personas habitualmente trajeadas que recorren la gran ciudad con prisa, auriculares inalámbricos en las orejas y un café para llevar de cierta cadena en la mano. La culpa no es de la persona que acude a su puesto de trabajo tras un madrugón criminal —¡faltaría más!—, sino del ritmo asfixiante que impone el sistema. De la misma forma que los ciudadanos de Madrid tienen asimilado que el espacio público sea secuestrado en pos de una campaña publicitaria, quienes habitan las urbes más pobladas han normalizado la agotadora exigencia capitalista. No hay tiempo que perder, es necesario producir, invertir en tu marca personal, emprender, consumir, comprarte un café y beberlo de camino al trabajo o una vez has llegado a tu escritorio, pero sin perder un minuto. 

Conviene guardar cautela y no caer en la romantización del caso contrario. El clímax de This is a True Story es satisfactorio, un momento que hace que el viaje haya merecido la pena, pero tener que emprender un viaje de sol a sol y, además, pasar incontables penurias para conseguir un poco de agua no es un escenario idílico. La protagonista de este juego estaría encantada de disfrutar del mismo café, con el mismo aroma y con un sabor igual de delicioso, sin tener que ocupar la totalidad de su día y, por supuesto, sin jugarse la vida. Esta dilatación del tiempo no responde tanto a una elección como a una necesidad, por lo que conviene no idealizar en exceso la historia de este juego.

Hoy, viajar alrededor del mundo es posible a cambio de un buen puñado de horas y la consiguiente huella de carbono; lo hacemos sin parar. No obstante, parece que nuestro mundo no lo puede —o no lo quiere— todo, ya que por mucho que las distancias físicas ya no supongan un problema, otras brechas más injustas permanecen intactas. En muchos casos, ni siquiera están cubiertas necesidades básicas como el acceso a medicinas o a agua potable o cercana. Tampoco se ha logrado reducir la separación entre Occidente y otras realidades: desde España se percibe como algo cercano lo que ocurre en Estados Unidos —o incluso Japón, si pensamos en videojuegos— pero la realidad de países cercanos como Portugal o Marruecos nos es sorprendentemente más desconocida. Más aún la de naciones más al sur de África, como la que aparece en This is a True Story. 

No se trata de otro mundo, aunque sea tan habitual recurrir a la expresión «tercer mundo» para hablar de ellos y «primer mundo» para referirnos a nosotros. Aunque resulte más cómodo ignorarlo, tomar un café sin reparar en ello de camino al trabajo aquí es una acción que convive con emplear un día entero en recorrer varios kilómetros para poder beber una taza de café allí. La solución no pasa por fomentar el imperialismo cultural y que Starbucks abra más tiendas en distintos países, socavando y destruyendo la cultura local en favor de un ente homogéneo y sin alma. Ese mal ya impera por aquí; mejor que no se extienda.

En videojuegos todo va cada vez más rápido. La necesidad de novedades es constante y entierra cualquier lanzamiento a escasos días —cuando no horas— de su estreno. Por eso es tan agradecido encontrar propuestas como This is a True Story, juegos que ofrecen una ventana a la que asomarse para conocer otras realidades, historias que amplían la perspectiva de quien las transita. Tras completarlo, el paso del tiempo adquiere otro valor; tomar un café tiene una dimensión distinta. Invita a pensar que, sin caer en la romantización antes mentada, pararse a beber una taza de café sin prisa alguna puede ser un acto revolucionario: sin pensar en producir nada, simplemente un momento en el que respirar… y disfrutar. Quizá también puede ser revolucionario jugar a títulos alejados del mainstream. No tenemos por qué dedicar demasiado tiempo. Un juego puede durar lo mismo que tomarse un café y resultar igual de gustoso.

Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la universidad de lo de Cifuentes, Juan es una de las voces de NAT Moderada y ha colaborado en medios como BreakFast, Desayuno Continental y Cocinando Fandoms. Observador nato, le encantan los gatos y si algún día ves que te mira intensamente es porque quiere grabar un podcast contigo.

  1. jotagesaurus

    Pues a raíz de este texto descubrí y jugué el juego y bastante bien, sobre todo teniendo los comentarios de Juan de fondo para reflexionar a medida que avanzas. Ah y la narración me parece preciosa.
    Quizás haya que revisitarlo en un tiempo, porque cuando lo terminas y vas a la sección capítulos, junto al nombre de «Una taza de café» aparece el subtítulo «primera historia». Ojalá expandan sobre la premisa con más historias contenidas y reflexivas como esta.

    1. JT'Salas

      @julian6732
      Me fijé, me fijé. Ojalá haya alguna ampliación. Muchas gracias por leerme, querido Jota.

  2. Dureo

    Jugué este juego a los pocos días de llegar a Netflix y si bien a nivel mecánico es un juego algo pobre (no es su intención ser mecánicamente complejo ni innovador) es cierto que consigue lo que pretende y transmite muy bien la historia y sus ideas. Un juego que me recordó por ese enfoque relajado, sencillo y narrativo a Florence.

    Lo recomiendo muchísimo, se termina muy rápido y a poco que te interesen los juegos mas allá del puro entretenimiento debería ser de obligado cumplimiento jugarlo.

    1. JT'Salas

      @dureo
      Es cierto, Florence, qué bien entra un juego de estos que se terminan de una sentada. Una experiencia muy chula.