Monográfico Final Fantasy VII #5

Dulzura y amargor,
o
por qué Final Fantasy VII consiguió enamorarnos

Aunque no lo parezca a simple vista, los poemas de Safo de Lesbos y el juego de Square Enix tienen algo en común: nos dan una lección sobre el amor.

Aviso: A continuación, spoilers sobre escenas y temas de Final Fantasy VII.

En su conocido ensayo sobre los orígenes del deseo, la escritora y experta en literatura clásica Anne Carson utiliza la palabra eros como la base de sus explicaciones sobre el amor romántico. Una palabra que «denota necesidad, carencia, deseo por lo que falta». Y es que, «¿quién desea acaso lo que no ha desaparecido?», nos dice. «Nadie. Los griegos tuvieron esto muy claro. Inventaron a Eros para expresarlo». Pero, por lo que se ve, los griegos no fueron los únicos. En 1997, un equipo de nipones encabezado por Yoshinori Kitase también rescató esta idea, dando lugar a todo un panteón de personajes y relatos a los que a día de hoy podemos llamar míticos. La leyenda de Final Fantasy VII había nacido y, con ella, el objeto de nuestro amor. 

Aunque se podría hablar de los diferentes elementos y características que convirtieron a Final Fantasy VII en una obra maestra (algo tendrá para haber dado lugar a un proyecto tan ambicioso como la trilogía del remake), resulta imposible obviar el principal motivo por el que ha permanecido en la memoria de tantísimas personas. A día de hoy, la muerte (real o fingida) de un personaje principal es un recurso comúnmente utilizado en el ámbito audiovisual, sobre todo desde el triunfo de series como Game of Thrones. Pero en el mundo de los videojuegos y en el momento en el que el opus de Square Enix fue publicado, tomar este tipo de decisiones era algo inaudito. A pesar de ello (o precisamente por ello), los creadores del juego tenían claro desde el comienzo que une o varies de les protagonistas de su historia debían sufrir ese destino. Y finalmente se decantaron por una sola despedida, dando lugar a una de las escenas (y me atrevería a decir que la escena) más trascendentales de la historia de los videojuegos: la muerte de Aeris Gainsborough a manos de Sefirot.

El carácter explícito e inesperado de esta secuencia hizo que miles de personas de diferentes edades aguantáramos la respiración (o directamente nos echáramos a llorar) mientras nos arrojaban a una batalla contra Jenova, provocándonos una especie de trastorno de estrés postraumático leve que se desencadena cada vez que suenan los tres primeros acordes de cierta melodía. Un sacrificio que quizá no hubiese funcionado tan bien en el caso de haberse tratado de otro de los integrantes del equipo. Por un lado, la decisión de prescindir de un personaje masculino probablemente se hubiese encontrado con más oposición entre la audiencia, ya que el público estaba acostumbrado a tropos como el de la damisela en apuros o el de la mujer en la nevera. Pero es que, además, el esfuerzo del estudio nipón a la hora de construir las diferentes personalidades y relaciones que le daban sentido al juego fue superlativo, especialmente en el caso de la descendiente de los Cetra. Una joven que, para muches (entre quienes me incluyo, tal y como explico en este artículo), era la verdadera protagonista y heroína de la historia. Y alguien que, para otres tantes (y con el permiso de Zack y Tifa), también era el verdadero amor de Cloud.

Empezando por el propio Final Fantasy VII, y siguiendo por Advent Children y la primera parte del Remake (está por ver qué ofrece la segunda, ya que los diferentes tráilers y demos ya presentan momentos muy jugosos), las pruebas que existen respecto a esto son numerosas. Pero quizá sea interesante limitarse a varias situaciones específicas. En el libro mencionado al principio del texto, Anne Carson cita un poema de Safo para ejemplificar la paradoja de sensaciones placenteras y dolorosas (en este caso, centrándose en estas últimas) que se producen en el cuerpo de las personas que aman, una composición en la que destacan las siguientes líneas: «mi voz no me obedece / mi lengua queda rota / un suave fuego corre bajo mi piel / nada veo con mis ojos / me zumban los oídos… brota de mí el sudor, un temblor se apodera / de mí toda / pálida cual la hierba me quedo / y a punto de morir / me veo a mí misma». Pensemos ahora en el paralelismo respecto a lo que dice Cloud cuando aún tiene el torso tibio de Aeris entre sus brazos (la calidad de la traducción del juego es un tema aparte): «¿qué pasará con nosotros…qué se supone que haremos NOSOTROS?¿Qué haré con este sufrimiento? Mis dedos están adormecidos. Mi boca está reseca. Mis ojos arden». Cloud, alguien que es reacio a hablar sobre sí mismo y sus sentimientos, reacciona a la pérdida de Aeris describiendo lo que le pasa como buenamente puede, ya que no es capaz de afrontarlo desde su típica frialdad. Y recurre a palabras que denotan un funcionamiento anormal de su cuerpo, dejando entrever que sus emociones más primitivas también han sido alteradas. Según Carson, «Eros es expropiación. Priva al cuerpo de miembros, sustancia, integridad, y deja al que ama, en esencia, mermado. El amor no sucede sin que se pierda la esencia del yo. El que ama es el que pierde. O eso cree».

Esta sensación de confusión y pérdida de Cloud se ve continuamente recalcada en Advent Children, la película de 2005 que explica lo que ocurre a continuación de los eventos con los que finaliza el juego (y cuya vigencia se verá afectada por los acontecimientos de Final Fantasy: Rebirth). Además de subrayar el sufrimiento emocional y corporal del ex-SOLDADO por medio del geostigma (una enfermedad que contraen las personas infectadas con las células de Jenova tras su contacto con la corriente vital durante el impacto de Meteorito), Advent Children muestra imágenes de Aeris en momentos clave para el desarrollo de Cloud. Siempre está ahí para decirle lo que necesita escuchar, para tenderle la mano cuando requiere un último impulso. Y cuando Sefirot le pregunta qué es lo que más atesora para proceder a arrebatárselo, ella también es lo primero que se le pasa por la cabeza. Pero, pese a que esto último es significativo, cabe detenerse en lo anterior. 

Tanto en el juego original como en el film, todes les integrantes del grupo tienen un impacto positivo en el protagonista: hacen que se vuelva más amable, más humano, menos raro. Con todo, la influencia de Aeris es la que más se refleja en su conducta. Ella saca su mejor lado, y a la vez le permite darse cuenta de que ese lado existe. «Cuando inhala a Eros, aparece dentro de él una visión súbita de un yo diferente, quizá un yo mejor, compuesto de su propio ser y del ser amado. Despertado a la vida por este accidente erótico, este engrandecimiento del ser es un acontecimiento desconcertante […] Hay algo excepcionalmente convincente en las percepciones que tenemos cuando estamos enamorados: parecen más verdaderas que otras percepciones y más verdaderamente nuestras […] De repente, empezamos a ver con más claridad un yo que nunca habíamos conocido antes, y que ahora nos da la impresión de ser el yo verdadero». Algo que parece evidenciarse en la determinación y en las palabras de Cloud tras haber visitado la Capital Olvidada, justo cuando está a punto de enfrentarse a Bahamut y, serenamente, afirma: «me siento más ligero». 

Pero para poder aspirar a un ideal es preciso conocer las carencias del presente (y que, por tanto, dichas carencias existan). «Los niños pequeños empiezan a ver al notar los límites de las cosas. ¿Cómo saben que un límite es un límite? Al desear apasionadamente que no lo sea. La experiencia de eros como carencia advierte de los límites del yo, de las otras personas, de las cosas en general». En el caso de Advent Children, esto se refiere tanto a los vacíos emocionales de Cloud como a la falta de la propia Aeris. Una y otra vez, él la echa de menos y ella se le aparece en escenas que parecen ser fruto de su inventiva. «Eros se comporta en todas partes como verbo. Su acción es intentar alcanzar, e intentar alcanzar el deseo involucra a todo amante en una actividad de la imaginación». Además, estas escenas son las que le permiten fantasear con su mejor yo, para así poder llegar a suplir sus necesidades, crecer, madurar (dejarse de shilly-shally, dilly-dally). Pero la oportunidad de hacerlo conlleva sus propios problemas: «es preciso señalar algo importante sobre las actividades del conocimiento y del deseo. Ambos llevan en su corazón el mismo deleite, el de pretender alcanzar; y también desencadenan el mismo dolor, el de no estar a la altura o ser deficiente». A lo largo de casi toda la película, Cloud se encuentra inmovilizado por el sentimiento de culpa que le ocasiona el no haber sido capaz de salvar a Aeris; pero también por el miedo que siente ante la perspectiva de que la historia se repita. ¿Y si en el intento de abrirse de nuevo, de atreverse a querer una vez más, vuelve a fracasar?

Ese mismo interrogante es el que nos mantiene sentades al borde de nuestros sillones desde el estreno de Final Fantasy VII Remake. Un título en el que el afecto entre Cloud y Aeris se vuelve mucho más palpable gracias a las mejoras gráficas (los modelos poligonales daban para lo justo a la hora de transmitir emociones, motivo por el que las composiciones de Nobuo Uematsu cobraron protagonismo), pero también debido a cambios respecto al material original, como la mención de la palabra amor en una conversación entre ambes. Un diálogo en el que la respuesta al ya famoso «pero, pase lo que pase, no puedes enamorarte de mí» da a entender que el flechazo que siente el joven ya está más que en proceso. Tan turbado como resuelto, el ex-SOLDADO no duda a la hora de expresar su voluntad y preguntarle: «¿tengo voz en todo esto?». Una pregunta que nos pilla por sorpresa, pero que también nos resulta familiar. Al fin y al cabo, es la que nos hemos hecho como jugadores durante más de veinticinco años. Y es la que, por primera vez en todo este tiempo, quizá podamos contestar de modo afirmativo.

Cloud se encuentra inmovilizado por el sentimiento de culpa que le ocasiona el no haber sido capaz de salvar a Aeris; pero también por el miedo que siente ante la perspectiva de que la historia se repita.

No obstante, que realmente queramos tener voz para decidir sobre el destino de Aeris y del universo de Final Fantasy VII dista de estar tan claro. Aunque es algo que llevamos reclamando durante un cuarto de siglo (tal y como ha explicado en su artículo mi compañero Javi Román), y la mayoría celebramos el nuevo horizonte de posibilidades que ofrecen Remake y Rebirth, también tememos que la introducción de demasiados cambios respecto a la historia original rompa nos decepcione. Tetsuya Nomura y compañía se han tomado al dedillo que «hay que preservar un espacio, o el deseo se acaba»; y nos han hecho esperar tanto tiempo que ahora nuestro deseo rebosa. Pero, a la vez, estamos aterrades ante la perspectiva de satisfacerlo, ya que parece que después de eso nos enfrentaremos a un vacío aún mayor que el que nos dejó Sefirot en el corazón hace años. «El placer y el dolor se inscriben al mismo tiempo en el que ama, ya que el atractivo del objeto de amor deriva, en parte, de su carencia». Así pues, nuestra obsesión por el Final Fantasy VII se alimenta de la tensión que existe entre la presencia y ausencia de la posibilidad de revivir a Aeris, entre la dulzura y el amargor que supone que esta obra pivote alrededor de su muerte. Una tensión que, en cuanto dicha incógnita se resuelva definitivamente, desaparecerá; dando lugar a algo diferente que nos asusta tanto como le asustaba a Cloud la incerteza del futuro que tenía por delante.

En una especie de mímesis con el joven, la muerte y la ausencia de Aeris nos pesan casi tanto como a él, pero tampoco somos capaces de renunciar verdaderamente a ella. Tanto su amor como el nuestro se mueven en planos similares a pesar de que el primero es ficcional, mientras que podemos experimentar el segundo en nuestras propias carnes. «Crear placer y sufrimiento al mismo tiempo es el objetivo del novelista. Deberíamos detenernos por un momento a meditar sobre este punto: tiene bastante importancia que, como lectores, típica y repetidamente, nos conduzcan a una respuesta emocional conflictiva que se parece a la del alma del amante dividida por el deseo». En opinión de Anne Carson, enfrentarse a algunos textos que relatan la historia de personajes que se quieren «es casi como estar enamorado». Y lo mismo ocurre con videojuegos como Final Fantasy VII. Cómo no enamorarse de la florista, si los ojos desde los que se nos invita a verla son los ojos bañados en Mako y anhelo de Cloud. No hay mejor demostración de la maestría de Square Enix. Ni de su manipulación. Si alguien ha sido una marioneta en manos de un titiritero durante todo este tiempo, hemos sido nosotres. Y cómo nos ha dolido. Pero cómo lo hemos disfrutado.


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Colaboradora

Graduada en filosofía especializada en filosofía política y ética animal. Proyecto de maestra y comunicadora en ciernes. Lleva complicándose la vida desde el 93 y jugando a videojuegos desde los 2000. Su gato se llama Otto.

  1. JT'Salas

    Incluso quienes no vivimos esta historia nos podemos conmover con textos así.

  2. Sara Abernathy

    Juan jajajajajajaja muchas gracias.
    Sí, me he hecho la cuenta para contestarte.

    1. Juan Salas

      @sara_abernathy
      No seré yo quien señale que creo que no has respondido como tal a ese tal Juan, pero seguro que se ha enterado xD.

  3. Shalashaska

    Que artículo más bonito. Felicidades por el monográfico entero, os ha quedado redondo.

    1. Juan Salas

      @shalashaska
      Tremendo trabajazo el de todas las personas implicadas, ¡así da gusto!