Análisis de WarioWare: Smooth Moves

—Oye, Paco, ¿nos ponemos hasta el culo de DYC y vamos a la discoteca? —Pareceremos gilipollas. —Sí. —¿Sí? —Sí, ¿y? —Pues que nuestra vida social se verá visible y negativamente afectada. Las mujeres nos mirarán de otra forma, huirán y se reirán al vernos. Los hombres no nos respetarán porque considerarán que nos movemos a) de una forma ridícula y b) como gays. —Bien pensado. Quedémonos en casa jugando al WarioWare. —Pareceremos gilipollas. —Sí. —Venga, me has convencido.

If your gonna be dumb, you gotta be tough

Reconozcámoslo. Todos lo hemos hecho. Todos hemos ido a una discoteca y hemos hecho el ridículo. Algunos lo hacemos cada fin de semana, otros aprenden a la primera y se meten a estudiar informática, perdiendo toda posibilidad de relación con algo que no lleve gafas de culo de vaso y camiseta de Blind Guardian ((Un beso a todos los de informática. Anait os ama.)). Lo peor de todo no es que lo hagamos: lo peor de todo es que nos gusta. Nos encanta hacer el payaso. Hacer cosas tan ridículas que conseguiríamos que nuestros amigos nos echaran del grupo de no ser porque ellos están haciendo lo mismo. WarioWare es, básicamente, coger el wiimote, watuta ((Así lo llaman en el juego. ¡Cachondos!)) de ahora en adelante, y hacer el tonto delante de la televisión. Hágase con amigos, a ser posible. Cientos de microjuegos (pequeñas pruebas de pocos segundos de duración) aderezados con un humor terriblemente absurdo y delirante, el mismo que nos enamoró en las anteriores entregas, y potenciados por el revolutionario control de la nueva de Nintendo. Sí, he dicho potenciado. Mola mucho hacer el panoli poniéndote la watuta como si fuera una trompa, o como si fuera un pincel, o de mil formas más. Hay muchas. Pero vayamos por partes. El juego es divertido desde el principio, desde que metes el DVD en la consola (ese it’s a Wii, Wario es impagable). Las secuencias de vídeo, las animaciones que aparecen en el modo historia, por llamarlo de algún modo, son exquisitas. Tremenda la historia de Jimmy T. y los gatitos bailarines, o la de 9-Volt y 18-Volt. Cuando empiezas con las pruebas de toma de contacto de Wario, te das cuenta de que has entrado en un mundo extraño en el que o te adaptas o mueres. Una voz con extraño acento, entre argentino y robótico ((Un beso a todos los argentinos. Y a todos los robots.)), te explica cómo has de coger el mando. Y es jodidamente gracioso, por cierto. Empiezas las pruebas, a un ritmo de unas siete u ocho por minuto, y creciendo. Le cortas la barba a alguien. Siguiente personaje. Haces sus pruebas. Abres una puerta y aparece una hula dancer. Siguiente. Trituras unos papeles y una cabra en primer plano. Siguiente. Siguiente. Siguiente. Y fin. Juego terminado. En una tarde posiblemente se habrá acabado. Esto no debería sorprender a nadie que haya jugado al de GameCube, que también se fusilaba en tiempo récord, pero todos aquellos que busquen un Oblivion están dando palos de ciego. El juego es corto de cojones. Está creado con un propósito que no es el single player precisamente, pero de eso hablaré en otro momento. Por otro lado, unos cuantos microjuegos más no habrían venido del todo mal, y podría haber alargado un poco la vida del juego en solitario, pero los 200 y pico que tiene no están mal. No del todo.

Dance the pulga

Gráficamente el juego es lo que es: no es Gears of War pero no lo necesita. 2D majas y simpáticas con alguna cosilla en 3D precario, pero que queda coherente dentro del conjunto. Los dibujos son realmente bonitos y tiene detalles muy divertidos, como ese juego de tiro con gráficos de NES o los microjuegos de éxitos recientes de Nintendo como Animal Crossing o Nintendogs. Especial mención al Ballon Fight en 3D, que es una puta mierda pero me alegró verlo por un momento. Los microjuegos propiamente dichos dan bastante de sí. Algunos son previsibles (el de la llave, el de aspirar y todos esos que se nos habrían ocurrido a todos), pero otros son realmente sorprendentes: ponerte la watuta a modo de trompa y, cual elefante, mover una manzana de la rama de un árbol a una cesta, formar una pila de bloques sobre una tabla con la suficiente pericia como para que se mantenga en pie, afeitarle el culo a una vaca… A medida que vas jugando se van descubriendo nuevos microjuegos, y en el mapa de la ciudad van apareciendo las simpáticas caras de los pinches personajes y otros pequeños juegos como el ya mencionado Ballon Fight tridimensional, una versión más larga y compleja del de apilar bloques o uno de aguantar el máximo tiempo posible dando toques a una pelota con una pala de ping pong, entre otros. Las musiquillas del juego acompañan perfectamente, pero este apartado DEBE ser acaparado totalmente por el tema de Dribble & Spitz, los animales taxistas. Tomorrow Hill, Colina Mañanera en castellano, es uno de los mejores temas que he visto en un juego en decenios. El resto de temas no tienen tanta personalidad como éste, pero se desenvuelven con soltura entre las imágenes. La mayoría del tiempo estarás más ocupado poniéndote el mando en la cabeza o haciendo que es una katana como para pararte a escuchar la música, pero yo me he parado a escucharlas y puedo dictar veredicto ((Think of that.)). En lo que a ruidillos se refiere, los sonidos siguen una línea kiddie que aporta aún más surrealismo y absurdo al juego. Pero cuando el juego gana, cuando adquiere su dimensión real, cuando realmente sabes que está mereciendo la pena hacer el moñas delante de la tele, es cuando juegas con amigos. Juntaos cuatro en el salón, turnaos la watuta o simplemente mirad cómo uno de vosotros pierde la dignidad bailando con cuatro monigotes poligonales o afeitándole el culo a una vaca o haciendo sentadillas para que una colegiala adquiera una musculatura extremada en las piernas. Haced lo que sea pero juntaos el máximo de amigos posibles: WarioWare es un juego social y sociable por naturaleza, y jugar solo todo el rato es tan triste como la escena de las abejas de Mi Chica. O más.

The End

Y eso es todo. La reseña rápida y corta. Como el juego. Pero no hay reseña en el planeta que pueda convertir en palabras lo más importante, que es lo divertido que es hacer el mono con WarioWare. Dejarte hechizar por lo absurdo de sus imágenes, lo extravagante y ridículo de sus propuestas y lo cautivador de sus personajes. Y jugar con amigos, claro, jugar con gente que se ría de ti sabiendo que luego tú vas a hacerlo también. De momento este es el juego con el multijugador más divertido que he probado en Wii, como fuera en GameCube su predecesor uno de los más divertidos y a los que aún hoy me echo alguna partidilla ocasional. Pegas tiene, claro que las tiene, y de las que echan para atrás a mucha gente. Es corto, ya lo he dicho: una tarde o dos bastarán para acabarlo, alguna más para conseguir todo (lo de las sudorías —curioso pero nada más allá de simple anécdota—, los modos multijugador —que tampoco tienen mucho misterio—, y otra serie de cosas divertidas pero estúpidas e inútiles, y en cuya obtención entra en juego el humor y predisposición que tenga cada uno hacia la obtención de gilipolleces), pero puede decirse que en dos tardes se termina. Es también muy físico, y te obliga a moverte y mover los brazos e incluso las piernas, lo cual puede echar para atrás a los putos vagos que no gusten de moverse demasiado. Pero poco más, no puedo echarle demasiado en cara a un juego que, desde el principio, te da justo lo que oferta: diversión. No pidas historia, no pidas profundidad, porque no hay nada de eso. Como recomendación para los que estén dudando si comprar o no, lo de siempre: el alquiler es vuestro amigo. Pero aseguraos de jugar con amigos antes de hacer una locura.

Epílogo

—Oye, Paco, parecemos gilipollas. —¡Eh! ¿Has visto eso? ¡Le he afeitado el culo a una vaca! —Me has convencido, Paco, me has convencido. Nota: 8