Análisis de Fist of the North Star: Ken’s Rage 2

La mente humana es algo maravilloso. Los mecanismos de alivio que somos capaces de diseñar, como pequeños masajes para liberar la pesada carga de la cotidianeidad, nos transportan a mundos imaginarios y universos paralelos donde la realidad se pliega ante nuestros deseos.

Cuando el empleado de RENFE te dice alguna bordería o escuchas a los vecinos gritarse exabruptos a las dos de la mañana te imaginas a ti mismo reventando la camiseta con un latido brutal de tu apolínea musculatura y liberando una tormenta perfecta de hostias sobre los objetos de tu odio. Fantaseas con sus cabezas deformándose y desintegrándose en una explosión sanguinolenta, casi puedes oír los músculos quebrarse por sus propios espasmos, los pedazos de masa encefálica arrastrándose con lentitud pared abajo hasta tocar al suelo, y entonces todo vuelve a fluir, todo vuelve a ir bien.

Esto lo aprendí de Ally McBeal.

El Puño de la Estrella del Norte es la otra fuente de inspiración. Un manga y anime de los ochenta que se servía de la épica más básica y del drama más solemne como excusa para celebrar unas orgías de sangre y violencia que a los chavales de la época nos dejaba turulatos.

Kenshiro —defensor de los débiles, castigador de depravados y destructor de cuerpos—, cruza un mundo postnuclear devastado en el que orden social se ha ido a tomar viento y solo sobreviven los más fuertes a base quedarse con los pocos recursos que hay. Ahí es donde el legítimo sucesor del Hokuto Shinken, un arte marcial milenaria, interviene cada vez que topa con la maldad y el abuso, impartiendo justicia con unas galletas de proporciones sobrehumanas.

¿Y esta secuela qué? Pues esta secuela mal, me temo. En Ken’s Rage 2 se ha usado la excusa de la accesibilidad para meterle al sistema unos recortes que a los españoles casi nos resultan familiares. Desde una progresión más simple a base del clásico aumento de habilidades —tan ligero que en la práctica pasa inadvertido— y un extraño combinador de pergaminos también bastante irrelevante o una casualización enorme de los QTEs —ahora son testimonialmente fáciles, asequibles para cualquier tetrapléjico—, hasta el propio mecanismo de combate, que ahora parece más rápido y eficiente en el ámbito de triturar oponentes pero elimina cualquier atisbo de complejidad técnica o contundencia en los golpes. La satisfacción de pegar una leche que te retumbe el hombro se ha visto canibalizada por una satisfacción más inmediata pero menos profunda, más fácil, más mainstream, más de la MTV: la de hacer puré a 22 tíos de una sola patada.

Otro tijeretazo notable es que se hayan cargado la posibilidad de saltar y, por extensión, de lanzar ataques aéreos. Aunque esto tiene su contraprestación: con el salto se han ido también aquellos momentos plataformeros horribles que suponían el punto más bajo y sonrojante del juego original. Y no sé vosotros, pero yo soy muy amigo de todo aquello que me ahorra sufrimiento aunque suponga un sacrificio, incluida la morfina.

Pero el juego tiene sus cosas buenas. El nivel visual parece haber recibido alguna que otra mejora en los modelados, y diría que las colisiones funcionan con más precisión, además de que ciertos combos tienen un mayor alcance de oponentes. Algunos enemigos incluso se atreven a atacarnos por la espalda en lugar de esperar su turno para morir, algo que tratándose de una inteligencia artificial que hace literalmente llover punkis del cielo o spawnear en nuestras narices de la nada absoluta, pues tiene su dosis de mérito. También se aprecian más oponentes en pantalla, llegando a montarse a veces un pogo bien loco de crestas, pinchos y hombreras a nuestro alrededor con hasta 200 invitados.

El modo Sueño también enriquece Ken’s Rage 2 a base de contarnos más detalles sobre algunos personajes y cambiar de perspectiva dentro de los dos mismos arcos argumentales originales, de modo que no solo se alarga a vida del juego ostensiblemente sino que también descubrimos nuevas historias escritas con sorprendente mano izquierda y mucho respeto por el material original. Y es que, eso sí, los japoneses pueden pecar de un dramatismo exagerado (he contado cerca de media docena de gente muriendo en los brazos de otra gente, entre lágrimas de rabia) pero el respeto por la fuente aquí es sagrado: muchos agradecerán el audio en japonés y los diálogos directamente sacados del tebeo sin cambiar ni una coma.

Quizá el mayor problema de Fist of the North Star: Ken’s Rage 2 es esa forma de moverse entre dos aguas: como hack’n’slash tradicional desde luego no funciona, pero como Musou (el clavo ardiendo del anterior juego) tampoco. Además es en un 60% idéntico a su predecesor y las variaciones que aporta dependen mucho del gusto de cada uno: lo que para unos será un acierto, para otros es una cagada importante, y seguramente ambos tengan razón. El nuevo paseo desértico de Kenshiro no es lo que se supone que uno debe esperar de una secuela y, aunque sigue siendo un «sabías a lo que venías», quizá los añadidos positivos no sirven de mucho si el núcleo ya no carbura. A lo mejor el topping de la pizza es abundante y está bien seleccionado, a lo mejor el olor es embriagador y su aspecto te hace o salivar, y puede que incluso el primer bocado prometa un manjar espléndido, pero todo eso importa menos cuando descubres que la masa se ha quedado congelada. [5]