Análisis de Plants vs. Zombies: Garden Warfare

Efectivamente, Plants vs. Zombies: Garden Warfare es un shooter para la muchachada. O para todos los públicos, mejor. Y aunque tocaba una cámara en tercera persona, para que se vean bien los muñecos, la falta de coberturas, de volteretas o de puntos de agarre, acercan la experiencia a la de un FPS. Battlefield es lo primero que le viene uno a la cabeza, más por las clases, los objetivos y los mapas que por el Frostbite 3; cuesta reconocer el motor gráfico de DICE con tanto color y tan poca destructibilidad.

Los ajustes en el control, el ritmo y la progresión, al igual que el modo Felpudo para novatos, recalcan esa idea de la puerta de entrada. Vegetales y no-muertos se mueven con cierta calma y en lugar del clásico sprint tenemos habilidades para ciertos personajes —como el taladro del zombi ingeniero— que incrementan temporalmente su velocidad. Garden Warfare encuentra en eso, en lo de convertir en específico lo que suele ser común, una forma de diferenciarse; los mordiscos de la planta carnívora son el único ataque melee que verás aquí y el científico parece tener la patente de las granadas. Es una forma cuestionable de distanciar las clases, de dibujar un juego en equipo basado en las carencias a suplir, pero funciona a su manera para lo uno y para lo otro. En cambio, sigo sin acabar de acostumbrarme a unos proyectiles demasiado lentos; con muchas armas, el tiempo que pasa entre el disparo y el impacto es excesivo. No llega a ser exagerado y puedo imaginar que lo han hecho para fomentar las distancias cortas, porque cada vez son más jóvenes cuando empiezan a campear, pero me parece excesivo lo que se pierde en precisión; incluso con el cactus, que sería tal vez lo más parecido a un francotirador, se falla algún headshot que parecía cantado. El mochazo no es letal, porque la barra de salud es generosa, pero sí pica más y da puntos extra.

La proporción de ideas prestadas y retoques es similar en los modos y en los mapas, más grandes, variados, complejos y bien pensados de lo que podría parecer. Ignorando el típico duelo por equipos con doce por bando —no tiene ninguna gracia y se llega demasiado rápido a las 50 bajas que dan la victoria—, nos quedan Jardines y cementerios, parecido al Asalto de Battlefield, y el cooperativo.

En el primero, los zombies deben ir capturando bases, una a una, para abrir la siguiente área del nivel. Aquí sí se montan unos jaleos interesantes y es entonces cuando queda claro que el juego está preparado para soportar esa intensidad. Precisamente por eso te lo puedes tomar tan en serio como cualquier compañero de género; colocar el C4 ganador en el último momento de la partida no deja de ser algo épico aunque sirva para destruir el Pepino Táctico, un misil que las plantas guardan como arma secreta en uno de los mapas.

Las Operaciones de jardín, el modo horda para cuatro, tiene especial sentido por ser más parecido al tower defense con el que se estrenó la franquicia. Y aunque las macetas para plantar pequeños aliados están también en las otras modalidades —donde los zombies tienen una mecánica análoga para despertar a sus amiguetes—, aquí la cosa va más allá del cameo para cumplir y se puede ver algo de componente estratégico entre lechugas peleonas y girasoles de reserva. Los jefes y la escapada hacia la caravana voladora de Dave el Loco, una vez superadas las diez oleadas, son buenas ideas que dejan con ganas de ver lo que se habría podido hacer con un mínimo guión.