Por encima de la cantidad diaria recomendada

Consúmeme

Consume Me es como una broma incómoda, de esas en las que la persona con el problema se ríe más alto que nadie. Jenny Jiao Hsia, en un ejercicio de autoficción excelente y con pocos precedentes, comparte la broma en forma de juego: tras los colores brillantes, las animaciones kawaii, la estética girlie, la romantización del primer amor y los outfits molones Jiao Hsia esconde sus experiencias con los trastornos alimenticios y los horrores de la adolescencia femenina: dietas extremas, ansiedades, presiones sociales. Una historia más vieja que el mundo pero más fresca que nunca.

A veces me pregunto si el propósito de mi escritura es descubrir si otras personas han hecho o sentido lo mismo (…) también me gustaría que vivieran estas emociones, que olvidaran que alguna vez las leyeron.
― Annie Ernaux, Pura Pasión

No conservo diarios de mi adolescencia. Me gustaría preguntarle a Jenny Jiao Hsia si ella sí conserva los suyos, si es de ahí de dónde vienen las frases o los momentos que aparecen en su ópera prima, Consume Me. Me intriga saber si ella también se sentía tan inadecuada escribiéndolos, tan ridícula pero a la vez tan aliviada de poder expresar en algún lugar lo que nadie parecía entender. Me pregunto si ella, como yo, también se deshizo de ellos en un contenedor lejos de casa por privacidad y porque, al fin y al cabo, ahí solo había un puñado de tonterías medio enajenadas escritas por una chica que no sabía nada del mundo. 

Mucho más tarde de haber tirado mis primeros textos a la basura aprendí de la marca de género que atraviesa el diario. La crítica literaria no estaba interesada en la escritura que no fuera masculina y blanca y burguesa —ni por ende las preocupaciones particulares, reflexiones o cotidianeidad de otros grupos sociales— a menos que se integrara con los géneros «mayores», o dicho de otra manera, aquellos clásicamente asociados a los hombres: la novela, la poesía, el ensayo. Durante siglos, el diario fue pensado como un género menor por estar a menudo vinculado a la escritura femenina: su carácter íntimo y cotidiano no se creía relevante para la Historia —aunque irónicamente el texto más leído del siglo XX podría haber sido, precisamente, el Diario de Ana Frank—. Harriet Blodgett analiza, en Centuries of Female Days: Englishwomen’s Private Diaries (1988): «El diario se ha considerado tradicionalmente una forma femenina, lo que refleja sus raíces en la privacidad, la vida doméstica y la introspección, más que en lo público o lo heroico». Gracias, en parte, al auge de los estudios de género, se asentaron en el canon varias obras de la escritura diarística, de la mano de figuras ya autorizadas literariamente como Virginia Woolf, Sylvia Plath, y más tarde Anaïs Nin.

Aunque la crítica se aproximó durante mucho tiempo a este subgénero y a la escritura autobiográfica en general con desdén, a finales del siglo XX se produjo un cambio de paradigma que llevó a la legitimación de las historias personales, la voz propia y la visión autoral, aunque seguían siendo las mismas voces, las masculinas y las privilegiadas, las que se escucharan. No hace tanto que resultaba ridícula la frase de Hannah Horvath —una mujer blanca de clase alta neoyorquina— en el piloto de GIRLS (HBO, 2015), cuando decía, con una pasión que muchos confundieron con enajenación por su juventud, «creo que puedo ser la voz de mi generación… o al menos una voz». Las voces de mujeres —sobre todo las jóvenes—, las voces queer, las voces racializadas siempre han explorado la autoficción como forma de expresión, como forma de denuncia, como acercamiento esencial a las vidas invisibilizadas de aquellas que no entran tan fácilmente al canon. Quizás la autobiografía —o la autoficción— es un género que requiere de una doble validación para poder establecerse: la de la voz en particular y la del medio en el que se explora en general.

Unas viñetas que muestran a Marjane Satrapi entrando en la adolescencia en Persépolis, su obra autobiográfica marcada por su relación consigo misma y con su exilio de Irán por el ascenso del régimen talibán.

Si el género está ya asentado en literatura, cine o series, este parece ser el momento en el que tenemos suficientes ejemplos en el videojuego como para argumentar su presencia innegable. Es en la escena independiente donde ha encontrado un espacio especialmente fértil para expandirse y experimentar con nuevas formas de contar lo íntimo y personal. Este mismo año, uno de los lanzamientos más brillantes, despelote, lo fue quizá precisamente por su carácter autoficcional: el juego es una ventana a la historia local y absolutamente personal de Julián Cordera en la Quito que le vio crecer, con sus propios padres y amigos improvisando y doblando a sus homónimos en el juego. También en plataformas como itch.io hay multitud de propuestas autoficcionales; en el panorama hispanohablante tenemos ejemplos como A on son les flors que ens queden de Ariadna Vilasó; HITM3 de Xiri; A todas aquellas veces que me odié de Juno Menager o To Ham de 3DGoblinDev. Pregunto a Américo Ferraiuolo, desarrollador del autobiográfico .if all the lonely nights., qué cree que pueden hacer los videojuegos por la autoficción; me comenta que no cree que los videojuegos sean un medio particularmente especial para albergar historias, sino que lo importante es que cada creadora doblegue el medio —sea cual sea el que le interesa— para encajarlas.

Desde el estudio Hexecutable, un puñado de personas junto a Jiao Hsia —A.P. Thomson como co-director, Jie En Lee en arte 2D y 3D, Violet W-P y Ken Snyder en el sonido— han creado Consume Me para añadir otra obra al argumento por la legitimidad de la autobiografía en el videojuego. Pero no solo eso: además de ser una suerte de diario jugable de una adolescente en 2011, Consume Me abre la puerta también a que nos importen las historias que cuentan las chicas, a que lamentemos la pérdida del diario que tiramos, a que exploremos lo que hemos tenido que vivir. Que no ha sido poco.

Jenny tiene una gemela malvada que le critica y le instiga a someterse a una dieta en el verano de 2011. No sabemos cuánto tiempo lleva esta doble viviendo en el espejo, ni por qué promulga esos mensajes tan perjudiciales: nunca vas a tener éxito si no controlas tu dieta, si no haces actividades extraescolares, si no trabajas más duro de lo que puedes. Esta pequeña suerte de gurú del éxito (peyorativo) que habita en un reflejo pero que normalmente tenemos en la cabeza, gobierna la historia que Jenny nos cuenta: es, en esencia, la que rige su vida. Es ella, con su ceño fruncido, la que hace que el peso se vaya acumulando sobre los hombros de la adolescente, la que llena su horario de tareas y misiones como si su vida fuese un videojuego. La que no le permite tener tiempo libre. La voz de la autocrítica más extrema. El germen de una ansiedad que pronto empieza a tocarlo todo.

En este discurso nocivo que al que se somete Jenny hay, sin embargo, un tema central: el cuerpo y por tanto, la alimentación —trigger warning a partir de aquí—. El eje de la narración es el trastorno alimenticio que llevó a Jiao Hsia a contar obsesivamente cada bocado de cada comida —una nomenclatura que en realidad esconde la palabra calorías. Cada día, la Jenny jugable se sienta frente al plato y hace un tetris con su comida. Esta mecánica, aparentemente sencilla, funciona como metáfora de una rutina agotadora: elegir qué comida va en el plato y encajarla como una pieza perfecta es casi imposible. Es bastante común que, como Jenny, nos quedemos con el plato medio vacío, y por tanto con hambre, o que lo llenemos demasiado y tengamos que después hacer ejercicio; Jiao Hsia no nos ofrece una alternativa, nos obliga a vivir una experiencia que, aunque con muchísimo humor, nos está contando algo devastador.

El “exceso” de comida o la falta de ella rige el resto del día. Las tres barras de medir la eficacia de las actividades, la energía, el ánimo y el estómago están atravesadas por el tiempo y abren o cierran la posibilidad de llevar a cabo las tareas que ocupan el diario semanal de Jenny. A veces, la comida ataca literalmente: como en cualquier dieta extrema, el efecto rebote existe también aquí, y nos hace perder el tiempo y el contador diario de bocados. No tener suficiente energía, o humor, también puede hacer que no podamos hacer, por ejemplo, las tareas de casa con las que Jenny se puede llevar unas propinas, o hacer el repaso veraniego antes de empezar el curso, o los deberes. Y podría parecer que esto no es importante, que si tiene que comer que coma, pero esta no es nuestra historia: es la historia de una adolescente que quiere cumplir con las expectativas de su madre, con las expectativas de la sociedad, y con la autoexigencia absoluta. Tanto es así que Consume Me se convierte en un juego difícil cuando menos te lo esperas: si piensas que pasaría si fallaras algunas de esas imposiciones internas o externas ya te lo digo yo. Hay un Game Over. Jenny no contempla el fallo no porque lo condene, si no porque no se lo permite.

A pesar de lo que pueda parecer por lo que estoy contando, Consume Me es un juego divertidísimo, en forma y en interacción, una experiencia que se lee como un cómic, se ve como diario y se juega como un WarioWare. Esa combinación no es accidental: el ritmo frenético de los minijuegos que acompañan a la mayoría de las tareas refuerza la sensación de que no hay descanso, de que siempre hay una nueva tarea que cumplir. Leer es, por ejemplo, una lucha contra la distracción y los pensamientos intrusivos, hacer ejercicio es estirar cómicamente a la muñeca Jenny para levantar o bajar los brazos, maquillarse es pintar una cara bonita encima de una cara descuidada, pasear al perro es ser llevada por él mientras intentas acertar en el trozo de acera que tiene un billete y no en el que tiene una caca. Con estos juegos Consume Me abre un espacio para lo lúdico, lo divertido, lo inesperado y para esa ironía que atraviesa todo el relato: el humor absurdo, los colores pastel, lo kawaii, funcionan como una coraza estética. Esto es exactamente lo que haría una adolescente: guardar sus secretos bajo una pátina de colores, modas, intereses u obsesiones. 

La mayoría de las chicas aprenden a disociar pronto y, aunque está normalmente relacionado con el principio de la adolescencia suele ser más bien cuando notamos por primera vez cómo nuestro cuerpo puede provocar reacciones —o nuestra ropa, el maquillaje o la falta de él, el pelo que elegimos, los aparatos dentales que no elegimos—. Rápidamente, adoptamos la disociación como parte cotidiana del vestirnos por la mañana o prepararnos para salir por la noche, un proceso que implica salir de nuestro cuerpo para verlo desde fuera y vestirlo según la ocasión. Los momentos en espejos no faltan en Consume Me, la disociación tampoco, escondida, por ejemplo, en las respuestas cordiales en momentos de tensión. Y sin embargo, la Jenny Jiao Hsia autora no quiere mostrar eso solamente, si no también a su personaje siendo absolutamente real y sin filtros en momentos de sinceridad dislocantes: nosotras las jugadoras vemos medidores de ansiedad, noches en vela y una balanza que aparece de vez en cuando entre los varios actos del juego bajo la que está Jenny, intentado sujetar todas las preocupaciones y ansiedades de su joven vida. 

Consume Me se extiende más allá de ese verano de 2011 que parece eterno, pero eso es mejor que lo descubráis por vosotras mismas, al igual que muchas otras cosas que prefiero dejar fuera de esta crítica porque me parecen demasiado importantes como para contarlas. Entre los días que se suceden sin que podamos hacer nada, las horas muertas y los momentos canónicos en la vida que Jenny nos cuenta de sí misma hay, posiblemente, lecciones para todos los públicos, probablemente exista una pieza de información clave que se te escapó cuando tenías dieciséis años pero que ahora, al verla en otra, recuerdas. Las chicas no están bien, pero hay mucho que aprender de ellas. 

Colaboradora

Literatura comparada y crítica de videojuegos en Terebi Magazine y Nivel Oculto, siempre buscando intersecciones. Al final, como en Inside, soy una cosa amorfa.

  1. Miguel Vallés

    Vaya maravilla de texto, me encantó cómo escribiste y el juego parece brillante, enhorabuena.