Análisis de Animal Crossing: New Leaf

Hay ciertas bromas que están puestas en bandeja cuando se escribe sobre Animal Crossing: New Leaf: que si la hipoteca, que si el alcalde corrupto, que si acabas dedicándole más tiempo a los animales que a las personas, como aquel tío del pueblo que podía vivir perfectamente sin agua corriente pero siempre tenía botas de sobra en el zapatero. Son bromas fáciles y efectivas, hacen gracia y por eso les damos nuestra bendición; después de varias decenas de horas de quality time con mis convecinos de León (así se llama mi pueblo, como todos los que creo en todos los juegos que me dan esa opción), resulta un poco más complicado verles la gracia, o verles una gracia especialmente sofisticada, sobre todo cuando hablas con amigos que también juegan.

No es que Animal Crossing sea algo tan serio que no deje lugar a la coña. Todo lo contrario: si algo hay en New Leaf es sentido del humor. Uno muy especial, muy extraño, de regusto muy japonés aunque salpicado aquí y allá con destellos negros, pequeños diálogos ligeramente subidos de tono, referencias inesperadamente oscuras; si fuera una serie de televisión quizá sería Bob Esponja, que es para niños a pesar de estar creada de tal forma que en más de una ocasión sólo alguien más mayor pueda entender ciertas escenas. A pesar de ser moderadamente mainstream, Animal Crossing es una serie muy japonesa, una rareza que no todos los paladares encuentran agradable, y quizá por eso me cuesta más imaginarme a un chaval de Móstoles riéndole las gracias al barquero que te lleva a la isla tropical cuando dice uno de sus comentarios sobre minifaldas y tentaciones extramatrimoniales que a una japonesita sonrojándose, con su 3DS llena de pegatinas de colores, cuando le suelta algún piropo.

Como los anteriores Animal Crossing, New Leaf tiene formas de RPG (las convenciones en diálogos y navegación por los pueblos, el sistema de inventario, la personalización del avatar), intenciones de juego social (las visitas a los pueblos de los vecinos, las dinámicas que se forman alrededor de ellas) y, novedad en la serie, coqueteos con la gestión: ser alcalde del pueblo en el que vivimos tiene el calado que uno podría esperarse de un juego en el que lo más agresivo que te dicen es cariñito, y a efectos prácticos sirve simplemente para tunear nuestro pueblo con las rudimentarias herramientas de construcción de elementos decorativos que se nos ofrecen (algún banco, algún puente, una farola, cuatro chorraditas) y desbloquear algún edificio interesante como la Casa del Sueño.

Está claro que buscan, también, ser más virales que nunca: pulsando L y R podemos tomar capturas de pantalla, que se almacenan en la tarjeta SD listas para ser compartidas a través de Facebook, Twitter o el medio que consideremos oportuno.

Las variables son imposibles de enumerar en su totalidad, y de ninguna forma quiere New Leaf, en todo caso, que lo conozcamos más de la cuenta antes de meternos de cabeza en su mundo. Lo que está claro es que quiere que nos metamos en él, que sabe animarnos a hacerlo y sabe mantenernos interesados por las pequeñas vidas de mentira de los animalitos que habitan nuestros pueblos. Cualquiera que haya jugado con cierta asiduidad a un Animal Crossing sabrá lo que es compartir un tiempo determinado con un vecino que te cae bien y que un día te avise de que se va a ir a vivir a otro sitio, sólo para que le frenes haciéndole saber que quieres seguir teniéndole cerca; también conocerá el disgusto de ir a visitar a alguien y que todas sus cosas estén ya metidas en cajas, listo todo para la mudanza, y la emoción de ver una nueva casa en proceso de ser habitada y la espera nerviosa hasta el día siguiente para saber qué estrafalario muñeco empezaremos a ver a diario pululando por nuestro pueblo. Animal Crossing: New Leaf es extraordinario en la gestión del tiempo que nos requiere y la satisfacción que da dedicarle un ratito al día, a veces más (con las visitas a la isla tropical, a cazar peces más grandes o jugar a algún minijuego, o sesiones de diseño largas y creativas) y a veces menos, con ambición de únicamente comprobar si encontramos algún fósil nuevo y probar suerte, por ejemplo, con las galletas de Nendo y Tendo. No es un juego que nos imponga una manera de acercarnos a él, ni una forma mejor de jugar, ni apenas una forma de jugar, si llevamos las cosas un paso más allá. Lo que añade con respecto a anteriores Animal Crossing es más que suficiente para mantener a los veteranos encandilados un buen tiempo: en mi Registro de Actividad de 3DS ya está el primero en tiempo de uso, y no creo que el contador deje de subir hasta el año que viene por más o menos estas mismas fechas.