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Thomas Pynchon, el escritor que está en otro castillo

Thomas Pynchon, el escritor que está en otro castillo

Lo habitual es que los intelectuales mediáticos se pasen la vida echando pestes de los videojuegos. Eduardo Galeano los reducía al completo a una repetición de masacres bélicas en las que solo se oye el «tableteo de la ametralladora», y Mario Vargas Llosa, tan buen narrador como cuestionable ensayista, abominaba de todo lo que tuviera que ver con la ludificación. Si uno se pone a pensar en las causas de este rechazo probablemente acabe cayendo en el error —o no— de creer que detrás se esconde una queja nostálgica y moralista de un autor venido a menos en busca de un público que se le escapa, algo muy evidente en el segundo. Esto da, desde luego, para otro artículo.

Por ello es una sorpresa agradable que Thomas Pynchon, representante paradigmático de la llamada literatura posmoderna —en esta casa, como sabéis, se lee con veneración David Foster Wallace—, ganador del National Book Award en 1974 por El arco iris de la gravedad, eterno candidato al Nobel de Literatura y respetado por el crítico literario a media jornada y ególatra a tiempo completo Harold Bloom, le dedique tanto espacio a los videojuegos, y no precisamente para despreciarlos ni, dicho sea de paso, para mostrarse complaciente. Digamos que, para simplificar, en su última novela, Al límite (2013), los utiliza como un elemento más de una cultura que oscila entre la realidad y la virtualidad, y que de modo sintomático tiene en el ocio electrónico tanto un sistema de símbolos compartidos por los personajes como una metáfora de su tiempo.

Thomas Pynchon, el escritor que está en otro castilloPynchon tiene un particular costumbrismo massmediático que es capaz de meter a Scooby Doo en una de sus clásicas tramas contra fantasmas, pero esta vez pagados por el cártel de la droga colombiana, así que Shaggy tiene que habéselas con narcotraficantes que se hacen pasar por espectros y, al final, todo acaba bien a la hora de la sobremesa, con los niños viendo el capítulo como si nada. Algunos de sus personajes tienen aficiones inverosímiles, como Horst —ex esposo de Maxine—, que se traga maratones de biopics en un canal temático donde se emite una película sobre el dramaturgo Anton Chéjov (1860-1904) protagonizada por Edward Norton, su mejor papel si fuera cierto. Los videojuegos forman parte de este universo de referencias equívocas de una cultura compartida que no parece tener mucho sentido aunque sepamos reconocerla como nuestra.

Unas pocas líneas sobre el argumento, para no saturar ni dar muchas pistas. Maxine Tarnow —protagonista indiscutible, aparece en primer plano siempre—, perita en fraudes fiscales, investiga a Gabriel Ice, uno de esos geeks que con la burbuja de las puntocom se hizo de oro, aunque Ice es un poco tardío y no parece compartir esos ideales ingenuamente libertarios —hipercapitalistas, a la postre— de Steve Jobs y otros; y además es un hortera, nada que ver con la austeridad de Bill Gates, pues tiene la misma pinta que Bardem en Skyfall (Mendes, 2012), solo que más joven. La trama se complica cuando a pocos días del 11-S un cámara amateur, o neovanguardista, o lo que sea, llamado Reg Despard, remite una cinta misteriosa a Maxine, y empiezan a salir a flote una serie de hechos raros, aleatorios, que si llegaran a tener algún nexo entre sí probablemente revelarían una constelación fatal de sucesos.

La prosa de Pynchon tiende al desorden y sus personajes —por lo general meras trazas de azar, aunque aquí bastante más definidos— se ven superados por las circunstancias, lo que acaba degenerando en que todos ellos intentan encontrar un patrón en los acontecimientos, sea imaginando conspiraciones, y la Paranoia es un sentimiento constante en las novelas del autor, sea hallando una relación puede que no causa-efecto entre lo que ocurre, pero sí, al menos, de un modo intuitivo, como una sensación de control, algo que en psicología se llama apofenia. El núcleo de Al límite, el programa DeepArcher, tiene que ver exactamente con esto.

DeepArcher es un programa oculto en la Web Profunda; un remailer que circula por la red sin dejar rastro de quien entra y quien sale: «lo que hacen los remailers es transmitir paquetes de datos de un nodo al siguiente, pero sólo con la información suficiente para decirle a cada eslabón de la cadena dónde está el próximo, nada más. DeepArcher va un paso más allá y se olvida de dónde ha estado, inmediatamente, para siempre». En otras palabras, es un espacio abstracto desconectado de cualquier cosa parecida a una identidad, la última posibilidad del anonimato absoluto y, más allá… solo hay un vacío de información. Pero, ¿cómo es por dentro?

Como un videojuego, se diría. Esta descripción nos recuerda a algo —¿o es una percepción apofénica?—: «Tan vacío como las estaciones de tren y las terminales de puertos espaciales de una época más inocente […]. Se supone que debe avanzar por ahí, sondeando un desierto que no sólo es un desierto, buscando enlaces invisibles e indefinidos […]. [N]o es un juego de disparos, al menos hasta el momento, no hay guión, no hay detalles sobre el posible destino, ni manual que leer ni listas de trucos». Es significativo que utilice espacios relacionados con lo que el antropólogo Marc Augé llamaba «no-lugar», donde el intercambio simbólico entre personas no podía producirse: aeropuertos, estaciones de tren, etc. Pero Pynchon le da la vuelta: ahí donde no hay normas es posible reencontrarse. El caso es que, a pesar de prometer la pureza y la libertad absolutas, DeepArcher todavía no tiene efectos adversos conocidos, y puede que los tenga: ese es el temor que flota en la narración y, de hecho, es también el nombre original de la novela. Bleeding-edge es aquella tecnología cuyos efectos se desconocen.

Los videojuegos están en el fondo de muchas metáforas. He contado, con margen de error, cuarenta y cinco referencias, muchas de ellas aparecen en grupo y unas pocas son indirectas. El recurso más habitual es el name-dropping, citar una lista de nombres sin aparente sentido, salvo el de dar fondo de armario al ambiente. El mejor ejemplo es esta andanada de nombres sobre arcades antiguos (página 301 de la segunda edición de 2014, que es la que utilizo; la traducción es de Vicente Campos): «Jugaron en máquinas antiguas procedentes de la remota California, de las que se decía que habían sido programadas a medias por Nolan Bushnell en persona. Jugaron a Arkanoid en Ames y a Zaxxon en Sioux City. Jugaron a Road Blasters y a Galaga y a Galaga 88, a Tempest, a Rampage y a Robotron 2084, que Horst considera el mejor videojuego clásico de todos los tiempos».

Thomas Pynchon, el escritor que está en otro castillo
De izquierda a derecha: Robotron 2048, Galaga, Road Blasters.

Es falso, como se aprecia, que la retahíla de nombres no aporte información relevante. No tiene por qué deducirse de qué va cada uno, solo que son de los años 80. Más adelante, Horst explica: «cuando yo era niño vivimos la edad dorada de los salones, y supongo que ahora me cuesta asumir que haya acabado. Todos esos juegos en el ordenador de casa, la Nintendo 64, la PlayStation, ahora el chisme ese de la Xbox, a lo mejor sólo quiero que los chicos [sus hijos] vean cómo se reventaba a los alienígenas en los viejos tiempos» (p. 107). Podría en efecto haber mencionado otras consolas; la secuencia ni siquiera es cronológica —PSX salió antes que N64—, y hasta es cuestionable que estas dos plataformas pertenezcan al periodo de declive de los Arcades —en el año 2000 empezaba a ser irreversible, poco después de las placas NAOMI, basadas en DreamCast—, pero lo que importa es que contrapone lo doméstico a lo público, y la enumeración funciona.

En esta misma línea se encuentran otras analogías. Por ejemplo, los gráficos de DeepArcher consiguen «que Final Fantasy X parezca dibujado con Telesketch» (p. 86), juego que fue publicado por las mismas fechas en las que se sitúa la narración y que por supuesto tenía un apartado visual destacable. En otra parte, uno de los personajes asiste a «una especie de campamento de anime en Nueva Jersey, con talleres de vídeo de Quake y machinima impartidos por personal japonés que afirma no saber ni jota de inglés, aparte de «genial» y «no mola», lo que para un amplio abanico de la actividad humana es, de hecho, más que suficiente…» (p. 146). Una vez más, es el tipo de juego el que caracteriza cuán geek es alguien, y desde luego Quake está en lo alto de la pirámide, por no hablar del machinima, que es hacer cine con los recursos que ofrece el propio videojuego…

Utiliza otros símiles más arriesgados. Cuando uno de los personajes hace referencia a un pacto con Gabriel Ice, explica: «el acuerdo de confidencialidad sigue en vigor hasta el previsible final del Universo o hasta que por fin salga al mercado Daikatana, lo que ocurra primero» (p. 168). Aquí puede haber un desliz, porque Daikatana, versión Windows, salió en mayo de 2000, y el diálogo en el que se afirma esto transcurre en 2001. Es cierto que el juego de John Romero se retrasó unos tres años más de lo esperado, pero tal vez Pynchon podría haber mirado justo al lado, en 3D Realms, y citar Duke Nukem Forever, que comenzó a gestarse también en 1997 y salió en 2011.

Thomas Pynchon, el escritor que está en otro castillo

PYNCHON: ¿QUÉ LEER?

Es tan buen momento como cualquier otro para preguntarnos con qué novela se puede empezar a leer Thomas Pynchon. La más sencilla es, de calle, Vicio propio (2009), cuya deslavazada adaptación al cine por Paul Thomas Anderson ya expresa que al menos puede seguirse un hilo narrativo sin acabar sucumbiendo a las subtramas y las distintas voces. No obstante, es una mala elección. La subasta del lote 49 (1966), su segunda novela, incluye todos sus temas y el tipo de prosa que desliza al lector de la certeza a la contrariedad hasta el absoluto extravío, en un ciclo intermitente e interminable. Y algo importante para novatos: es breve; no llega a las doscientas páginas. Tampoco pueden desdeñarse sus cuentos recopilados en Un lento aprendizaje (1984) —atención a «Entropía»—. Y si con esto uno no ha tenido suficiente, sería hora de lanzarse y dedicar el verano a El arco iris de gravedad (1973), o al que es, a mi parecer, su mejor texto: Mason y Dixon (1997).

Como enmendar la plana a Pynchon es arriesgado, consideraremos que el retraso de Daikatana es una hipérbole, una exageración, igual que este comentario sobre Super Mario Bros., juego que aparece en al menos tres ocasiones y con los goombas como protagonistas: «Te aviso, no soy muy buena en estas cosas», reconoce Maxine, «cuando jugamos a Super Mario los pequeños goombas saltan y me pisotean» (p. 80).  Los goombas no saltan; como mucho se dejan caer y, en efecto, eso fulmina a Mario. ¿Está diciendo Maxine que es tan mala que hasta los enemigos más idiotas acaban con ella de maneras por las que no están programados?

Aparece más software que denota al menos un trabajo de investigación, si es que no forma parte de sus primeros encuentros con el ocio digital. Véase este antecedente de los MMORPG que yo al menos desconocía, y que compara con DeepArcher: «[s]í tiene antecesores en ese mundillo […], como los clones del videojuego de rol MUD que empezaron online en los ochenta, que eran básicamente texto […]. [C]recimos con el formato VRML». Y, por descontado, una acotación que puede pasar desapercibida para un profano pero que ahora es más vigente que nunca. Las influencias de DeepArcher son: «el Neo-Tokio de Akira, Ghost in the Shell, Metal Gear Solid de Hideo Kojima o, como se le conoce en mi cole, Dios» (p. 80). Pynchon alargando la mano hacia la oscuridad en la que maldita sea se ha sumido Kojima.

Que algunas de estas citas puedan ser vagas no significa que el autor no sepa de qué está hablando. Hay un análisis de los videojuegos no solo en su dimensión social, que es lo que le interesa para la descripción del sustrato geek, sino de otro tipo más agudo. Maxine «[h]a salido a una noche diferente, a una ciudad completamente diferente, una de esas ciudades de los videojuegos de tirador en primera persona por las que aparentemente puedes desplazarte por toda la eternidad, pero de las que nunca puedes salir. La única humanidad visible son figurantes virtuales en la lejanía, ninguno de los cuales le ofrece  la ayuda que necesita» (p.422). El meatspace —que se contrapone al cyberspace—, o tofuspace para los veganos, adopta por un acto de brujería la textura de la virtualidad, y la tensión entre libertad absoluta y limitación de mapeado típica de un sandbox, con su IA deficiente cuando solo se trata de controlar transeúntes, gobierna de repente la percepción de la protagonista.

En última instancia  los elementos que despliega Pynchon oscilan caóticamente por la narración hasta que patrones prácticamente invisibles se comportan como puntos de fuga que dirigen la mirada. DeepArcher se compone de datos pseudoaleatorios, o en otras palabras, está generado procedimentalmente. La catástrofe llega con el orden, con las coincidencias. Volvamos a Kojima: «Fíjate en Metal Gear Solid: ¿a quién secuestran los terroristas?, ¿a quién intenta rescatar Snake? Al jefe de DARPA» (p. 431). Se alude al origen de Internet, DARPANET (o ARPANET), aquel sistema de supervivencia que después de la Segunda Guerra Mundial el gobierno en la sombra de EE.UU. planeó para evitar la desaparición en caso de crisis atómica. El entramado en red permitía que si un nodo caía, podrían establecerse relaciones entre otros. El apocalipsis del 11-S está también en un videojuego. Los hijos de Horst echan unas partidas a Hydro Thunder (p. 303), y nadie esperaría que anticipara ya el infierno en el que se convertiría Nueva York.

Los datos se vuelven erráticos y esquivos, como la propia identidad del autor. Si uno busca por internet no hallará más de dos o tres fotografías, a menos que en la Web Profunda un programa privado albergue alguna otra imagen a la que nadie haya accedido jamás. Escribía el profesor —como prefería que le llamaran— Michel Foucault en La arqueología del saber (1969) que «[m]ás de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable. […] Que se nos deje en paz cuando se trata de escribir». Y lo que se escribe en ocasiones tiene el mismo carácter proteico e inasible. Thomas Pynchon, pese a nuestros esfuerzos, siempre está en otro castillo.

Redactor
  1. Rocks

    Estupendo artículo. De estas colaboraciones está saliendo canela en rama.

    No he leído a Pynchon, pero lo he intentado con DFW y «La broma infinita» no consiguió engancharme. No sé exactamente por qué, la narrativa me estaba gustando, el estilo es nuevo para mí y me he leído tochos infumables, algunos por el mero hecho de no dejarlos a medias; pero este pudo conmigo. Simplemente no lo veía avanzar en ningún sentido y su propio mundo no me parecía suficientemente atractivo.

    Supongo que los post-estilos no son para mí, con la música me pasa igual, que me gusta lo que escucho pero me atrae cero el seguir profundizando.

    Algún día lo intentaré de nuevo, supongo 🙂

  2. Silvani

    Joder, qué bueno. Mr. F, guárdesela porque se la acaba de sacar. :bravo:

    Le tengo ganas a Pynchon. Por desgracia tendría que colarse ante tipos muy importantes que llevan más tiempo esperando. Pero algún día…

  3. pinjed

    @rocksgt dijo:
    Estupendo artículo. De estas colaboraciones está saliendo canela en rama.

    No he leído a Pynchon, pero lo he intentado con DFW y «La broma infinita» no consiguió engancharme. No sé exactamente por qué, la narrativa me estaba gustando, el estilo es nuevo para mí y me he leído tochos infumables, algunos por el mero hecho de no dejarlos a medias; pero este pudo conmigo. Simplemente no lo veía avanzar en ningún sentido y su propio mundo no me parecía suficientemente atractivo.

    Supongo que los post-estilos no son para mí, con la música me pasa igual, que me gusta lo que escucho pero me atrae cero el seguir profundizando.

    Algún día lo intentaré de nuevo, supongo 🙂

    Te fuiste directo al modo hardcore de DFW, pero tiene cosas la mar de accesibles. Prueba con Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer; muy divertido, cortito y fácil.

  4. Víctor Martínez

    @rocksgt
    Lo que dice @pinjed: empezar con La broma infinita es una auténtica broma infinita, porque es uno de esos libros que son a la vez lectura y prueba de resistencia. Personalmente nunca lo he terminado, me ha superado las cuatro o cinco veces que me he puesto en serio con él. (Casi) todo lo demás, especialmente ensayo, es mucho más fácil y agradecido de leer. Algo supuestamente divertido y Hablemos de langostas son de esos a los que se puede volver una y otra vez, y siempre son interesantes.

  5. Rocks

    @pinjed dijo:
    Te fuiste directo al modo hardcore de DFW, pero tiene cosas la mar de accesibles. Prueba con Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer; muy divertido, cortito y fácil.

    Me apunto la recomendación y le daré otro tiento, aunque no sé si acabaré de verle el sentido… creo que para algunas cosas mi cabeza es demasiado cuadriculada :mrgreen:

    La broma infinita tiene momentos sublimes (la entrevista inicial, la charla entre los ¿investigadores? en la colina, el tratamiento de la obsesión y la adicción, la carta de reclamación al seguro -que conocía por Gomaespuma y fue una grata sorpresa descubrir su verdadero origen-, etc…), pero al cerrar el libro y pensar sobre él hasta la siguiente sesión, el poso que me dejaba era de algo vacuo, quizá un poco pedante pero a la vez desinteresado por lo culto y lo exacto.

    ¿Es esa la reflexión del posmodernismo? ¿Es una crítica mordaz y caricatura al culto incondicional a la cultura elevada o es solo una pose? ¿Importa realmente o es precisamente una forma de demostrar que nada importa?

    Al final ese tipo de cuestiones me alejan de lo que el libro pretende transmitir o contar (creo que no llegué lo suficientemente lejos como para ver si el peso lo lleva la historia o el propio estilo -unas doscientas páginas creo recordar-).
    Pero vamos, entiendo que es problema de cabeza cuadriculada y que quizá debería leerlo de modo más distendido, pero el intelectualismo que juega a no ser intelectual me rompe los esquemas, no sé si me explico… es todo como de mucho dolor de cabeza WOHT

  6. Dela

    Estupendo artículo. Son estas cosas las que marcan la diferencia con otras web del género y creo que somos muchos los lectores los que los agradecemos ¡Gracias chicos/as!

    De Pynchon me encantó Contraluz, aunque no siempre mantiene el ritmo tiene pasajes muy buenos (toda la trama de Jeshimon es espectacular cómo está narrada). Ahora que llega el verano puede ser una buena oportunidad para leer Al Límite. Ya veremos.

    Siempre me da pena pensar en el autor de El arco iris de gravedad por lo mayor que está, que pronto nos quedaremos sin él y en el vacío que nos va a dejar. Ojalá le den el Nobel de Literatura pronto, no entiendo que manía tienen de no dárselo a según que autores (Nabokov, ejem).

  7. EL Señor de Negro

    Por cosas como estas Anait sois lo puto mejor!

  8. Creepy_Hobo

    Pero por el amor de dios, ¿quién es este señor F y por que escribe como los ángeles?
    Enhorabuena, gran artículo.

  9. ithil

    Con DFW había empezado con La niña del pelo raro sin tener ningún contexto previo y lo dejé a medias. Luego me propuse leer La broma infinita en un arrebato de locura y aunque sí, es una novela densa y compleja como ella sola, me pareció tan desconcertante en cuanto a estilo y temática que me enganchó por completo y la leí del tirón (todo lo del tirón que puede ser ponerse con frecuencia a navegar entre notas al pie dentro de notas al pie). A partir de ahí creo que me he leído ya gran parte de su bibliografía (tengo especiales ganas a El rey pálido, por la que tengo curiosidad desde que leí el argumento en líneas generales y luego más aún cuando vi una referencia que hicisteis aquí al analizar Papers, Please), y diría que me ha influido bastante en muchos aspectos.

    Curiosamente, estos días he estado buscando un ensayo suyo mientras seguía dándole vueltas a la cabeza a la charla de diseño narrativo que dio el otro día Tom Jubert en Gamelab (a todo esto, ¿tenéis pensado cubrirla igual que habéis hecho con la de Chris Crawford? Me dejó un poco impresionada) y de rebote he descubierto que han rodado una película sobre él (DFW). Tengo curiosidad, pero también prejuicios sobre si es un truño, o si el tratamiento de la persona es frívolo o no como en muchos biopics: https://en.wikipedia.org/wiki/The_End_of_the_Tour_(2015_film))

    A Pynchon le tengo ganas, pero entre saturación de opciones de ocio y curro todavía no he podido leer nada suyo. Me apunto las recomendaciones, y felicidades por el artículo, da gusto encontrarse este tipo de cosas 😀

  10. Mith

    No suelo comentar pero esto me ha encantado. Seguid así, por favor.

  11. juandejunio

    Muchas gracias, me fui con haaaaaaaaaaaaarta tarea pa la casa 😀

  12. NeoIbero

    Pynchon: ¿leer en inglés o buscar alguna buena traducción al español?

  13. Sams

    Hay un autor barcelonés, Santiago López Petit que teoriza sobre la sociedad y el mundo capitalista llegando a afirmar que el neoliberalismo nos ha encerrado en una especie de videojuego. Es bastante interesante por si queréis leer otro ejemplo que relaciona lectura y videojuegos, aunque en este caso es filosofía. El libro se titula «Hijos de la noche» por cierto.

  14. Zapp Brannigan

    Extraño, en mi caso he podido leer La Broma Infinita las dos veces que lo he intentado. Y tengo intención de leerlo una tercera vez en inglés. No tardo mucho tiempo en echar de menos personajazos como Michael Pemulis, Kate Gompert, Steeply, Marathe… El que he dejado a medias es precisamente Mason y Dixon de Pynchon, y eso que me gustaba. Tendré que darle otro tiento. Y La subasta del lote 49 lo leí pero no lo acabé de disfrutar, quizás una segunda lectura me ayude a apreciarlo mejor.

    Muy buen texto por partida doble: por lo bien escrito que está y porque incita a leer más!