Análisis de Far Cry 3: Blood Dragon

Parece que Ubisoft le está cogiendo el gusto a las reimaginaciones de sus juegos: después de la triple expansión de Assassin’s Creed III, que nos metía en un universo paralelo en el que Washington es un rey tirano y nosotros tenemos poderes imposibles de encajar en el juego principal. Far Cry 3: Blood Dragon parte de una premisa similar, aunque sólo en parte: tomando como base el juego original, plantea una historia totalmente nueva ambientada en un año 2007 inspirado en la visión del futuro que se tenía en el cine de acción de los 80.

La broma llega hasta el final: Blood Dragon abraza el glitch art y la estética de videojuego de los 80 y nos presenta un festival de distorsiones de imagen a lo VHS, secuencias de vídeo pixeladas y colores de neón. La sensación de estar jugando a algo totalmente distinto al Far Cry 3 original se desvanece convenientemente a medida que avanzamos, porque en gran parte sus dinámicas son las mismas: conquistar bases, cazar animales y hacer misiones. Los cambios son otros; estéticos, ya hemos dicho, pero también filosóficos. Es una cuestión de actitud, como Dean Evans, el director creativo del juego, dice en un artículo de Polygon: la actitud del cine de acción de los 80, en parte, pero especialmente la actitud del cine de acción contemporáneo inspirado en el de los 80, que sintetiza e hiperboliza esa actitud «perdida», según Evans, «infrarrepresentada en la industria del videojuego» y cuyo resurgir en Blood Dragon fue inspirado por, cuenta, la película Hobo with a Shotgun.

Es más simple a conciencia que el Far Cry 3 original, pero como en aquél aquí la grandeza está en los pequeños detalles. La imaginería de Blood Dragon es tan deliciosamente delirante que anima a seguir jugando sólo por ver con qué disparate nos va a sorprender a continuación: los dinosaurios que lanzan rayos láser son un buen comienzo, pero a partir de ahí la cosa continúa con incendios clandestinos a incubadoras de huevos de tiranosaurio o máquinas gigantescas destrozadas a puñetazo limpio. Rex Colt, el protagonista, es un héroe de acción de toda la vida: es duro, es letal, es plano como una tabla de planchar y tiene un sentido de la justicia y el valor tan rancio y anticuado como la comedia de la historia principal requiere. Sus frases son antológicas: «¿Puertas que se abren solas? ¡2007 es la hostia!»

Tampoco tiene la cantidad de contenido del original: las bases enemigas, el tamaño del mapa o los animales que lo pueblan son menos, y es una decisión consciente de la que sabe aprovecharse. El árbol de habilidades se sustituye por un sistema de progresión automático por niveles que va desbloqueando mejoras a medida que aniquilamos enemigos (que es la base, el tomate y la mozzarella de esta pizza, eso siempre), algo que encaja bien con el ritmo más ágil y la jugabilidad más bronca de Blood Dragon; la conquista de bases, por ejemplo, pasa de ser un proceso de infiltración a un asalto en toda regla: utilizando los corazones de los enemigos, que podemos recolectar y utilizar como cebo para llevar a los dinosaurios hacia los asentamientos, se forman carnicerías a tres bandas intensas y espectaculares.