Con el palizómetro a tope
Primeras impresiones de Batman: Arkham City
Gotham es un puto asco de sitio, amigos. Está hecha un cristo, siempre sucia y con alcantarillas humeantes, siempre llena de rincones oscuros y pestilentes, siempre cubierta por un smog untuoso y una fina capa de lluvia ligeramente ácida. Por algún motivo que nunca ha quedado muy claro ni en películas ni en cómics ni en videojuegos, hay gente que aún vive allí por voluntad propia, como esperando a que llegue el momento en que algún perturbado escapado de Arkham intente partirles por la mitad. Gente que sale de su casa en esa ciudad perpetuamente nocturna a comprar unos Phoskitos al chino de la esquina sabiendo que, a la mínima de cambio, le puede pasar cualquier cosa: que el Joker los mate de risa, que el Espantapájaros los mate de miedo, que Dos Caras los mate de asco o que Calendar Man haga lo que sea que hace Calendar Man —algo que ignoro, pero que no promete—. Esa gente inconsciente y loca, esa gente que, afrontémoslo, lo está pidiendo a gritos, confía en que algo los va a mantener vivos un día más; esa gente confía en que la estupidez de bajar a por un bollito de chocolate a las cuatro de la mañana no va a ser lo último que hagan; esa gente confía en que, llegado el momento, algo se interpondrá entre ellos y su apresurada cita con San Pedro: ese algo somos nosotros y las cuatro toneladas métricas de mamporros que con nosotros vienen.