Filmageddon: <em>El amo del calabozo</em>

[Filmageddon es un asalto a mano armada, un ejercicio de intrusismo desde las entrañas tan salvaje y descarnado que sólo podía ocurrir en AnaitGames, donde creemos que la línea editorial es una cordillera sudamericana. Cada jueves desmembraremos, mejor o peor pero siempre implacablemente, las películas que, de un modo u otro, han abordado los videojuegos como temática o simplemente se han nutrido de ellos. Disfruten.] dungeonmaster-portadaSaltemos de nuevo a esa divertida piscina de bolas que es la serie B y hagámoslo esta vez con uno de los peores hallazgos que tuve el horror de descubrir durante mis periplos al ahora extinto videoclub de mi barrio. Se trata de El amo del calabozo (The Dungeonmastera.k.a. Ragewar), un despropósito de bajo presupuesto que nació gracias a la onda expansiva de influencia que generó la exitosa Tron de Disney, y perpetrada por ese loco de remate entrañable obsesionado con los muñecos asesinos del que ya os hablé en una ocasión: Charles Band. Y, aunque quizá la relación de El amo del calabozo con los videojuegos no sea tan explícita como en otras entregas de Filmageddon, ese vínculo es en realidad mucho más poderoso que en la mayoría de películas en tanto que afecta a su esqueleto narrativo y su planteamiento. Y esto, aunque suene muy bonito, es algo terrible. Más tarde lo entenderéis, ahora vayamos con lo básico. dungeonmaster-02 La sinopsis os la puedo resumir en una sola frase: Paul, un as de la informática y su negligida novia Gwen se ven súbitamente transportados a una realidad alternativa por Mestema, un malvado hechicero en busca de un rival a su altura. En efecto, la única referencia escasamente palpable hacia nuestro gremio es la obsesión del protagonista con los ordenadores y su casi sobrenatural talento para sacar provecho de ellos —el muy pájaro es capaz de sacar dinero de los cajeros a través de un dispositivo instalado en sus gigantescas gafas—. Por lo demás, poca cosa. Paul hace ejercicio todos los días, posee un buen físico y su novia, aunque algo desatendida, está loca por él. Son tres rasgos (ejercicio, buen físico y novia) que, no nos engañemos, no suelen estar presentes en la vida del arquetipo geek tradicional, y mucho menos en el de los años ochenta. Sin embargo, y a esto me refería en el párrafo anterior, la estructura narrativa de El amo del calabozo es casi idéntica a la de cualquier juego de aquella época: caótica, absurda, desordenada y eminentemente naif. Me explico: el filme está dividido en siete segmentos escritos y dirigidos por siete cineastas distintos ((Dave Allen, John Buechler (el padre de otra joyaza casposa como Troll), Steven Ford, Peter Manoogian, Ted Nicolaou, Rosemarie Turko y el propio Charles Band)). Cada uno de ellos se presenta como una prueba a la que el diabólico Mestema somete al pobre Paul, conformando un desafío a siete tiempos que el joven deberá superar si quiere recuperar a la cautiva Gwen, que se pasa toda la película colgando de unas cadenas. Y aquí diréis: “Qué ecléctico, que innovador, qué bello”, y entonces contemplaré la ilusión en vuestros ojos y la admiración en vuestros gestos, y os responderé: “Mis cojones”. La unión en este caso no hace la fuerza; hace la caca más caliente, humeante y líquida que seáis capaces de concebir haciendo válidos algunos de esos refranes que tanto odio como “el que mucho abarca, poco aprieta” o “muchas manos en un plato hacen mucho garabato”. Cada segmento queda flotando aislado del resto, como ratas muertas en un cenagal, con el único nexo de unión del pomposo Mestema intentando picar al protagonista con frases para los anales ((Pero anales, anales.)) en interludios para el olvido. dungeonmaster3 Algo similar, aunque quizá menos flagrante, ocurría —y en muchos casos sigue ocurriendo— con el guión de los juegos de acción. Pasábamos de un escenario a otro y de unos enemigos a otros sin demasiadas explicaciones a excepción de pequeñas escenas —normalmente ni siquiera sin animar— mediante las cuales se intentaba justificar débilmente porqué tras matar a un orondo luchador de sumo en mitad de un bosque plagado de ninjas íbamos a parar a un polígono industrial de Tokio lleno de transeúntes hostiles y cuervos rabiosos. Así eran los juegos y así es El amo del calabozo: una sucesión de niveles de ambiente variado y enemigos diversos. El empollón de Paul se verá envuelto en una lucha de rayos láser —gracias a un dispositivo parlante instalado en su antebrazo— contra una gigantesca estatua de piedra animada en amorosa stop-motion para encontrarse minutos después en un concierto de W.A.S.P. en el que deberá sobrevivir a un temible ejército de grupies del hair metal con el pelo cardado y tres capas de maquillaje haciendo muecas lascivas al son de Tormentor, y en el que nuestro héroe hará desaparecer con su rayaco al cantante Blackie Lawless en una acertada metáfora del que sería su futuro artístico en los años venideros. Añadámosle a esto que Mestema —un clon de Frasier disfrazado de Drácula— bautiza a Paul con el nombre más ridículo desde el Wendell “Mucho” Maas de La subasta del lote 49, Excalibrator, y empezaremos a notar como el nivel de caspa ya nos roza la barbilla. dungeonmaster Sin embargo, aún hay algo más de videojuego en El amo del calabozo, posiblemente el elemento que más ha contribuido a convertirla en una película de culto. Y es que en cierto momento el protagonista del filme se rebela contra el despotismo sin escrúpulos de Mestema y le grita una frase que podría resumir, no sólo todo el concepto de entretenimiento interactivo, sino también todo el universo de los juegos de rol y la actitud de muchos de sus jugadores:
¡Rechazo tu realidad y la sustituyo por la mía!
Tremendo. Tras esto, Paul reprocha al inmortal mago su total ausencia de humanidad.«¿Llamas a esto un juego, Mestema? Soy yo quien pelea mientras tu te sientas alrededor esperando ver qué juego puedes hacer [sic]». Está claro, ¿no? El eterno enfrentamiento entre jugador y personaje sale aquí a relucir en una metáfora tremendamente idiota que termina con el informático y el hechicero midiéndose el lomo guantazo limpio, mandando a tomar por saco cualquier tenue atisbo de mensaje subtextual en todo el filme. dungeonmaster5 Y es que el El amo del calabozo en definitiva no es más que un injustificable circo del horror y la vergüenza en el que Albert Einstein descansa congelado en una cueva junto a un samurai, un hombre lobo y Jack el destripador, y cuyo protagonista dice frases tan surrealistas y dignas de un psicoanálisis como «Ya sabes lo que dicen: no hay mejor cerdo que un viejo cerdo».
Redactor
  1. Satellite of Love

    Pinjed, no eres consciente de CUÁNTO molas.

  2. Kirkis

    La frase final posiblemente sea una de las mejores frases del cine.

    Y pinjed, usté es un puto amo.

  3. oliverastro

    Genial crítica, me recuerda haberla visto en una de esas noches antes de las palabras al cierre de la TV Chilena…

  4. sunburst

    Esta es de lejos la más casposa hasta el momento, eh? o por lo menos es la sensación que me ha dado, no entran ganas ni de bajarla.
    Buena crítica, esta sección me encanta ;)

  5. Harle

    Pinjed, somos vecinos!! Yo también alquilaba películas en el extinto videoclub de mi barrio!! Malditos blockbuster…

  6. Zaelsius

    Awesome artículo y awesoma(?) referencia al Ninja Gaiden de 8 bits :D