American Story X, parte quinta

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Parte V: La Noche de la Emergencia En el tiempo que tardamos en repasar Fallout y Call of Duty, la consola de Gears of War 2 no dejó de tener compañía. Decidí caminar desinteresadamente por los alrededores, a ver si alguno de los tipos de Microsoft se percataba de que queríamos probar el juego. Me comí un par de galletas de mantequilla, mientras Bimo se comía unas diecisiete. A la tercera galleta, descubrí lo que estaba pasando. No había ningún periodista jugando al juego. Eran los propios encargados de Microsoft los que estaban acaparando el mando. Hay que joderse. Todos esos minutos desperdiciados, pensando que los fulanos de la revista oficial se estaban dedicando a desgastar los botones. Así que caminé hacia el stand, me dirigí a un señor de aspecto elocuente, y le pregunté si podíamos ver el juego. Por supuesto que podíamos verlo, pero no tocarlo. Uno de los supervisores del evento, el mismo que había estado jugando impunemente durante las últimas cincuenta y ocho horas, se me acercó con aires risueños. “Hoy no hacemos hands-on, sólo es la presentación del modo campaña”, me dijo. “¿Me estás vacilando?”, pensé yo, “¿todo el día aquí esperando para que ahora me vengáis con esta gilipollez?”. Que un tío que se había pasado toda la tarde enganchado al juego me dijese que no estaba permitido usarlo, justo después de que Activision me saltase con la misma historia, era demasiado. Pero antes de que yo recurriese a mis dotes de inglés ofensivo y soez, aprendido tras años de visionado de películas de Joe Pesci, el tipo arregló el asunto. “Podréis probarlo en la fiesta de mañana por la noche, cuando presentemos el multijugador”. En la fiesta de mañana por la noche. Cuando presentasen el multijugador. “¿Fiesta?”, exclamé, “¿qué fiesta?”. Alguien acababa de hablar más de lo debido. Cuando regresé al piso de arriba para comentárselo a mi colega de Seattle, el mismo que me había procurado la entrada al evento, me dijo no saber nada de una fiesta al día siguiente. “Ya, seguro que si tu compañía te envía a la otra punta del país y un día debes trabajar hasta entrada la madrugada, nadie te cuenta el plan con antelación”, podría haberle dicho. Pero conozco casos peores de descoordinación dentro de Microsoft, así que ya opto por no darles demasiadas vueltas a ciertas cosas. Acto seguido inscribieron nuestros nombres en la hoja de invitados de cualquiera que fuese la supuesta fiesta. “No hará falta que traigáis las cámaras ni nada de eso”, nos dijeron, “tendremos lo mismo que habéis visto hoy”. A la tarde del día siguiente, antes de salir de casa, preparé mi mochila y llamé a Bimo. “Coge la cámara, el micro y el trípode, los vamos a necesitar”. Casi Famosos El miércoles 15 de julio, cuando el sol se ocultaba entre los rascacielos del horizonte, varios focos vistieron de verde la fachada de los estudios Splashlight. Un camión de Fox News había aparcado delante del edificio, con una antena desplegada en el techo que bien podría haberse usado para la investigación espacial. “Esto va a ser grande”, le dije a Mark. En la entrada, Matt Grandstaff, nuestro amigo de Bethesda, estaba fumando un cigarro. “¿Qué están preparando ahí dentro?”, le pregunté. “Ni idea”, me dijo. No, si al final sí que sería una fiesta sorpresa de verdad, la jodida. Cuando entramos al estudio, algunos no nos esperaban. James, un tipo encargado de recibir a los invitados, se nos quedó mirando en el mostrador. “¿Qué esperas, que te diga la contraseña?”, pensé al verle, “¿no nos recuerdas de ayer mismo?”. Por suerte, las chicas que lo acompañaban eran más duchas en el arte de tachar nombres en las listas de asistentes. Mientras esperábamos a que abriesen las puertas, algunos subordinados de EA pasaron a nuestro lado. Ellos tenían preferencia. Será que entre la prensa, sólo Fox News tiene acceso a los placeres prohibidos que se ofrecen al principio. Para los demás basta con el alcohol.

Aquello era absurdamente hollywoodiense. Donde antes había habido un bar, ahora había dos. Uno en la terraza, la cual había estado cerrada durante el día anterior. Azafatas con vestidos diseñados por Team Ninja servían aperitivos en bandejas plateadas. El sistema de altavoces escupía una música horrible, aunque a un volumen lo bastante aceptable para poder ser ignorada. Toda la gente que habíamos conocido la primera vez, volvía a estar allí. Sólo que ahora les acompañaban un surtido de fantoches ataviados con ropajes estrafalarios. “Hoy estamos un poco más sensibles respecto al tema de las cámaras”, nos dijeron en la entrada, “hemos invitado a algunas celebridades y no queremos que piensen que hay paparazzis fotografiándoles”. Aquí habría que repasar el concepto de celebridad para algunos. Lo que yo entiendo por persona célebre vendría a ser algo así como Natalie Portman o Nelson Mandela. Allí había raperos de tres al cuarto como salidos del editor de personajes de Saints Row, un puñado de deportistas delgaduchos peinados a lo Fido Dido, al menos un tío enorme para contrastar cómicamente con los delgaduchos, y un tipejo con toques de Sonny Crockett que seguramente era el manager de alguno de los otros esperpentos. Si de verdad pensaron que iba a malgastar batería en grabar o fotografiar a esos estereotipos de sobremesa, es que menosprecian el nivel cultural medio de un usuario de videojuegos.

El tipo elocuente que había visto el día anterior era Michael Capps, nada menos que el presidente de Epic Games, sólo que yo aún no lo sabía. También estuvo allí el miércoles, abanderando una fiesta que giraba casi en torno a Gears of War. En el centro del segundo piso habían preparado cuatro televisores con sofás más otras tantas Xbox 360 conectadas en LAN. Una quinta pantalla con su consola estaba situada no muy lejos de las demás. El representante de Microsoft que había estado jugando todo el martes también había vuelto, sólo que esta vez ejercía de cheerleader, vociferando junto a los invitados para que se metiesen más en el juego. Era divertido ver aquella ridícula mezcolanza de personajes de farándula, desarrolladores de videojuegos, tías buenas y geeks actuando como si fuese del todo normal que estuviesen juntos. En otras circunstancias, aquellas mismas personas ni siquiera se habrían dirigido la mirada unas a otras en la calle. Salvo en el caso de todos hacia las tías buenas. Pese a que ya habíamos charlado un poco el día anterior, nuestra segunda cita con Capps fue la definitiva. El ambiente desenfadado que había preparado Microsoft le dio derecho a ser el único en todo el edificio que actuaba con naturalidad. Pero esto, añadido a la presentación de una secuela para Gears of War, también daba derecho a actuar con demasiada naturalidad. Digamos que después de la noche de aquel miércoles, Capps dejó de ser Michael y se convirtió en Mike.

“¿No hay bebidas?”, preguntó al sentarse para que le entrevistáramos, “¿qué clase de fiesta es ésta?”. Durante el martes, nos había enseñado un nivel entero del final de Gears of War 2. En una ciudad de tono rojizo, similar al atardecer sangriento del primer juego, Marcus Fénix y los demás personajes de su equipo trotan entre escombros. De pronto, una columna metálica se derrumba para poder usarse como puente. Una vez salvado el hueco, el ya inolvidable sonido de los Locust excavando en la tierra comienza a extenderse por doquier. Es hora de buscar cobertura. Gears of War 2 se hace enormemente familiar. El escenario, los personajes, las armas y su forma de moverse son milimétricamente idénticos a los del primer juego. Epic insiste en que se han realizado mejoras a nivel gráfico y de diseño, pero yo no las veo. Gears 2 es exactamente igual que Gears 1. Lo cual no es malo, sino todo lo contrario. Si había una secuela este año, aparte de Resident Evil 5, que no tuviese por qué innovar nada respecto a su predecesor, era Gears of War 2. El primer juego era simplemente brillante, con el único inconveniente de que era muy fácilmente mejorable. Gears of War fue corto, muy corto, tuvo un argumento malo, muy malo, y un ofrecía un estupendo modo multijugador que necesitaba ampliarse. Según dice Mike Capps, Gears 2 cumple todos esos objetivos. Es más grande, más bruto y mejor.

El Día de la Bestia

Ya de entrada sabemos que podremos cabalgar sobre un Brumack, un monstruo bípedo armado hasta los topes que sólo aparecía como figurante en Gears of War (aunque era posible enfrentarse a uno en la versión para PC), así como sobre los Reavers, las criaturas voladoras que acosaban a los protagonistas durante el electrizante acto final del primer juego. Nada mal comparado con el único trasto inservible que se había podido conducir hasta ahora, un camión todoterreno provisto de un potente foco cuyo uso inhabilitaba el motor, una buena idea que acabó convertida en suplicio cuando dos jugadores tenían que escapar de las alimañas nocturnas coordinando sus movimientos. Gears 2 también tendrá nuevas armas, entre las cuales pudimos ver las granadas adhesivas, un mortero devastador y lo que Mike llamaba el “molinillo” (aunque su nombre real es Mulcher), un enorme cañón rotatorio que se sobrecalienta con el uso. Durante la demostración del modo campaña también se dejaron caer viejos conocidos como el martillo del alba, quizá el arma ficticia más letal desde la pistola de oro de Francisco Scaramanga, con un nombre más esplendoroso que Excalibur. Ver su ardiente resplandor de nuevo fue de lo más satisfactorio.

Según Marcus y los suyos caían a través varios pisos, al poco de desplomarse el techo del edificio donde estaban, deduje que el virtuosismo escenográfico del primer Gears volvería en su secuela. Como en Call of Duty: Modern Warfare, en Gears of War uno podía esperarse casi cualquier cosa. El juego era, ante todo, un festival de inyecciones de adrenalina. No tan grande como fue en su día Resident Evil 4, pero siguiendo la misma escuela. Al preguntarle sobre esto, Mike no puede negar que, para algunos elementos, Epic se inspiró en el juego de Capcom. “¿Influyó Resident Evil 4? Desde luego. Pero Gears ya estaba en desarrollo años antes de que hubiésemos probado RE4. Creo que se pueden ver influencias de Gears en otros productos, ahora puedes ver el movimiento de cobertura más a menudo. A veces es por el uso del Unreal Engine 3, como sucede en Mass Effect y Rainbow Six: Vegas”.

Sin embargo, aquellos que redefinieron la estética de los shooters en tercera persona no parecen dispuestos a cambiar de planteamientos. Resident Evil 5 se ve y se siente idéntico a Resident Evil 4. A Mike no parece importarle que sus maestros no hayan querido sacar provecho de algunas virtudes de Gears. “¿Que si nos decepciona que no nos hayan copiado? ¿Estás de coña? Esos tíos son míticos. Preferimos que se dediquen a algo nuevo, siempre han hecho juegos muy divertidos”.

Entretanto, Epic innova a partir de sus propios inventos. Si Gears revolucionó la acción en tercera persona gracias a su formidable sistema de cobertura, Gears 2 lo lleva más allá permitiendo al jugador crear parapetos con aquello a su alcance. Como escudos que pueden anclarse en la tierra o los cuerpos de enemigos caídos. Esto último merece su propia serie de salvas al viento para celebrarlo. Coger a un Locust malherido, cuando aún se arrastra por el suelo, y utilizarlo como escudo viviente que sus propios compañeros desmenuzan al intentar tirotearte es extraordinario. Pensad ahora en eso mismo, pero aplicado a un enemigo del multijugador que se arrastraba en busca de un compañero que lo reanimase. La sola idea en sí es tan vil y mezquina que de puro mala se torna en estupenda. Gears of War 2 es badass, en el sentido estricto de la palabra.

Hablando sobre las carencias argumentales del primer juego, Mike nos prometió que esta secuela “tendrá un 50% más de secuencias cinemáticas”. Su respuesta no nos convence. “Francamente, eso no garantiza una buena historia”, le decimos. “Por supuesto que no”, nos responde. “Pero hemos trabajado duro en la historia. Esta vez contratamos a un guionista de primer nivel. Incluso se dio el caso de que, durante las sesiones de grabación, algunos actores de doblaje lloraron durante sus escenas. Para mí eso fue una buena señal”. Esperemos que lo sea, porque también podría ser justo lo contrario. Gears of War además está en marcha como licencia a explotar en el mundo del cine. Len Wiseman, marido de Kate Beckinsale, se hará cargo de la adaptación. Su participación aporta tantas garantías de calidad como un 50% más de secuencias de efectos visuales. “Que el tío de Underworld y Live Free or Die Hard vaya a dirigir la película de Gears no nos vuelve locos”, decimos. Live Free or Die Hard fue entretenida, pero ver a John McClane peleando junto a un Mac en el aburridísimo mundo de los criminales informáticos rallaba la vulgaridad. Menos idas de olla en el tercer acto, más metraje de Mary Elizabeth Winstead y la camiseta sucia con placa al cuello de McClane habrían bastado para adecentar la película.  Underworld es un caso distinto. Fue tan mala que ni siquiera me molesté en ver la segunda parte. “Puede que os guste más o menos su trabajo, pero lo que está claro es que el tío sabe montar escenas de acción”, dice Mike. “También hemos contratado al guionista de Collateral y la primera Piratas del Caribe para que trabaje a partir de mi borrador”. Ese guionista es Stuart Beattie, quien desde luego tuvo un arranque de genialidad con Collateral. Lamentablemente, hoy en día pierde el tiempo escribiendo tonterías como el G.I. Joe del nefasto Stephen Sommers. Pero Mike confía en que la película de Gears llegará a buen puerto. “Hacer una película de videojuegos rara vez beneficia a la licencia original. Por ejemplo, no creo que pueda decirse que la película de Doom hiciese nada bueno por los juegos de Doom. En mi opinión, no funcionó. Tenían a muchos novatos trabajando en ese proyecto”. En realidad, uno de los guionistas de Doom también escribió El cabo del miedo, de Scorsese, así que no todo el mundo en aquella película acababa de salir de la escuela. Sin embargo, difícilmente se podrá convencer a nadie en Epic de que, mientras no exista buen material dramático del que partir, difícilmente se obtendrá una película de calidad. “Si al final todo sale mal, no será porque no hayamos tenido a la gente adecuada trabajando en ello”, concluye.

Aunque en Nueva York no pudiera probarse el modo campaña, tuvimos nuestras buenas horas a los mandos del multijugador. En Los Ángeles tampoco se permitió jugar la aventura para uno o dos jugadores, así que lo que nosotros vimos y jugamos es sencillamente lo único que cualquiera en el mundo ha visto y jugado de Gears of War 2. Con la excepción de los propios programadores de Epic. El modo horda, un cooperativo donde hasta cinco usuarios han de resistir oleadas de Locust con dificultad en ascenso, fue el entremés de este E3. El récord de Epic está en 26 oleadas de enemigos abatidos, aunque existen un total de 50. Con la única ayuda de raperos pasados de rosca y enviados de las gacetas locales, pasar de la cuarta horda se convertía en algo más difícil que sobrevivir el desembarco de Normandía. El modo horda requiere labor en equipo, empezando por compañeros dispuestos a reanimarte cuando has caído y una estrategia a seguir dependiendo de por dónde llegue el siguiente ataque. Pedir que hagan esto a los invitados del Xbox Holiday Showcase era como pedirle una cita a Evan Rachel Wood. Simplemente no va a pasar. Pero incluso si hubiesen decidido ponerse serios, la falta de experiencia frente a cada nueva criatura Locust, y la imposibilidad de saber dónde va a aparecer el siguiente agujero de la emergencia, hacen que la defensa del grupo se traduzca en un esfuerzo titánico. De todas formas, al cabo de unas cuantas oleadas combatiendo en el mismo escenario, probablemente será más plausible hacerse una idea de en qué lugares podrían aparecer los enemigos la próxima vez. Esto es así porque las arenas no son especialmente grandes, e incluso teniendo que limitarme a dos o tres oleadas en activo, a veces conseguía anticiparme a los movimientos de los Locust.

Una de las cosas que más lamento que no me hayan pasado durante mi partida fue el choque de motosierras. Porque en Gears 2, como bien pudo verse durante el primer tráiler de mayo, será posible forcejear con dos sierras enfrentadas hasta que uno de los dos personajes rebane al otro. Durante uno de los reinicios de la partida, cometí la estupidez de cambiar mi arma principal sólo para ver cómo eran las demás, y luego me costaba un mundo hacerme con una motosierra. Generalmente la conseguía cuando ya íbamos por la tercera oleada, o lo que es lo mismo, cuando los patanes de mis compañeros ya estaban a punto de morir. Normalmente, sólo Mike, Bimo y yo encabezábamos las tablas de resultados con la mayor parte de los enemigos abatidos. Deberíamos haber jugado los tres juntos y haber roto ese récord de las 26 hordas. Pero excluir a los cantantes de poca monta del equipo estaba mal visto. Costumbres americanas. La noche de aquel miércoles, volvía a casa en el asiento trasero de un Ford Crown Victoria, cuando dos policías de incógnito detuvieron a un malhechor. Pero lo más interesante que hice fue salvar a un rapero colocado de las garras de un mutante extraterrestre. Ni siquiera sé cómo se llamaba. Lo hice sólo porque estaba en mi bando. Al igual que harán millares de personas el próximo 7 de noviembre, conocidas o desconocidas, cuando se asombren por igual desde cada rincón del globo al ver Gears of War 2.

Agradecimientos a MundoRare.