Análisis de Demon's Souls

Demon’s Souls es un juego de elecciones. Seguramente habréis oído esto muchas veces, de otros RPG como Fallout, Mass Effect, Oblivion… paparruchas. En Demon’s Souls no hay una forma buena y una forma mala de hacer las cosas. Y no estamos hablando de si detonar la bomba de Megatón o desactivarla. Hablamos de algo tan simple como coger una espada. Podemos llevar un objeto en cada brazo. En realidad, dos, ya que podremos cambiar entre los dos objetos asociados a un brazo simplemente apretando una tecla. Los gatillos izquierdos controlarán lo que tengamos en la mano izquierda, los gatillos derechos, lo que tengamos en la mano derecha, de forma contextual. En el caso de una espada, nos referimos al típico ataque flojo y ataque fuerte, que podremos encadenar en distintos combos. En el caso de un escudo, alteraremos entre cobertura y romper la guardia con el escudo. En el caso de una varita mágica, hacer un conjuro o dar un inútil golpe con la varita. Cualquier combinación es posible. Espada y escudo, dos armas, escudo y varita, ballesta y escudo… eso sí, debemos recordar que nuestros gatillos controlan los brazos, si queremos hacer un conjuro, deberemos cambiar nuestra espada (o nuestro escudo, elegid de qué queréis morir) por la varita, hacer el conjuro, y volver a cambiar. Con lo único que tendremos cierta licencia es a la hora de elegir objeto o conjuro a usar (iremos rotando entre ellos apretando los cursores abajo y arriba), cualquier otro cambio de inventario o equipo requerirá pasar por un menú… que no pausa el juego. Por lo que la elección de qué arma usar ya no queda tan clara. ¿Será nuestra espada suficiente para tenerla como arma principal? ¿Mejor usar otra arma más contundente y dejar nuestra espada corta para los enemigos más rápidos? O, debido a la limitación de dos objetos por brazo, quizás mejor apostar por la espada y, cuando necesitemos ataques más contundentes, optar por agarrar el arma con dos manos, cambiando los patrones de ataque. Aunque, claro, ya no podremos parar con el escudo, y deberemos hacerlo con nuestra espada. Y, sorpresa, incluso cuando nos cubrimos, un arma o un escudo protege contra cierta cantidad de daño (físico o mágico). Parar con la espada, a dos manos, podrá servirnos contra los ataques débiles, pero cualquier ataque potente nos dañará y romperá nuestra guardia. Por no hablar que nuestras armas son entidades físicas, y chocan contra las paredes, techos o suelos. Intentar blandir un espadón en medio de un estrecho túnel, en vez de una lanza basada en ataques rápidos y frontales, puede implicar nuestra muerte. Por si no hubiera suficiente, no sólo importa la velocidad del arma, o lo amplios que sean los ataques, cada ataque consume cierta cantidad de stamina. A más potente el ataque, más stamina consume. A más fuerte el ataque que bloqueamos de nuestros enemigos, más stamina consume. Aquí no sirve la cobertura completa. Aunque la stamina se recargue en unos pocos segundos (algo más si nos mantenemos en cobertura), si cubrirnos de varios ataques nos deja sin stamina, no podremos contraatacar. Si atacamos hasta agotar nuestra stamina, no nos podremos defender. Afortunadamente, también podremos esquivar, saltar hacia adelante o atrás, o rodar-desplazarnos lateralmente… aunque la velocidad y efectividad de dichas acciones dependerá de hasta que punto nuestro personaje está cargado con pesadas armas y armaduras. Le vamos a sumar a todo esto que las armas (y armaduras) deben ser reparadas regularmente, ya que se irán deteriorando. O que cada arma basa sus estadísticas en distintos atributos, algunas harán más daño cuanta más destreza tengamos, otras cuanta más fuerza, otras cuanta más vitalidad y, en muchos casos, una combinación de atributos. O que cada arma puede mejorarse, mediante el herrero, utilizando piedras específicas que en muchos casos son limitadas, y sólo podremos conseguir en un número específico en todo el juego. Así pues, con todo esto en mente… ¿seguro que elegir que espada llevar es algo tan sencillo? No hay ninguna estrategia «correcta» en Demon’s Souls. Ninguna fórmula mágica. El jugador debe adaptarse a las circunstancias del nivel, y apoyarse en sus mayores puntos fuertes, tanto como jugador como personaje. A pesar de empezar la partida eligiendo «clase» de personaje, es simplemente un set de atributos y equipo inicial. Nada impide al jugador convertir su pesado bárbaro en un esquivo ninja, deshaciéndose de esa pesada armadura, apostando por la destreza y agilidad y utilizando armas más rápidas. Y, teniendo en cuenta la gran variedad de enemigos y de niveles (desde cuevas y minas estrechas a amplios castillos, pasarelas donde un paso en falso nos llevará al abismo o ciénagas venenosas, no hay personaje (o jugador) suficientemente versátil para todos los distintos retos. Si algún nivel parece hecho a nuestra medida, significa que habrá otro que será casi imposible y nos hará plantearnos si nuestro personaje (o nosotros), es suficientemente bueno. El esquema de juego se basa en un mundo central (Nexus) a partir del cual podemos elegir entre 5 mundos. Cada uno de estos mundos tienen una serie de niveles, y podremos (de nuevo la palabra mágica) elegir que camino tomar, si intentar completar un mundo hasta el final o ir probando un poco de aquí y otro poco de allí, avanzando niveles en los distintos mundos. Al finalizar un nivel, con su consecuente boss (de todas las formas, tamaños y estrategias), tenemos un checkpoint desde el cual volver al Nexus (y desde allá continuar desde cualquier checkpoint descubierto). Desde el Nexus, nuestra «base de operaciones», podremos subir de nivel, comprar, reparar o mejorar objetos o aprender conjuros. La única moneda del juego son las almas, de ahí el título, que conseguiremos al acabar con los enemigos. Y no hay nada más, almas, dinero y experiencia es lo mismo. Así pues, deberemos… ehhh… ya sabéis… si dedicar nuestras recién adquiridas almas en mejorar nuestro equipo, subir de nivel (con el consecuente aumento de habilidades) o aprender algún conjuro que nos salve la vida. Porque Demon’s Souls es un juego… exigente, más que difícil. Para empezar, tras un pequeño prólogo que hace de tutorial, estamos muertos. Aunque eso no es tan malo. En el juego podemos estar vivos o muertos, en una especie de «modo fantasmal», con aura azulada. Y, no nos engañemos, la mayoría del tiempo lo vamos a pasar en este estado. La única forma de recuperar nuestro cuerpo es derrotando algún boss, cosa que pasará en contadas ocasiones, o con unas piedras especiales que también están contadas. Y para perder nuestra forma corpórea sólo necesitamos que nos maten, cosa que pasará con mucha mayor frecuencia. Estar en modo fantasmal no es un gran problema. Tenemos menos vida, hacemos algo menos de daño pero también recibimos algo menos. Al morir, a parte de perder nuestro ente corpóreo (si lo teníamos previamente), también perderemos todas las almas que tengamos acumuladas. Y sin posibilidad de cargar partida, este juego no acepta mariconadas. Si queremos recuperarlas, deberemos llegar, desde el último punto de control visitado, al lugar donde fuimos derrotados. Con la pequeña particularidad que todos los enemigos que hemos derrotado volverán a estar ahí de nuevo. Si llegamos a nuestro cuerpo, perfecto, si morimos por el camino, todas las almas guardadas en nuestro antiguo cadáver se perderán, y lo único que podremos hacer será recuperar las de nuestro nuevo cadáver. Demon’s Souls es un juego que castiga el despiste y la autoconfianza. Cada nuevo pasillo es un amasijo de trampas, cada nuevo enemigo es un reto desconocido que no sabremos como afrontar e incluso cada viejo enemigo es un bastardo dispuesto a enseñarnos que, aunque lo hayamos matado diez veces, la onceava vez nos puede sorprender con una finta que acabará con nuestra vida si no nos lo tomamos en serio. Por otra parte, los niveles no serán siempre iguales. Lo que hagamos, si morimos muchas veces o si completamos los niveles, entre muchos otros factores, cambian la «tendencia» del mundo. De un estado neutral se puede pasar a un estado «blanco», donde pasarán ciertos eventos, la mayoría buenos, o a un estado «negro», donde pasarán ciertos otros eventos, la mayoría peligrosos, y los enemigos serán más difíciles, aunque nos darán mejores recompensas. Ni que decir tiene que para conseguir ciertos objetos, deberemos explorar los mundos en su estado «blanco» y su estado «negro», y aún así, dado que muchos eventos son excluyentes e implican la vida o muerte de ciertos NPC, para poder exprimir el juego al máximo hace falta pasarse el juego y continuarlo con el Juego+, manteniendo nuestro nivel y equipo, pero con enemigos muchísimo más poderosos. Llevo mucho hablando ya y aún no he comentado el increíble modo online integrado en el offline. Y como no me gusta repetirme mucho, y ya lo elogié bastante (aunque no lo suficiente), os debo instar a leer el artículo que hice al respecto hace unos meses. Sin él, gran parte de este análisis está cojo. Sí, cada nuevo pasillo es un amasijo de trampas, pero con la ayuda de otros jugadores seremos capaz de prever la mayoría de ellas. Sí, afrontar cada enemigo es un reto, pero podemos fijarnos en las sombras de los que están jugando al mismo tiempo que nosotros para poder ver como superarlos. Y sí, no hay una gran diferencia entre estar vivos o muertos, pero sólo los vivos pueden invocar a los muertos y sólo los muertos pueden asaltar a los vivos para recuperar su vida a costa de la de otro. Demon’s Souls es uno de los juegos más originales de esta generación. Pero va más allá de lo original. Los gráficos, sin ser lo más espectacular, tienen una estética realista que encaja a la perfección con el sistema de juego. La jugabilidad es extraordinaria. Es adictivo y, aunque uno muera una y otra vez, nunca tiene la sensación que el juego le ha engañado, sino que se da cuenta donde ha fallado, donde se ha confiado demasiado, y lo intenta de nuevo para recuperar sus almas y, de paso, completar ese nivel. Sin grandes cinemáticas, sin una gran trama pero con una jugabilidad como pocas veces se ha visto, Demon’s Souls es sin duda el mejor RPG de esta generación. Y no quiero remontarme a generaciones anteriores para no levantar más ampollas de las necesarias, pero hay muy pocos action-RPG en la historia de los videojuegos que puedan hacer sombra, si existe alguno, a Demon’s Souls. [10]

Segunda opinión, por Welks

Para entender Demon’s Souls —sé que es extraño— quiero que penséis en otro juego. Por ejemplo, en el enésimo shooter de la generación. La situación es la de siempre: estamos detrás de nuestra cobertura, completamente rodeados, en una situación totalmente desesperada, tras haber muerto 30 veces en el mismo sitio y… ¿cuál es nuestra sensación? ¿Es miedo a volver a morir? ¿Es tensión? ¿O es más bien tedio y aburrimiento? ¿Pensamos que si morimos la habremos jodido pero bien, como corresponde a cualquier cosa que responda al término “muerte”, o más bien nos limitamos a centrarnos en buscar la solución que sin duda tiene la situación, (ese barril explosivo que nos librará de todos los enemigos, esa puerta medio rota que no hemos visto) y que sin lugar a duda nos permitirá avanzar? Es esa sensación de seguridad, esa confianza que elimina todo atisbo de tensión, lo que destroza despiadadamente Demon’s Souls. Y lo que suprime es esa clase de cosa de la que solo te percatas cuando ya no está ahí. Estamos demasiado acostumbrados a confiar en los desarrolladores, a tener la convicción de que el responsable de la experiencia que uno está afrontando es la creación de un grupo de santos bienintencionados que solo quieren nuestro disfrute y diversión. No pretendo volver a la manida discusión del videojugador abuelo que le dice a los jóvenes “¡las cosas antes eran más difíciles!”; también en esos plataformas imposibles existía esa seguridad. Lo que Demon’s Souls omite es algo bastante más sutil que lo que habitualmente llamanos dificultad. Lo que Demon’s Souls tergiversa y deforma es el pilar en que debe sostenerse todo videojuego: el diseño de juego. El título de from Software es confuso, avieso y malintencionado. No quiere que lo pasemos bien, quiere jodernos, quiere jodernos todo lo que pueda, y después volver a jodernos un poco más. Quiere que veas esa resplandeciente armadura al fondo de la habitación, esa espada clavada en un pedestal en medio de una majestuosa sala; quiere que creas que son para ti, que ya las has conseguido, que solo tienes que acercarte y cogerlas para entonces venir y joderte. Con una trampa que se abre a mitad de camino y te mata injustamente, con un enorme dragón zombie que atraviesa la pared y te convierte en puré de una llamarada, eso es lo de menos. De lo que se trata es que tengas miedo, de que temas al juego y tengas algo muy presente: que quiere joderte. Para esto se vale de las más mezquinas artimañas: un diseño de niveles completamente abierto, una organización en base a 5 mundos divididos en fases con progresión no necesariamente lineal (de hecho, el primer mundo es el que normalmente se termina el último), una dificultad francamente alta y finalmente, la ambientación. La ambientación merece algunos comentarios a parte. El juego es técnicamente pobre —tampoco era una maravilla cuando salió originalmente en Oriente—, pero hay que recordar que el juego carga ya con 2 años a sus espaldas. El modelado es excesivamente sencillo, las texturas son más bien pobres y algunas animaciones pecan de bruscas y cutres pero ¿sabéis qué? Que da igual. La puesta en escena está llevada con una pericia tan absolutamente magistral que ninguna de estas tonterías técnicas (más tontería aún de lo habitual) importa absolutamente lo más mínimo. Se puede apreciar por cualquier vídeo o imagen que el juego se sitúa en un ambiente medieval, pero lejos quedan esas representaciones coloridas e infantiles llenas de elfos, príncipes azules, magia y fantasía. El medievo de Demon’s Souls es el de las representaciones más típicamente frías y tenebrosas. El medievo de las ilustraciones de los libros describiendo instrumentos de tortura, el de la putrefacción, la carne descompuesta, el sufrimiento y la oscuridad. No nos espera la princesa que nos hará señor del reino por salvarla, porque aquí la princesa está poseída por un demonio en medio de un foso de un petróleo negro y denso con terribles fetos deformes gimiendo a su alrededor. Este es el contexto en el que nos toca vivir, o más bien sobrevivir, y para ello los recursos con los que contamos se nos antojan más bien pobres, pero valiosos. El esquema de control es, como todo en este juego, atípico. Contamos con dos slots para cada mano, en los que nos podemos equipar cualquier cosa (podemos incluso llevar un escudo en cada mano, aunque esto es obviamente inútil) quedando asignado para cada una de las manos los correspondientes gatillos del pad. Con ellos podemos llevar a cabo dos tipos de acción dependiendo de si usamos el gatillo superior o el inferior y que además, cambian totalmente de un arma a otra. Por si fuera poco, además, pulsando triángulo hacemos que el personaje agarre con ambas manos el objeto equipado en su mano derecha si es diestro, o izquierda si es zurdo, alterando una vez más los movimientos de dicho objeto. Solo esto da una dimensión y una profundidad de personalización, gestión y planificación del equipamiento absolutamente genial, pero la cosa no se queda ahí; podemos aprender hechizos tanto ofensivos como defensivos que complejizan aún más todo el sistema. También interviene a este nivel la configuración del personaje, totalmente novedosa una vez más. Al escoger protagonista se nos da a elegir entre varias clases (caballero, ladrón, viajero, soldado, mago, etc.), aunque en realidad no son tales. Lo único que determinamos con esta elección es el equipamiento y las estadísticas iniciales, que podemos modificar totalmente durante el transcurso del juego. Dicho de otra manera, podríamos empezar con un mago con un alto nivel de inteligencia y magia, para progresivamente ir desviándolo a un personaje de evasión y ataque a distancia, haciendo de él un arquero-mago; o subiendo los valores de fuerza y resistencia para convertirlo en un guerrero-mago, o en general, haciendo lo que nos de la gana para hacer del personaje lo que nos de la gana. Pero todo esto no es suficiente para vencer el diseño completamente confuso e injusto del juego, y eso nos lleva a lo que probablemente es el punto más determinante del juego y que hizo a DonDepre dedicar un artículo destinado a tratarlo en exclusiva: el componente online. Otra de las convenciones demasiado arraigadas sobre la que Demon’s Souls defeca, orina y escupe salvajemente es la concepción de que el online debe ir exclusivamente aplicado a anodinos deathmatchs por equipos o capturas de banderas sin importar si estamos jugando un RPG, RTS, un survival o un juego de puzzles. Lo que tenemos aquí es una lección magistral para todos esos desarrolladores descerebrados para los que la creatividad debe ser algo que se acompaña de mayonesa en un bocadillo y nos enseña cómo la interconectividad entre jugadores puede aprovecharse para potenciar una experiencia singleplayer. La cosa va tal que así: cuando jugamos nos conectamos automáticamente a los servidores sin que ello suponga una interacción efectiva con otros jugadores. La interconexión provoca 3 fenómenos: los charcos de sangre, los fantasmas y las inscripciones en el suelo. Los primeros nos dan pistas de los últimos instantes de vida de otros jugadores que han muerto recientemente en el área que nos encontramos, permitiéndonos anticiparnos a futuras amenazas; los segundos los permiten ver durante unos breves instantes a jugadores que en ese momento estan en el mismo área que nosotros; el tercer elemento es quizás el más relevante, pues nos permite escribir mensajes en el suelo y leer los que los demás jugadores han escrito en base a una paleta preestablecida que permiten tanto avisar de amenazas imprevistas como desquitarnos puteando al personal creando mensajes falsos. Además, se dan algunas interacciones de naturaleza más convencional y directa, como la posibilidad de ser invocados a las partidas de otros jugadores para asistirles en un determinado nivel pero también —ojo— invadirles para acabar con sus vidas. Se puede caer en el error de considerar que todo esto, a excepción de las invasiones a otros mundos, constituyen únicamente una ayuda al jugador, pero su papel es realmente mucho más profundo. Todos estos elementos situados en el contexto que hemos descrito sí, ayudan, pero también generan tensión y potencian el miedo. Ver una retahila interminable de mensajes al umbral de un enorme portón de hierro advirtiéndonos de que más adelante hay un poderoso enemigo nos ponen en sobreaviso y nos permiten ser previsores, pero también provocan una forzosa reubicación de nuestros testículos, que sintiéndose demasiado solos, desean disfrutar de la compañía de la nuez de nuestra garganta. Así es Demon’s Souls, el juego que te da una barra de vida solo para matarte, reducírtela a la mitad y avisarte de que te vas a pasar así el resto del juego. Así es el juego que sólo quiere joderte, que te enseña el placer del delicioso sufrimiento. Así es esta absoluta e imprescindible maravilla. Un juego que no sólo tiene el mérito de sustentarse sobre unas bases válidas para construir una experiencia disfrutable, sino que con la mala hostia que le caracteriza, les da una patada para crear las suyas propias y no plantearte un juego, sino su juego. [10]