Passpartout, el ruinoso juego de vivir del arte

Es algo que vienen explicando muchos diseñadores freelance, y me imagino que los ilustradores por encargo y otros artistas sufren el mismo problema: su trabajo tiene una gigantesca carga creativa y los procesos de creación siempre brotan, obviamente, en función de las experiencias, gustos y conocimientos de cada uno. El problema viene cuando es alguien de fuera, con su propia subjetividad y su criterio normalmente ajeno a la materia, quien debe valorad el resultado. Y lo que suele derivar de eso son momentos de frustración insoportables, enfrentamientos absurdos y a veces incluso épocas de sequía económica.

Imaginar la vida de un pintor que no se dedica a los encargos sino que crea su obra y luego la cuelga en su galería con la esperanza de venderla parece algo todavía más traumático y difícil. En el arte siempre se habla de precios astronómicos y subastas con cifras desproporcionadas, pero es importante recordar el peso de la autoría en el mercado del arte actual: es mucho más valioso, en términos monetarios, un cuadro por su autor que por la obra en sí. De ahí que se abuse a veces un poco con la clásica metonimia de «tener un Miró» o «tener un Pollock», como si fuesen cromos coleccionables donde lo único que importa es la firma.

Esta semana leía sobre un juego que explora asuntos similares sin perder el sentido del humor: en Passpartout somos un pintor con galería propia que pinta cuadros y los vende para vivir. Cada día entran en su local unos cuantos aficionados al arte pictórico que son clientes potenciales, y cada vez que se paran delante de una de las obras que hemos pintado nosotros no dudan en dar su opinión al respecto. La inmensa mayoría, ya os lo digo, son negativas e incluso mezquinas, de modo que el criterio que manejan es difícilmente descifrable.

A la hora de dibujar el sistema es bastante sencillo, una especie de Paint de toda la vida con sus paletas de color y sus pinceles de grosores distintos, todo muy básico. Lo que llama la atención es la implementación de una modesta inteligencia artificial capaz de juzgar nuestros cuadros lanzando frases por la boca de los espectadores que a menudo encajan con los rasgos, virtudes o defectos del garabato en cuestión. Puede que nos digan que la pintura es demasiado alborotada, o demasiado vacía, o que inspira un exceso de trabajo en ella, o una frase que todos hemos oído alguna vez proferida completamente en serio: «esto lo hace hasta mi sobrino de cinco años».

Y aquí se presenta otra cuestión importante: ¿tomamos nota de las quejas para dar con el tipo de pintura que la gente quiere comprar? ¿O es más honesto y «artístico» dejarse llevar y pintar lo que a uno le apetezca con la esperanza de que suene la flauta y algún comprador adinerado conecta con la obra? Si se aplica la ley de la oferta y la demanda al arte, puede que empiece a resquebrajarse su misma naturaleza artística y terminemos manufacturando productos, algo que quizá les convertiría más bien en artesanos. Y si no se aplica, si se respeta la condición creativa y libre del arte como expresión quizá podamos mantener la integridad y la dignidad, pero ninguna de esas dos cosas se come ni paga el alquiler y las facturas.

Passpartout además ejerce esta presión acentuada de algún modo por los clientes: sus diatribas exprés desprenden cierta ignorancia, de modo que uno no solo está siendo juzgado como artista por espectadores bastante agresivos en sus valoraciones, sino que además son gente que en realidad no entiende de qué está hablando y todo se reduce a una soberbia pose de suficiencia y pedantería que lo hace todo mucho más difícil. El tipo de evaluación indocumentada y arrogante con la que se encuentran los artistas freelance muy a menudo.

Visualmente es en la única faceta en la que el juego aligera un poco la carga de mala leche dirigida al jugador: se trata todo de una representación teatral con marionetas, algo que hace mucho más exagerados los gestos de desdén que los clientes dedican a los cuadros pero también aporta un tono más liviano y humorístico a la situación.

Quizá cabe destacar también la intención muy marcada de que sus responsables, los suecos de Flamebait Games, hayan querido ambientar Passpartout en una París caricaturesca, cuna del arte durante siglos pero también algo dada al elitismo, la modernidad burguesa, el cuello estirado y el morro torcido. Rasgos especialmente marcados en la percepción que el pueblo llano tiene del arte y vicios que algunos se empeñan en hacerse propios para atormentar a los artistas. Como si no fuese ya difícil por sí solo ganarse el pan.

Passpartout acaba de recibir luz verde en Steam Greenlight y podéis probar su alpha aquí.