Los 90 son los nuevos 80

Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad

Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad

La situación es esta: Lowtoy Fest #2 se celebró en Hangar, un centro de creación que aprovecha los espacios vacíos que había dejado el complejo fabril del siglo IXI Can Ricart. Se ubica en el apodado, con mucha polémica, «distrito de la innovación 22@», porque sobre las antiguas estructuras de un barrio periférico de Barcelona se han instalado empresas e instituciones de carácter financiero y producción inmaterial —programación, I+D, universidades, etc.—. Y el interés de Hangar en las últimas tecnologías —tengo por aquí una tesis sobre bioarte y biohacking de gente vinculada al centro— contrasta con este revival noventero de aquellos cibercafés con ceniceros, teclados grasientos —esto no ha cambiado apenas—, chats de Olé y Windows 3.11 o 95; y, vaya, con banda sonora de Nickelback y gemidos de módem, quizá los grandes ausentes del festival. El temblor de capas temporales era este nada más empezar, así que la noche tenía que acabar con gente gritando sobre las mesas y un francés diciendo «je n’ai pas parlé français», por supuesto.

A diferencia del año pasado, el festival se concentró en una sola jornada. El cambio más notorio es que desapareció la exposición de arte digital de la sala de conciertos porque, según me comentó Manu (@Xustafu en Anait), uno de los organizadores, «las paredes quedaban desangeladas». Es cierto: para que tuviera algún sentido había que llenarlas con más material, proveerlas de una iluminación que hubiera desviado las miradas de los djs y las proyecciones y, en definitiva, armarlas con un aparato de cartelas demasiado complejo. Así que se optó por hacer una exposición virtual desde la web OS.fail, un nombre y un dominio lo bastante esclarecedor para entender el tema sobre el que giraba esta edición: los sistemas operativos —desde el Xerox Star al Windows ∞—, ese sofá mullido con el que los cerebros más incapaces nos sentimos cómodos frente al abismo del código binario.

Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad
emoji.ink, una de las aplicaciones destacadas en OS.Fail.

Los sistemas operativos comerciales irrumpieron con una nueva iconografía prácticamente universal —aquí tenemos una forma de globalización evidente: la identidad de la mirada—, de la que Entter, encargado de una de las charlas, destacó el trabajo de Susan Kare, responsable del icono de la papelera de Mac OS, del diseño del solitario de Windows o de las herramientas de dibujo que acabaron en el Paint de Microsoft. Quizá ya sería propicio preguntarse hasta qué punto esta transformación absoluta de la percepción visual no está al nivel de la que perpetró el Barbero Judío. Frente a una evolución trepidante que pasa por —pero no culmina en— los smartphones, Jankepopp y Zombectro proponían un SO inventado, Windows 93, que no llegó a existir pero que capta la apariencia pixelada, lo-fi, de aquellos programas, y lo que en principio era una «mera broma», como me confesó Zombectro mientras preparaba una instalación que imitaba los cibercafés de los años 90, se ha convertido en una web en donde diferentes artistas visuales lanzan sus parodias de aquella estética para devenir —quizá dejándose llevar por la euforia de la buena recepción que ha tenido— algo así como una «plataforma creativa». Por ahora Windows 93 está en su segunda versión y se espera que con la tercera liberen el código fuente, pero ya pueden verse algunos trabajos, como la cuarta parte de Star Wars en ASCII, un buscaminas en el que siempre pierdes, un Pokémon glitcheado y un Wolfenstein 3D —injugable por ahora, eso sí— en el que se sustituyen las esvásticas y Hitler por la F y Zuckerberg. El hechizo, no obstante, desaparece pronto, cuando el botón derecho del mouse, ese invento que llegó con los sistemas operativos, revela traicioneramente que todo es puro JAVA.

Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad

El otro gran tema era el denominado «arte post-internet», que no debe entenderse como un «más allá» conceptual ni un «después de» temporal, sino como una manera de entender el arte en el que lo digital y la realidad se entrelazan definitivamente. La organización del Lowtoy decidió, en un gesto muy punk —más que una cresta pero menos que tatuarse la cruz del caos—, repartir fanzines donde se explicaba todo con artículos y ejemplos. Karen Archey y Robin Peckham lo definen como un «estado mental» hacia un tipo de estética que «emplea la retórica visual de la publicidad, el diseño gráfico, las imágenes de archivo, el branding corporativo, el merchandising visual y las herramientas de software comercial», y se centra en temas como «las políticas de internet, la vigilancia electrónica masiva y la minería de datos, la fisicidad de la red, el cuerpo post-humano, la radicalizada dispersión de la información y el movimiento del código abierto» (la traducción es mía).

¿Cómo es este arte? ¿No es todo el arte ya post-internet, porque antes de visitar un museo pasamos por las guías virtuales? Olivier Laric se inspira en Versions en la lógica del copy/paste y del mash-up (mezclar dos elementos diferentes para crear una nueva unidad). En este vídeo pueden apreciarse películas de animación tradicional con movimientos idénticos con distinto skin, por decirlo en nuestra jerga, y eso mucho antes de que existieran los mods. Jon Rafman y Rosa Aiello en Remember Carthage utilizan la técnica del machinima para dar a entender que con herramientas ya programadas se puede elaborar un discurso poético sin necesidad de generarlas por uno mismo, es decir, el lenguaje visual —según Archey y Penam en detrimento de lo textual, aunque esto es claramente cuestionable— ha alcanzado un nivel de sofisticación tan elevado que basta el software de usuario para poder acceder al mundo del arte. Katja Novitskova utiliza la red como un depósito de imágenes que después imprime, recorta y expone en una galería, convirtiendo la realidad en algo parecido a un montaje fotográfico. Y para volver al mundo de los iconos, Entter proyectó la vida sentimental de un emoji, Boring Angel, de John Michael Boling y Daniel Lopatin, todo muy minimalista: la atención está centrada, el entorno es blanco y la narratividad es la suma de la música —la reminiscencia del músico Philip Glass es notoria— y la sucesión de imágenes, sin una sola línea de texto.

Los protagonistas eran, no obstante, los músicos (no os perdáis, por cierto, esta compilación de chiptune que ha iniciado nuestro @rafainaction). Con un nombre nostálgico y pre-Google, Dj Internet Explorer salió al escenario en dos ocasiones; primero como abrelatas colando sonidos funk y después, a horas peligrosas, acompañando unos cuantos insultos al público; algo que, si tenía algún sentido, recordaba a los multiplayers de los tiempos de Counter-Strike. La parte final del concierto desvarió sin remedio y los responsables de Windows 93, Zombectro y Jankepopp —el francés que no habla en francés—, no corrigieron ni una línea el discurso de la ebriedad, poniendo en los visuales doscientos gifs animados de gente bailando como Carlton Banks, el dancing baby que salía incluso en las noticias de Antena 3 y Snopp Dogg, una efusión de cultura basura hipnótica que dio que pensar sobre la cantidad de desperdicios que dejaremos nosotros también. El Lowtoy tiene algo de verbena en una chatarrería —es lo que ocurre en verano: cada noche es una verbena en algún rincón de la costa—, y si no se acepta es mejor ni planteárselo. 

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Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad

Entre el principio y el final se nota que ya hay un lenguaje común y generacional, al margen del éxtasis colectivo, que atañe al público y a los músicos. Una serie de referencias sonoras y visuales que tejen los patrones de la cultura electrónica y, si puede llamarse así, paleodigital —¿cuándo termina esto? ¿Con la Saturn y la PSX?—, eso que relacionamos con la infancia y que es también la prehistoria del medio. Los glitches son, como decía un usuario de Anait, los nuevos zombies, un recurso ya muy terco, lo que no evita que sea la mejor manera de mostrar de qué material está hecha la imagen digital, forzándola hasta el error, igual que una de sus variantes, el datamoshing, vídeos que se descomponen y se solapan. LxTxCx lo utilizó a discreción, además de introducir una de sus fascinaciones particulares, el op-art, repeticiones geométricas dispuestas de tal modo que dan la sensación de movimiento. Entter volvió a desplegar su pixel art y como el año pasado sacó al Papa Francisco de la sacristía y lo puso a matar cardenales en un shoot’em up herético. Enseñó también lo digital en su crudeza y por eso cuando empalmaba vídeos de Vimeo no tenía ningún rubor en dejar que el cursor y las ventanas asomaran, como si fueran fallos de coordinación. Ascii_Bit encontró una alternativa que también se aproximaba a los elementos más pequeños que componen una imagen: una parrilla gigante de pixels que imitaba el raster de la pantalla —la lectura ordenada de la información en forma de cuadrículas—, y el movimiento desbordante y los fogonazos de colores no tenían nada que envidiar a las cascadas ininteligibles del glitch —esa versión informática de la psicodelia ácida de los años 70, menos esférica y ondulante, más afilada y espasmódica—. 

Es difícil para los profanos hacerse una idea de la escena chiptune pero alguna conclusión puede extraerse del bestiario selecto que ofreció el concierto. Sultán Paraíso, vestido con chaqueta corta glitter, era un exuberante suma de tópicos cumbia y pedorreo en la línea de Meneo, letras repetitivas pero con lemas ganadores del tipo «el felpudo de la Cantudo», muy explícito, o «la mirada del Caimán», una broma que a la fuerza el público se aprendió mientras aparecía Errejón en el proyector, no se sabe muy bien por qué, y culminaba la actuación con un selfie colectivo. Confipop, uno de los pioneros del circuit bending francés —cuenta la leyenda que sus fiestas chiptune en Marsella son antológicas— se protegió con su talismánica gorra de Game Boy y se acompañó de un volante de juguete para sacar su artillería rítmica, en contraste con Bitemap, que utiliza también la portátil y otro juguete, un Furby italiano que me confesó haber encontrado en la basura —y que tiene una cucaracha dentro, no se sabe ya en qué estado de descomposición—, pero que dio protagonismo a las melodías, algo casi hímnico que más de uno coreó. Y esto es curioso porque, asegura, no es «nada gamer», aunque es capaz de componer temas a la altura de los buenos 8 bits, lo que revela que aquellos músicos sabían lo que hacían: con las limitaciones del soporte, la melodía era la mejor opción, una tesitura frente a la que Bitemap, y también Chud011, que salió poco antes al escenario, se han encontrado y han resuelto de manera análoga. No es casualidad que hubiera un declive de la melodía con la llegada del CD.

Lowtoy Fest #2, ruidos y recuerdos de baja fidelidad
De izquierda a derecha: Chud011, Bitemap, CYMBA.

Lo que proponen Super Busty Samurai Monkey, además de llevar por nombre una antología demente, promete quizá más de lo que se escuchó —dificultades técnicas momentáneas—, pero el cóctel fue una sorpresa y si la intuición no falla son esa clase de posturas desprejuiciadas las que hacen que una banda acabe funcionando más allá del amparo que proporcionan los tópicos: tocar una Game Boy y ponerte un lazo no es suficiente. Había una batería con rutinas de metal y un teclado synthpop. Y la voz de la cantante, que a veces era de riot grrrl y otras de vedette —¿acaso no son lo mismo?—, no se sabe, pero que en los momentos de inspiración recordaban a aquel invento pasado de rosca llamado Melt Banana. Ultramiedo y CYMBA se pusieron la corbata, si es que cabe hablar en estos términos, y ofrecieron el repertorio más técnico de la noche, que puede definirse, y esta observación es culpa del redactor y no de los músicos, con la etiqueta vaga de IDM. Ultramiedo es un proyecto paralelo de Raül Peix, también conocido como Ralp —un tecno preciso e hipodérmico—, que saca sonidos imposibles y deshace cualquier cosa parecida a una orden con esos sintetizadores que como respetable monomaníaco del Do It Yourself cultiva como si fuera un jardín de las delicias cyberpunk. Es cierto que no había chiptune aquí, pero ni falta que hacía. El dúo CYMBA —que había ofrecido por la mañana un taller de Nanoloop, uno de los trackers más populares para crear música— cerró la noche con varias Game Boy Advance, otra generación de consolas, también otro nivel de pericia.

Las preguntas surgen inevitablemente cuando la impresión general es que el chiptune se adapta bien a las raves, y Lowtoy tiene un poco de eso; pero, ¿solo a las raves? ¿Hay alguien cerca que explore otros sonidos, como el glitch y el minimalismo de un Alva Noto? ¿O el noise de un Merzbow con un módem del siglo pasado? ¿Y por qué no traer más bandas que flirteen con el punk y el metal, por las guitarras y no solo por la presencia, como HORSE The Band, que usan samples de Zelda y gritan como locos? Precursores de una corriente más atmosférica de chiptune ya existen: Kenji Yamamoto y Hirozaku Tanaka, responsables de las bandas sonoras de la serie Metroid (y EarthBound, ya puestos). Me comentó Entter que lo importante es que me fuera al menos con alguna idea que, como decían los filósofos antiguos, se hubiera impreso en mi alma. Ideas, muchas; preguntas, más, y lo que es mejor —supongo—: la ganas de poder resolverlas en una hipotética tercera edición de un festival que tiene margen para crecer.

Redactor
  1. Dar99

    Impresionante lo del sistema operativo en Java.

  2. Gegr is Win

    @dar99 dijo:
    Impresionante lo del sistema operativo en Java.

    Ciertamente, me ha dejado loco.

  3. Rocks

    Muy interesante. Se hecha de menos algo de vídeo, estas cosas sin verlas es difícil hacerse una idea precisa :mrgreen:

  4. Sams

    Ojalá vengan HORSE the band

  5. Cacharrista infernal

    Verbena en una chatarrería es lo más bonito que le han dicho nunca a un evento Lowtoy. GRACIAS!

    @samsks aqui unos highligts de la primera edición. En brevas habra de ésta segunda:

    https://vimeo.com/123856127