
Ante la casi total ausencia de narrativa en el Super Mario Bros. original (rescatar a la princesa de un maníaco golpista, como mucho), dice
Josh Millard que decidido montar unas cuantas ideas que tenía apuntadas en una versión muy particular del juego: un Luigi deprimido y cansado recorre los restos vacíos de uno de los primeros niveles, donde ya no quedan enemigos y todo está agrietado y cayéndose a pedazos, y se cuestiona el sentido de su propia vida mientras da profundas bocanadas a un cigarrillo eterno. Así escribe su autor sobre
Ennuigi:
¿Quienes son esos hombres extraños? ¿Qué les motiva? ¿Con qué derecho siembran el caos en este lugar? ¿Cómo se sienten con lo que están haciendo? Y desde ese prisma desde el que todo se puede mirar, con Luigi, el segundo hermano, el perdedor, como cómplice observador, paseando por esta fracturado y decadente lugar en este mundo extraño, reflejándose en los fragmentos desperdigados.
Como el Raskólnikov verdoso de un Dostoyevski postadolescente del siglo XXI, Luigi camina sin destino por las ruinas del Reino Champiñón. En esta versión el scroll no es fluido sino por tramos, y al volver atrás siempre es un lugar diferente al que en teoría debería ser, evocando la sensación de desorientación vital, de no tener ni idea de hacia dónde va uno, de haberse despojado de toda referencia y asidero seguro. A menudo damos con tuberías o bloques que nos impiden continuar, porque este Luigi abatido ya no tiene fuerzas ni motivos para saltar. Pulsar hacia arriba traslada la acción del salto físico (cuyo sonido característico sigue estando ahí) al plano intelectual y emocional: es el botón de reflexionar. Y Luigi reflexiona sobre la ética, la moral, el destino, la familia, la ontología, la identidad, la violencia, la locura, la realidad, los sueños y los errores que su hermano ha cometido.

Ennuigi no deja de ser una parodia o un chiste, pero cada frase que sobrevuela la mente turbada de Luigi es un fantástico ejercicio de metalenguaje, una zambullida en la empatía y un juego paralelo en sí mismo: jugar a saber qué dudas y anhelos recorrerían el cerebro de un personaje si fuese real, si estuviese dotado de pensamiento y atrapado en un mundo sin sentido que se repite una y otra vez. Quizá ese mundo, visto así, ni siquiera sea tan distinto del nuestro. Podéis jugar a Ennuigi
aquí.
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«El Raskólnikov verdoso de un Dostoyevski postadolescente del siglo XXI» eso es hilar fino, fino… jaja, bravo.
No se crean eh, pasando por alto su estetica y «inocencia», Supah Maryo posee un trasfondo bastante profundo que trata sobre la la mente humana y el desenganche de la realidad. Tocando bastante profundo en el existencialismo ya desde la NES.
Hehe
No veo yo a ElRubius haciendo un «Let’s Play» de esto…
Fantastico
¿Osea que me he tirado el verano paseando, fumando y comiéndome la olla y es porque soy existencialista? yo pensaba que era porque estaba sin trabajo y sin novia, y ya empezaba a perder la chaveta… que descanso…