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La noche que Koji Kondo puso banda sonora a Barcelona

La noche que Koji Kondo puso banda sonora a Barcelona

A Marion Pétard-Lieffrig

Lo más parecido a una frontera natural en Barcelona es el río Besós por el este y por el oeste la montaña de Montjuïc. El sábado pasado los videojuegos impusieron su lógica apostándose en ambos límites: a dos pasos del río, en el Fòrum —ahí donde la ciudad cambia su nombre, como decía Paco Candel—, en cuyo auditorio se celebraba The Legend of Zelda: Symphony of the Goddesses; y en Drassanes, justo debajo de Montjuïc, en un antiguo astillero reconvertido en centro cultural (o como gusta llamarlos ahora: «centro polivalente») donde se celebraba la feria RetroBarcelona. Esta crónica está basada exclusivamente en lo acontecido en esta ciudad; lamentamos no habernos desdoblado y asistir también al concierto de Madrid.

Llegué tarde al RetroBarcelona, a eso de las seis. Según me comentaron luego, no era la mejor hora porque se amontonaba demasiada gente. El mediodía era en cambio más plácido. Habrá que tenerlo en cuenta para la siguiente edición. El evento se celebraba en el el Museu Marítim, que no es tan diáfano como un recinto ferial reglamentario (Fira de Barcelona, que alberga el Salón del Manga, dispone de al menos cuatro naves), entre otras cosas porque la estructura está sostenida por filas de pilares de piedra, algo gruesas, y eso entorpece la circulación. Los estantes eran una alternancia de mercadillos, asociaciones de coleccionismo y restauración, y en algunos se organizaban competiciones en arcades que se colapsaban enseguida, al menos a esa hora. Tampoco parecía que funcionara bien el sistema de ventilación porque el humo de la plancha del bar impregnaba todo el recinto. Era lo más parecido que he recorrido últimamente a un salón recreativo de los ochenta; un paraíso grasiento, ruidoso y plagado de estímulos. 

La noche que Koji Kondo puso banda sonora a Barcelona

La constelación de nombres que pueda dar ahora no hace justicia en absoluto a aquella abundancia tan densa como la atmósfera: Street Fighter II, World Rally Carlos Sainz, Ghouls’n Ghosts, ediciones de King of Fighters que no pude identificar, así como Super Nintendo, Master System —pude probar un Alex Kidd abandonado—, Nintendo 64 con Sin & Punishment y cualquier otra plataforma imaginable, incluso un retazo indie en una esquina y ordenadores primitivos como ZX Spectrum, que probablemente era la zona más desangelada. RetroBarcelona se puede disfrutar despacio —no exactamente con calma—, tal vez con menos afluencia de gente, pero el despliegue que se hizo era meritorio y no se me ocurre ningún otro lugar donde se concentren tantas reliquias juntas sometidas a las imprudentes partidas de niños y profanos que se acercaban por primera vez a las cavernas de nuestro medio. Yo qué sé: en el fondo era como volver a los años de inocencia, una ilusión nostálgica que me hizo emocionar enseguida cuando vi una recreativa de Sunset Riders.

No tuve tiempo para mucho más que para tomar un café, dar una vuelta de reconocimiento y salir pitando al Fòrum, donde tuvo lugar The Symphony of thee Goddesses, del que ya hablamos hace unas semanas. Las colas eran preocupantemente largas pero circulaban deprisa y durante la espera la enorme pantalla de proyecciones servía al discurso publictario de Nintendo, anunciando Tri Force Heroes y algunas de las novedades del Direct.

La estructura de la sinfonía era más bien sencilla y ya la anticipó Miyamoto en una grabación que se proyectó sobre el escenario —de las que hablaré más adelante—: mucho había cambiado la banda sonora de Zelda desde los primeros pitidos de 1988 hasta la orquestación digital y contextual en Ocarina of Time de 1998, así que precisamente se hizo un recorrido desde la versión de Nintendo 64 hasta la de Wii U. No fue una cronología exacta —en relación a los lanzamientos, no a la historia—, pues el programa daba saltos adelante y atrás y convertía la espera en algo moderadamente imprevisible: Ocarina of Time (1998), A Link Between Worlds (2013), Majora’s Mask (2000), Wind Waker (2002), A Link to The Past (1991), Twilight Princess (2006) y Skyward Sword (2011) fueron los pilares del espectáculo. Esto plantea algunos inconvenientes que merecen una explicación.

Las sinfonías son, en sentido estricto —desde el siglo XVII—, sonatas para orquesta. Las sonatas tienen diversas acepciones y los que somos profanos en esto de la música nos perdemos en el debate, pero para simplificar groseramente basta decir que es una forma de narración musical. Carl Czerny (1840) define la sonata haciendo hincapié en un esquema que integra una exposición (inicio) con varios temas (el tema es una melodía particular que se desarrolla progresivamente) y que va transformándose junto a otros temas, hasta una reexposición (repetición); le suceden un desarrollo (nudo) con temas ensamblados, y una recapitulación (desenlace), con coda o sin ella. Para Charles Rosen (El estilo clásico: Haydn, Mozart, Beethoven) es algo infinitamente más complejo porque es el espacio musical donde se pone a prueba el sistema clásico (tonal) de composición. Es una relación temática pero también armónica, melódica y rítmica. Tiene un desarrollo que se refiere siempre a cuestiones internas, a «la interrelación de las unidades articuladas e independientes, […] sus proporciones, y […] su agrupación simétrica siguiendo un planteamiento de creciente tensión»; tensión que tiene que avanzar hacia su resolución y relajarse. Sea por mera sucesión de melodías, sea por las tensiones armónicas y melódicas, lo que es necesario es la narración.

La noche que Koji Kondo puso banda sonora a Barcelona
Foto: Concierto en Roma, 15 de noviembre; vía GameSoul.

Pero en Zelda esta dilatación de las tensiones no es posible porque los temas son, como mandan los cánones del videojuego, muy breves. La duración media va, como se sabe, de los treinta segundos a los tres minutos, igual que una canción pop. No obstante, el ya avezado Jason Michael Paul, productor y responsable de otros conciertos de gran formato relacionados con el videojuego, tenía en mente dotar a la sinfonía de algo parecido a una tal narración. La obertura de Symphony of the Goddesses planteaba tres temas: el de Link (vinculado al Main Theme archiconocido), el de Ganon y el de Zelda (el Zelda’s Lullaby de Ocarina). Los personajes estaban ya presentados, así que cada vez que se repetían estos temas, y sin duda el Main Theme se repitió hasta la extenuación aunque arrancó un sonoro aplauso cuando fue ejecutado por el violín solista, la sinfonía iba trabándose para fijar una coherencia estructural. Que el espectáculo estuviera jalonado por distintos bloques, medleys de juegos particulares, reforzaba la idea de una organización más o menos natural, porque uno siempre está a la espera de que versionen su entrega favorita —y yo personalmente quería escuchar Dragon Roost Island de Wind Waker, mi tema predilecto junto a Gerudo Valley—, una equivalencia de las tensiones que explica Rosen en su libro: cuando llega el juego que se está esperando, se descarga la tensión, y esto es lo más parecido a una catársis, porque además la electricidad colectiva que invadía el auditorio era irreprimible. 

Ese es el gran mérito del espectáculo: saberse ganador y repartir bien sus dosis. Incluso —y esto es algo sorprendente para alguien menos erudito en esto de Zelda, como es mi caso— conocer hasta tal punto las preferencias, también inconscientes, que se logran comuniones colectivas instantáneas en unos pocos compases. La misma Dragon Roost, desgajada del bloque de Wind Waker y que apareció hacia el final, fue vitoreada con emoción por el público, así que mi espera interna, que creía íntima, coincidía con un estado de ánimo general que inundó el auditorio de euforia. Creo que era Woody Allen quien decía que cada vez que escucha la cabalgata de las Valquirias de Wagner le entran ganas de invadir Polonia. La sensación que tenía era pareja.

Otros recursos entrelazaban las múltiples partes. Se presentó el productor, que a su vez dio paso al primero de los vídeos que se proyectaban sobre el escenario, el de Shigeru Miyamoto. Después de él vinieron Eiji Aonuma y Koji Kondo, y todos recibieron una ovación. No es raro que se emitan estas grabaciones, porque de hecho en Nintendo nos han acostumbrado ya a sus Direct, que son una manera feliz de entrar en relación con su público. Lo que ocurre es que en un concierto estas cuestiones están demasiado connotadas de prácticas tan poco legítimas como los duetos en diferido —en muchos casos maniobras taimadas de mercado—, con un cantante en el escenario y otro en su casa de Miami, que rompen con lo presencial, al fin y al cabo lo importante. Por lo demás, el rol de líder lo asumía, como era de esperar, la directora —una figura del romanticismo, el individuo fuerte que gobierna sobre la orquesta—, una entregadísima Amy Andersson que jaleaba al personal para que aplaudiera, así que pese a las dificultades por mantener la continuidad, la persistente interpelación al auditorio funcionó.

El esfuerzo se centraba en esta participación del público, y el público tenía que dejarse llevar. No era un concierto normal (por lo que parece en Madrid tuvieron hasta vendedores de cerveza en las gradas). Como en los festivales de cine, que se diferencian del visionado ceremonioso y callado de la película porque no hay ningún inconveniente si alguien grita exaltado cada vez que sale un actor en pantalla —es lo que ocurrirá con Star Wars VII cuando aparezca Harrison Ford—, en Symphony of the Godesses es recomendable olvidar cualquier etiqueta. Los disfraces de Zelda y Link de algunos asistentes ya lo anticipaban. En este sentido todo el aparato fue intachable: una ejecución que busca la épica peca de ampulosa pero es eso lo que razonablemente se espera. Y es justo decir, por lo mismo, que por tratarse de un espectáculo de estas características es difícil entender que los precios se acerquen según la localidad a las tarifas de las franja media de un Liceu. La movilización de músicos y cantantes es abrumadora, la puesta en escena —una proyección y focos— es de aprobado raspado, conque no tiene nada que ver con los montajes operísticos habituales en las salas de la mal llamada música culta. Esto último no tiene nada de negativo. Al contrario: si lo apunto es porque creo que habría que ajustar los precios para que fuera coherente el público objetivo con el tipo de espectáculo que se propone. Centros como el Fòrum además tienen una organización lo suficientemente homogénea como para que las distintas zonas no tengan apenas cambios de visibilidad, como sí ocurre en un Liceu, en cuyas localidades baratas llega un sonido mal dirigido y tienen que verse los músicos por una pantalla situada delante de la butaca.

Pero esto son solo problemas que plantea el formato y que se solucionaron casi siempre con éxito. Lo fundamental es que se trataba de un concierto que exalta las versiones y las dota de unas texturas que no se habían podido escuchar antes. Ese es su fuerte. Así pues, la organización es básicamente una jukebox masiva, grandilocuente y desde luego poderosa (90 músicos, incluyendo los 24 del coro), condenada a la repetición y a momentos de cierta atonía, pero que enlaza enseguida una sucesión de temas indudablemente buenos, y cuyo autor, Koji Kondo, ya tiene el reconocimiento que merece. Lo mismo que se decía arriba sobre las recreativas y los juegos clásicos puede repetirse aquí. Abrir con el tema de Gerudo Valley, antes incluso que todo el bloque de Ocarina of Time, ya es una muestra de que el productor sabe a qué juega. No tiene la textura de una guitarra española (en este sentido, la ya mencionada Dragon Roost sin el ukelele pierde también matices), pero eso importa poco porque de lo que se trata es de activar el recuerdo y ponerlo a circular con un torrente de imaginería digital. De hecho, como si se tratara de incluir música a una película muda, la sinfonía coincidía rítmicamente con el montaje proyectado, obra de Daniel Johnson. La directora tenía al lado del atril una pantalla, lo que revela la importancia de que existiera este movimiento audiovisual. 

La noche que Koji Kondo puso banda sonora a Barcelona
Foto: Twitter

Todo esto sirvió para darme cuenta de algo que ya sospechaba: que la banda sonora de Majora’s Mask es prodigiosa. Las notas lúgubres, tocada por la sección de viento-madera, que circulan debajo del tema Clock Tower (el tercer día, antes de la colisión de la Luna) apuntan directamente a una región inquietante de la memoria, a todo lo triste que subyace en medio de los días normales; al curso de unos acontecimientos que van directos hacia su desaparición. Era imposible estar allí sin la tristeza de esa pérdida.  Fue el momento más auténtico de toda la sinfonía, quizá solo igualado por el Title Theme de Ocarina of Time, interpretado por un piano en la línea del siempre evocativo Joe Hisaishi (El viaje de Chihiro, etc.). 

Estas sombras tristes estaban también en la conferencia de José Manuel Fernández “Spidey” y Jesús Relinque Pérez “Pedja” en el Museu Marítim, presentando su libro Génesis: guía esencial de los videojuegos españoles de ocho bits. Nos contaron la historia del genio olvidado de Fernando Yago, auténtico pionero de la industria en España, así como la del precedente de las recreativas, el futbolín, ese deporte nacional, invención de Alejandro Finisterre, que recogía los proyectiles muertos sobre la arena, aquellos que seguramente no habían matado a nadie, para convertirlos en jugadores de fútbol, darles una nueva vida consagrada al compañerismo, el ocio y la rivalidad que concluye con una cerveza.

En contraste, la orquesta también invitaba al exceso, aun al precio de perder detalles de temas más delicados, como la nana de Zelda, que crecieron como un turbión. De lo demás solo puede decirse que los arreglos ponen en su justo lugar algunos temas que parecen hechos para ser interpretados en estas condiciones. Que esta crónica no sea equívoca: tres cuartas partes del concierto estaba formado por una feliz concordancia entre cómo encaja la música de Kondo en el universo de Zelda y cómo los arreglos le dan un consistencia insuperable para un directo de estas características. En este sentido, destacan Dark World y Hyrule Castle de A Link to the Past o la tan largamente esperada Ballad of the Goddess, que se presentó como un bis al final, pero nadie creía que aquello iba de regalo: es el nombre del espectáculo y por eso la demora, de nuevo el juego narrativo de la espera, vino a provocar el aplauso más explosivo, hasta el punto de poner de pie al auditorio. Quién sabe si esto lo comparte otra gente, pero yo hubiera querido escuchar Lost Woods y Windmill Hut de Ocarina of Time, unas preferencias tan personales como prescindibles.

Con pocos inconvenientes y algunos momentos de languidez por un lado, o con calores y bullicio por el otro, a medianoche, cuando todo había terminado y era momento de hacer balance —el instante fugaz en que el día pierde su nombre—, todo carecía de importancia. Barcelona estuvo invadida metafóricamente por videojuegos y a fin de cuentas se trataba de aprovecharlo, porque si por algo se caracteriza la necesidad de jugar no es solo porque lo pasamos bien, sino porque nos gustaría repetir —esa es su virtud—; y porque dentro de treinta años querremos que nos recuerden, como hicieron el sábado, cómo jugábamos y nos reíamos entonces.

  1. Reshi

    Siempre me entero tarde de estas cosas. O no soy suficientemente friki, o no se buscar información en internet :/

  2. Marco Gonzálvez

    @reshi Hazte Twitter, es imposible que te pierdas nada porque todo el mundo da el coñazo muy fuerte con absolutamente todo lo que hacen a todas horas.

    Y ahora voy a leerme el texto porque soy tan gilipollas que primero miro los comentarios D:

  3. Reshi

    @shark
    Yo también hago lo mismo, primero comentarios y luego artículo. Probaré lo de Twitter 🙂

  4. Arthok

    Joder cuando sacó la Batuta de los vientos a mi casi me da algo.
    Ya ni hablemos del momento Dragon Roost Island…

  5. sauron

    Me hubiera encantado ir, pero entre lo tremendamente caras que eran las entradas, el viaje, el hotel, etc… se me iba de presupuesto ;_;

  6. nekomajinz

    @f no se si lo llegaste a ver pero para mi el hecho de que estábamos ante un concierto eminentemente freakie fue el montón de palomitas, cerveza, patatas, botellas, etc que se requisaron en la entrada al auditorio. INCREIBLE.
    otro detallazo fue la enorme cantidad de 3ds que poblaban el auditorio.
    Coincido contigo en que era todo espectáculo para los fans y que podrían haber hecho una puesta en escena un pelin más agresiva. No ha estado mal para ser el primer concierto, espero que hayan muchos más en el futuro

  7. faSeS7

    Estuve en el de Madrid y me temía demasiado fan irrespetuoso con los grititos o como si fuera un cine a las 5 de la tarde lleno de niños, pero fue mejor de lo esperado, exceptuando al subnormal profundo que tenia detrás que parecía la voz en off, comentando de que juego era cada canción en voz alta como si fuéramos lerdos y no lo supiéramos, pero en fin, siempre me tiene que tocar algún idiota.

    Respecto a la puesta en escena, instalaciones, etc, la palabra seria «cutre», en Madrid lo del Palacio Vistalegre no deja de ser una plaza de toros con sillas de plástico y la pantalla y sonido justitos, por los precios que cobran esperaba algo mas elegante y a la altura.

    Suena todo muy vinagre pero en realidad disfruté como un enano y Amy Andersson junto al resto de la orquesta nos hicieron tener la piel de gallina varias veces.

  8. basilisk

    No se si te lo habrán comentado, pero el texto que has colocado me lo he comido completito y mi cerebro acaba de aprender conceptos (y también un poco de historia) musicales que muy pocas personas sabrían explicar y que no me he interesado en aprender, que rematas explicando que lo estás simplificando groseramente, ademas de darle una critica justa a lo que has presenciado. Excelente articulo!! De verdad que te felicito. Gracias.

  9. metropolitan

    @f Genial artículo, yo también eché en falta un par de canciones (Lost Woods entre ellas).

    A nivel personal debo decir que la unión de la música, los vídeos que las acompañaban, el ambiente que se respiraba y la gente que asistió, consiguió que el concierto fuera tan redondo que ha logrado lo que yo no he podido en años: que mi mujer se haya sentido atraída por esta saga XDDD (cató el Twilight hace años y a las pocas horas lo dejó, lo cual tampoco es raro…)

  10. RoNiN

    Este artículo me ha encantado.

    Yo quise ir, pero para ir sólo, mejor me quedaba en casa. Tengo los amigos más frikis de la tierra, pero también son los más pobres y agarrados xD

  11. Xanday

    Anda mi foto ^__^.

    Buen artículo. A mi no me acabó de convencer, cada vez que llegaba «mi momento de euforia» algo se lo cargaba. Mira que cortar la del legendary hero de Windwaker… ^^’

  12. txaume

    Emmm… yo diría que el río Besos está al norte de Barcelona (quizás nor-noreste) y Montjuïc al sur… llamadme loco XD

    Por lo demás, artículo entretenido, gracias!

    Ed: https://www.google.es/maps/@41.3875133,2.1650729,16518m/data=!3m1!1e3

  13. DrTenma

    Una vez más, muy interesante artículo. Soy un gran amante de la música de videojuegos, y le guardo especial cariño a la saga «The Legend of Zelda». El problema es que la experiencia de escucha no es siempre la mejor, a veces porque la calidad de la composición se ve lastrada por la ausencia de orquesta, y en otras ocasiones porque estos trabajos sinfónicos no son tan sencillos de arreglar (que, por cierto, esta sinfonía la arregló Chad Seiter, igual no un compositor muy conocido pero es un asiduo colaborador de Michael Giacchino y encargado de los scores de las versiones para videojuego de «Star Trek» o «Jurassic World»).

    Entiendo que estos conciertos son para fans y, como bien se dice en el artículo y comentarios, están aceptados los vítores y aplausos antes de que termine la obra, cuando lo usual en una sinfonía es únicamente aplaudir al final de la misma (ni siquiera entre movimientos), pero a mí eso me destroza una experiencia, por lo que ignoro este tipo de conciertos (yo me los pierdo, claro, seguramente allí sería capaz de disfrutarlos más de lo que presupongo)-

  14. DrTenma

    @f dijo:
    lo de Chad Seiter es cierto; no lo menciono (fallo mío, tendría que aparecer) pero ha hecho unos cuantos arreglos estupendos. Las versiones son buenas pero siguen casi siempre un mismo patrón más o menos inflacionario y eso funciona para la mayoría de temas y es un poco aparatoso para otros.

    Es que toda la incultura musical que tengo la compenso un poco con lo que sé de BSO’s y música clásica. Como Michael Giacchino se ha convertido en uno de los compositores que más valoro, estaba atento al nombre de sus orquestadores y arreglistas oficiales, con lo que tenía controlado a Seiter.

    He estado escuchando de nuevo el CD y es cierto que los temas no siempre funcionan del todo. En general es lo que comentabas en el artículo: no liga como una sinfonía. No hay esa progresión de los temas. Esto pasa bastante más de lo que recordaba con todos los intentos de llevar al terreno de la sinfonía música temática. Por ejemplo, la «Sinfonía del Señor de los Anillos» de Howard Shore peca de algo parecido: es más una orquestación de temas de la película, pero sin ningún hilo conductor claro (a parte de ser demasiado cronológica sin mezclar temas de distintas películas).

    Algún día probaré algún espectáculo de este tipo, sin duda. Hubiese ido a escuchar ésta si me hubiese pillado en España o alguno de los países en los que va la gira.