«Una enorme mayoría de la gente no va a gastar dinero en Miitomo, y no pasa nada»

Wegnez, que lleva más de dos décadas trabajando en Nintendo, se pone especialmente serio cuando dice que para ellos «la obsesión real es llevar una sonrisa a la cara de las personas». No olvida que son una empresa que tiene que generar beneficios para seguir viva (uno de los objetivos de la colaboración con DeNA, dice, es «ser rentables en el negocio de las apps», aunque no se consiga específicamente con Miitomo), pero creo que tienen una intención real de sorprender, de generar alegría, de «no hacer lo mismo que la competencia», como dice él. «Añadir los móviles debería permitirnos hacer cosas todavía mas diferentes a las del resto», nos dicen. Como si fueran un demonio que se alimenta del júbilo humano, lo mejor de Miitomo es, como pude comprobar después, que te saca una sonrisa tonta con cada detallito, que está pensado para alimentar la curiosidad y promover un tipo de jugueteo muy Nintendo, en el fondo. Casi como si quisieran que, entre risas y alegría, no te dieras cuenta de que está goteando dinero de tu cartera y se está reinvirtiendo en disfraces para un muñeco virtual.

He estado en muchas presentaciones de juegos de Nintendo a lo largo de los años. He ido a ver nuevas consolas, juegos de todo tipo y hasta muñecos. Hace poco estuve allí jugando a Zelda en GameCube. Sin embargo, nunca habría pensado que un día iba a ver cómo repartían iPods entre los asistentes para que probásemos una app a medio camino entre Tomodachi Life y Facebook. Y sin embargo me sorprendió lo mucho que hicieron hincapié, tanto Wegnez como Filippo Ghisolfi, el representante de Nintendo of Europe que vino a Madrid a explicar cómo se usa Miitomo, en el hecho de que pagar no es lo más importante. «Una enorme mayoría de la gente no va a gastar dinero en Miitomo, y no pasa nada», nos dijo Wegnez. «No creemos que sea el objetivo principal de Miitomo», aseguró Ghisolfi.

La pantalla principal de Miitomo nos presenta a nuestro personaje, que, se supone, debemos crear en base a nuestros propios rasgos físicos y de personalidad (el juego nos permite capturar nuestro jeto con la cámara frontal, y nos va sugiriendo Miis que, piensa el programa, se parecen), que luego llega a una casa. «¿Estoy en un dispositivo electrónico?», se pregunta nada más entrar. A partir de ahí, la idea es entablar una relación más y más estrecha con el muñeco: nos va lanzando preguntas, que nosotros podemos responder libremente (no hay moderación activa por parte de Nintendo: puedes hacer que tu Mii diga tacos, sí) y que él luego puede comentar con otros Miis de amigos, cuando se encuentran en el mundo virtual, en la tuya o en la mía, como diría Bertín. A partir de esas preguntas y respuestas se forman hilos en los que tu grupo de amigos puede comentar, dar likes y demás arrumacos de la vida moderna: Wegnez se refiere a esto como una suerte de «red social reactiva», en la que no tenemos que llevar la iniciativa para exponer nuestras aficiones o gustos sino que es la app la que nos lanza las preguntas.

Es a través de estas preguntas y respuestas como se descubren nuevas cosas sobre nuestros amigos. Quizá una persona nunca nos ha dicho que le gusta que le azoten, pero sí se lo ha confesado a su Mii, que se lo ha acabado diciendo al nuestro; quizá nuestra afición sea propinar azotes y descubramos que tenemos algo nuevo en común. (Se pueden cambiar los azotes por Nino Bravo, la comida basura o Quiero ser monja; es un sistema que acepta muchas variables.) «Hay cosas que no creo que sean tan interesantes como para compartirlas en una red social; aquí, es la app la que te pregunta», nos dice Ghisolfi.

Del pudor de Nintendo también nace una aclaración, más o menos necesaria en función de la fe que uno tenga en la compañía, sobre su futuro en los videojuegos. «El negocio principal de Nintendo son las consolas dedicadas de videojuegos», dice Wegnez (que selecciona con mucho cuidado las palabras que usa, y nos pide por favor que no malinterpretemos o demos la vuelta a lo que dice, como cuando habla de la posibilidad, acaso remota, de que Mario protagonice un juego para móviles: no, de momento no existe un juego así). «Las apps deberían facilitar que la gente tuviera una primera experiencia y animarse a pasar al siguiente nivel»; My Nintendo es el puente entre ambos mundos, explica, creando esa sensación de tener algo valioso (unos puntos que, se supone, equivalen a un dinero o una serie de bienes digitales) que nos anime a, en última instancia, comprar el hardware necesario para aprovecharnos de lo que hemos conseguido utilizando Miitomo: los puntos de platino, en este caso.

«La mejor experiencia de juego es la que se tiene con hardware y software dedicado», dice en cierto momento. De momento, la experiencia Miitomo (bastante mejor de lo que esperaba, aunque con flecos previsibles y con los que me es difícil estar de acuerdo; bonita, divertida, graciosa, también retorcida y poco de fiar de una forma esencial y extensible a la mayoría de productos, y aquí uso la palabra de una forma totalmente consciente, free-to-play) demuestra que sí, que Nintendo, a falta de ver los otros cuatro juegos que nazcan del matrimonio con DeNA, resplandece más cuando juega en casa: en los videojuegos y consolas de toda la vida. 

Espero, mientras fantaseo con comprarle nuevas ropitas a mi hermano Mii, que no se olviden de nosotros, de los de toda la vida.