Hack the planet! La informática como videojuego en el Hollywood de los 90

«I know this» es la frase que exclama Lex Murphy, la niña de Parque Jurásico, cuando se sienta frente a un terminal de seguridad del recinto para averiguar cómo cerrar las puertas de forma remota. Mientras el Dr. Grant empuja con todas sus fuerzas una puerta para impedir que un velocirraptor entre en la sala para merendárselos, Lex navega por un sistema (un «sistema UNIX», añade; como lanzando una palabra técnica al azar) lleno de cajitas y pasillitos 3D que no tiene ningún sentido y que viene a resguardarse en un clásico estilístico de los noventa: la total ausencia de rigor técnico, una representación visual y absurda de las interfaces (no necesariamente futuristas) informáticas pensadas por gente que no tenía ni idea de cómo usar un ordenador y creía que su audiencia tampoco.

Seguramente el caso más flagrante y divertido llegó dos años después con Hackers, donde una comunidad de piratas informáticos con una estética que rozaba la distopía ciberpunk asaltaban grandes corporaciones a través de túneles luminosos, archivos hechos en 3D Studio Max y técnicas que parecían más relacionadas con los videojuegos que con la computación. Aporreaban el teclado a toda velocidad y se coordinaban entre ellos para realizar estrategias de distracción e infiltración, como en una partida de Counter-Strike. Y es que los conocimientos técnicos de Hollywood en aquella época eran un jodido caos (un caos sin asesores, por lo visto) en el que la programación y los juegos compartían un mismo saco.

Hace una semana leí sobre I Know This, el juego que toma la frase de la película de Spielberg para convertir la hazaña de la intrépida Lex en un videojuego, y este fin de semana he estado jugándolo para constatar algo: no solo es un homenaje a un momento especialmente ridículo y adorable de la película, sino que confirma la tesis del párrafo anterior. En el cine noventero no solo la informática y el hacking se parecían a un videojuego, sino que sacados de contexto y dotados de una estructura mecánica pueden funcionar perfectamente como tal. I Know This nos muestra cajitas representando archivos (cuyos nombres ha leído de nuestro disco duro) y nos acompaña con la presencia de un ayudante parodia del infame Clip de Microsoft Office y una música tremendamente dramática, para transmitir la sensación de que estamos haciendo algo muy ilegal, arriesgado y excitante. El objetivo es encontrar un archivo dorado entre la maraña de información a base de, en efecto, aporrear el teclado y pulsar Intro al final de cada línea de código. Si abrimos el archivo equivocado, desencadenaremos virus y otras cosas malas que rompen ordenadores.

A nadie parecía importarle aquel dislate visual pensado para hacer del tema algo más cinematográfico, como esos duelos a las cinco de la tarde que jamás existieron en el Salvaje Oeste, y ahora que los ordenadores son mucho más que una herramienta de oficina la forma en que ha envejecido aquella informática-espectáculo de los noventa la ha convertido en algo cómico y fascinante, algo envuelto en la misma ingenuidad que los monstruos con cremallera del kaiju eiga o los besos prietos y varoniles de Gary Cooper.

Quizá la película que más trabajo puso sobre la mesa para darle algo de realismo al asunto informático es, paradójicamente, Matrix Reloaded. Una cinta de la que muchos solo recordarán los famosos caracteres verdes formando un código vertical, que es en esencia la representación que hacen los Wachowski de la informática de un futuro depurado durante dos siglos por máquinas autoconscientes y superinteligentes.

Tendría sentido que todo fuese un rollo abstracto sin ningún parecido al código actual, pero la escena en que Trinity hackea el acceso a una planta eléctrica utilizando elementos de 1999: con una herramienta real de hacking llamada Nmap descubre las vulnerabilidades del sistema y accede a través de un puerto abierto. Desde entonces, y estamos hablando de 2003, poquísimas películas se han tomado en serio esta faceta.

En la reciente The Zero Theorem, Terry Gilliam empujaba de nuevo en la dirección contraria: Qohen Leth es un genio de los ordenadores inadaptado en un futuro donde el corporativismo, la publicidad y la burocracia lo abarcan todo en la sociedad. Su trabajo es el equivalente al de un oficinista en su cubículo, realizando tareas barnizadas en tecnicismos y palabras extrañas que sirven para que el espectador las vea como una actividad mecánica, alienante y ajena en la que el personaje está atrapado.

Lo interesante aquí es que Gilliam nos muestra la interfaz con la que trabaja Qohen, que controla con un aparato similar a una gamepad lleno de lucecitas y botones para resolver ecuaciones matemáticas en un mundo digital en 3D hecho de cubos y bloques como cualquier puzzle indie en primera persona que uno podría cruzarse en Steam. Es un futuro extravagante alejado de todo realismo, así que la apuesta del director es puramente estética.

Bien entrado ya el año 2015, parece que la tendencia sigue intacta incluso en las películas que buscan la verosimilitud. Blackhat se estrenó hace poco más de tres semanas y ya deja claro desde los primeros minutos que no piensa enfangarse en paparruchas técnicas ni jerga de programación aunque el argumento gire en torno a la influencia de la guerra cibernética en las relacione internacionales. La primera secuencia escenifica un ataque informático contra una central nuclear china, y lo hace a base de primerísimos planos en movimiento recorriendo frenéticamente cableados interiores en algún tipo de maquinaria, rodeado todo de lucecitas de colores parpadeando y números cambiantes solapándose en pantalla.

Por cierto, el sistema de Parque Jurásico en realidad tenía algo de cierto: se trataba de una interfaz de navegación de archivos experimental llamado FSN que estaba desarrollando Silicon Graphics y que jamás llegó a ser funcional del todo. Pero imaginad que hubiese prosperado: un mundo en el que para encontrar la carpeta de fotos de aquellas vacaciones con tus padres en Mallorca en 2004 tendrías que sobrevolar núcleos de memoria parpadeante y disparar con cañones digitales al directorio que quieres abrir, que del núcleo saliese una figura hexagonal que se acercase a ti y girase sobre sí misma con un efecto de sonido de nave espacial para revelar la imagen de tu padre en bermudas, con la espalda cubierta de pelo gris, durmiendo la siesta bajo una sombrilla, junto a un tupper de tortilla a medio cerrar y una lata de cerveza Carrefour. No sé si alguien querría vivir en ese mundo.