Homozapping, un juego que desafía la percepción de sexo, sexualidad y género

A principios de este año la asociación cultural Arsgames —que se dedica a utilizar los videojuegos como herramienta para el estudio cultural, la educación y la divulgación de lo innovador y lo artístico— dedicaba sus jornadas al asunto del género con la proyección los documentales de Marina Amores, un coloquio, una mesa redonda y la presentación de un videojuego titulado Homozapping. Por fortuna para todos y todas nada tenía que ver el proyecto con José Corbacho o los refritos editados de la tele española, sino con un tema que estimula zonas mucho menos reconfortantes del cerebro: la deconstrucción de conceptos como el género, el sexo o la sexualidad.

El juego sale del taller PlaylabXY01, un laboratorio en el que se acumularon ideas para llevar a cabo el desarrollo de un videojuego para web que ayudase al jugador a explorar varias cuestiones distintas relacionadas con el sexo y la identidad. El resultado es, efectivamente, un zapping en un televisor pixelado de la muy apropiada marca SODOMY en el que cada canal da cabida a minúsculos juegos que también intercala con pedazos de cultura sexual televisiva, desde el vídeo musical I Want to Break Free de Queen en el que Freddie Mercury aparece vestido de mujer (sin perder ese bigote mítico) y pasando la aspiradora en un salón, hasta documentales del National Geographic donde se habla de la conducta sexual de algunos simios, que utilizan el coito como una forma de relación social.

En Alerta Intersexual se nos plantea una decisión que muchos padres y médicos han estado tomando por su cuenta durante décadas: la intervención quirúrgica de un recién nacido intersexual —los mal llamados hermafroditas: bebés que nacen con genitales masculinos y femeninos—. Decidir si una persona debe ser hombre o mujer, elegir si el bisturí debe amputar el pene o eliminar la vulva en función de un juicio propio, personal y socialmente condicionado que pesará sobre las espaldas de la criatura durante el resto de su vida.

Según explica la gente de Arsgames, la voluntad es hacer más visible una contingencia que a la mayoría nos parece marginal, remota e improbable pero que las estadísticas reflejan como algo habitual: nacen al año más niños con intersexualidad que con albinismo. Y el protocolo médico suele ser operar al niño antes de 24 horas para reasignarle inmediatamente un género, algo que deja en evidencia la necesidad que tenemos como sociedad para clasificar, con una prisa casi desesperada y febril, a cada individuo con las dos etiquetas de género con las que nos han educado a nosotros y a las generaciones pasadas.

Otro de los juegos nos plantea una red social que es una sátira directa de Instagram y una crítica feroz a su política de desnudos que hace que las fotografías que muestran pechos femeninos con los pezones al descubierto sean automáticamente consideradas pornográficas y la imagen sea eliminada o la cuenta cerrada. Lo interesante es que el pecho masculino no sufre la misma censura, así que el juego nos va pasando imágenes de pezones masculinos y femeninos recortados del resto de la fotos y nos pide que los denunciemos o los omitamos. Por si no se había notado el comentario, un cartel rojo nos avisa: «no olvides denunciar solo los pezones femeninos». Y lo cierto es que por sí mismos son mucho más difíciles de distinguir de lo que podría parecer en un principio. O, dicho de otro modo: que el pezón femenino no es un atributo sexual ni tiene nada que ver con la sexualidad, igual que el del hombre, sino que su percepción erótica está exclusivamente en la mirada del que observa y en su condicionamiento cultural y político.

De vez en cuando aparece en pantalla un esquema anatómico del órgano sexual masculino o femenino dibujados en una pizarra, y al lado una columna con todas las partes del aparato genital de la que tenemos que ir arrastrando cada cartelito al área que corresponda. Es una forma de decirnos que la exploración y el conocimiento del propio cuerpo son vitales para mantener una correcta salud sexual, y que la educación sexual es necesaria y debe fortalecerse progresivamente para que los adolescentes tengan toda la información necesaria a la hora de tomar sus propias decisiones.

Un juego parecido, también de arrastrar elementos, se titula Esconde lo que te delata y es un magnífico ejercicio de apertura mental. En un dormitorio hay un montón de objetos dispares —un crucifijo, un consolador, un poni de juguete, unos zapatos de tacón, un plátano, unas revistas porno, un biberón…— y debemos elegir los que creamos más reveladores sexualmente y colocarlos en un baúl. La gracia del asunto es que después de ocultar el consolador y las revistas porno, si pulsamos en el botón «info» nos explican una serie de parafilias relacionadas con cada objeto que hemos dejado a la vista.

Una frase con la que a mí me gusta bromear es «cualquier cosa es porno si lo intentas lo suficiente», pero en realidad viene de una tesis muy seria que Andrés Barba y Javier Montes explicaban estupendamente en su ensayo La ceremonia del porno y que viene a resumirse en que cualquier idea, situación u objeto es susceptible de ser porno para alguien, de excitar a un individuo que haya desarrollado parafilias o propensiones eróticas poco convencionales, o que las tenga latentes pero no sea todavía consciente de ellos. Esa es exactamente la idea que lanza el minijuego, acompañada de un argumento que envuelve todo Homozapping: que el sexo y el género no son una cuestión genital o física, sino psicológica.

Son ocho creaciones y dieciséis fragmentos de vídeo, así que los canales avanzan rápido por la parrilla televisiva y apenas nos dejan tiempo para experimentar con los minjuegos, solo a plantearnos su premisa interactiva durante el tiempo justo para que podamos seguir jugueteando mentalmente con el mensaje una vez que la tele ya ha cambiado de programa. Esa es la idea, supongo: exponer consideraciones que podrían explicarse en distintos artículos concluyentes, pero hacerlo solo a medias y siempre a toda velocidad, para que sea el jugador quien las madure en su cabeza, les dé unas vueltas y llegue a varias conclusiones reveladoras una tras otra, como una pequeña avalancha de bofetadas que le obliguen a uno a revisar y cuestionar sus propias creencias sin descanso. Que le obliguen a uno, en definitiva, a cumplir con su deber.