The year is 2072

En Electric Highways, el sueño de lo virtual produce fantasmas

Electric Highways

Año 2072: en ese futuro en el que ya no estaremos vivos se ambienta Electric Highways, de Zykov Eddy y Xitilon. «La realidad virtual se ha convertido en un fenómeno mundial que permite a la gente sumergirse en la web virtual a la vez que se aislan del mundo real», se lee en itch.io. «Un ingeniero de RV ha terminado su proyecto, pero antes de subirlo a internet decide visitarlo por última vez, hundiéndose en su propio mundo surrealista».

Inspirado por la estética del primer System Shock, la música electrónica y la versión de Metropolis de Giorgio Moroder, Electric Highways es un juego en primera persona en el que exploramos una serie de espacios simbólicos en busca, se nos dice, de una última experiencia pura de nuestro mundo virtual antes de hacerlo público. Es un juego de aislamiento doble: el creador del mundo virtual, aislado en su estudio mientras crea su nueva obra, decide aislarse en él antes de que otros puedan compartir su creación.

No es un viaje infinito: se marca a sí mismo un límite de 30 minutos antes de que su viaje termine y su realidad virtual se suba a internet.


El objetivo es, en todos los niveles, encontrar el sello que desbloquea la puerta de salida. El puzzle siempre es ese: explorar el escenario hasta encontrar el sello y luego buscar la puerta que nos lleva al próximo nivel, más o menos escondida y más o menos lejos del lugar donde está el sello. Se deja de lado la progresión normal o normativa que uno esperaría en un juego así para hacer que la exploración esté al servicio de las sensaciones que se quieren provocar en el jugador; no existe una curva de dificultad que implique desafíos crecientes a medida que avanzamos: la complejidad de los niveles varía en función de lo que se intenta transmitir.

Le interesa más sugerir a través de símbolos y textos que nos asaltan de vez en cuando que poner barreras al avance más o menos orgánico, porque Electri Highways «es como un álbum musical conceptual e interactivo, en el que cada nivel es como una canción corta, con gráficos que la acompañan», explican sus creadores. 

A pesar de eso, la música no es uno de los puntos fuertes del juego. Está bien, pero es difícil recordar cualquier canción; no nos dice nada que no nos hayan dicho ya las bandas sonoras de cientos de juegos olvidados. Me interesa más el mundo de supuesta realidad virtual en el que nos internamos. Me parece muy inteligente la forma en que se nos van planteando los símbolos a medida que avanzamos, y cómo gestiona el misterio: cómo a veces nos parece ver a alguien a lo lejos, quizá el fantasma digital de otro habitante de la realidad virtual, o cómo se juega con los colores y los límites del espacio tridimensional para crear escenarios que recuerdan a los FPS clásicos (inevitable: se usa una versión homebrew del motor de Duke Nukem 3D) lo justo para resultar perturbadores cuando no responden como uno espera de ellos.

(Incluso hay un puzzle opcional y muy enrevesado que no he podido resolver; se encuentra en el final del juego, la autopista eléctrica que le da título, y tiene que ver con números y colores.)

La clave está en el sentido del ritmo que hace que esas pequeñas iluminaciones, los clics que dan orden a todo lo que hemos estado haciendo erráticamente (dar vueltas por espacios extraños en los que a veces los colores ni siquiera permiten hacerse una imagen mental del mapa), den fuerza a varios momentos clave del juego. Quizá la intención musical vaya por ahí: el diseño de niveles hace que ciertas mecánicas tengan algo de estribillo (como los ascensores del segundo nivel) y que los finales tengan más impacto, como cuando caminamos dentro del fuego literalmente, un símbolo tan evidente que nos podría sacar un ojo.

Electric Highways

Es un juego de fantasmas y dudas que nos deja, imagino que con orgullo, con un buen puñado de preguntas sin responder; quizá su momento más flojo sea aquel en el que intenta dar alguna respuesta, al final, con un giro algo atropellado y que respeta solo a medias el tono de todo lo que hemos jugado. No debería durar más de media hora, los treinta minutos que el desarrollador tiene antes de que su creación se suba a internet; Electric Highways es tan volátil como los mundos virtuales de los que habla. Es un lujo que no todos se pueden permitir: decirnos abiertamente que hay verdades que no existen dentro de los videojuegos, y que para dar un sentido a nuestra existencia hay que mirar a nuestro alrededor, no aislarnos en un mundo virtual.


Electric Highways quiere llegar a Steam a través de Greenlight; se puede descargar en itch.io.