Análisis de TMNT: Mutantes en Manhattan

Lo suyo aquí era empezar, por aquello de la nostalgia, con alguna anécdota de mi infancia. Y si hablamos de las Tortugas Ninja, tenía mucho donde escoger; seguramente me habría quedado con esa cámara, una de mis cosas favoritas ever, que estampaba una marca de agua en la esquina inferior derecha de cada foto. Supongo que de ahí habría pasado a los clásicos de Konami, claro. Recuerdo con especial cariño la fase en la que surfeabas —en Mega Drive, claro— y la animación de cuando las tortugas pisaban un pincho. «My toe! My toe!». O, como decíamos con los amigos entonces, «Maichóu! Maichóu!».

Joder, qué ganas tenía de que esto saliera bien.

Con TMNT: Mutantes en Manhattan, tenía que pasar, Activision y Platinum Games se han puesto por fin de acuerdo para hacer el peor juego posible. Es un proyecto definido por las carencias y las limitaciones, condicionado en exceso por el multijugador online. Desde las dinámicas cooperativas especialmente aburridas hasta los problemas derivados de la patética IA, casi todas las malas ideas dejan un rastro que nos devuelve a la premisa de tener a los cuatro reptiles siempre en pantalla.

Lo cierto, con todo, es que se deja jugar. Siempre con matices, siempre con “peros” y siempre por debajo de lo que deberíamos esperar de esta gente, el sistema de combate es más o menos competente. Los combos, planitos y poco variados, son vistosos y mantienen los típicos dos botones de ataque. El control, a pesar de los injustificables 30 fps, se siente mínimamente fluido. Incluso los ninjutsu, movimientos especiales poco inspirados, con tiempos de enfriamiento más propios de un MMO que de un hack’n slash, tienen la excusa de la flexibilidad: hay unas pocas docenas de habilidades desbloqueables —golpes de todo tipo, potenciadores temporales de atributos, técnicas defensivas, curativas o de apoyo— que pueden servir para asumir distintos roles en el equipo. Cualquier tortuga puede equiparse con los cuatro que prefiera y solo el ataque combinado, que debe sincronizarse en pareja, es propio de cada una.

Algo similar pasa con el bloqueo. Los caparazones dan mucho juego en ese sentido y resulta apropiado lo de poder esconderte ahí durante un tiempo, pero el parry y las esquivas no están lo bastante diferenciados; interesa lo segundo, que te permite subir a la chepa del rival y distraerlo mientras tus hermanos le dan caña. Es una mecánica que pretende ser protagonista, pero resulta menos fiable de lo que debería porque los tiempos y las indicaciones no están claras.

El resto no hay por donde cogerlo. Con la estructura de los niveles, por decir algo, ni siquiera han querido disimular: en espacios abiertos o en las alcantarillas, hay que rastrear la presencia de enemigos para activar pequeños desafíos y abrir el acceso al jefe final. Son casi siempre objetivos intercambiables y aleatorios, extremadamente simples y sin el menor sentido del ritmo. Están todos los clásicos básicos del diseño vago y repetitivo: desactivar bombas, proteger camionetas, transportar lingotes de oro… Variantes de las odiosas misiones de escolta, en definitiva, cansinas para los guardaespaldas e infernales para el protegido.

No mejora mucho la cosa cuando toca enfrentarse a Bebop, Rocksteady y compañía; todos los jefes, excepto uno que tampoco destaca en nada, son básicamente el mismo. La impresión inicial puede ser medio buena, porque no dejan de ser animales mutantes con patrones de ataque de los de toda la vida, pero pronto se hacen pesados; cómo no iban a cansar, vaya, si tienen siete o nueve barras de salud. Son, como poco, los típicos jefes que no quisieras volver a repetir antes de terminar el juego; pero ahí están, uno tras otro, en un boss rush especialmente odioso.

Ni siquiera merece la pena entrar explicar añadidos tan absurdos como el sigilo o la posibilidad de grindar, ideas olvidadas y engullidas por la mediocridad del conjunto. Y es que es precisamente la falta de cualquier elemento redentor —una broma graciosa, coleccionables interesantes para el fan; algún detallito por el que querer a Platinum a pesar de todo— lo más frustrante de Mutantes en Manhattan. El juego está tan roto, sobre todo como experiencia individual, que al intentar escapar de un problema te acabas topando con otros dos. La inteligencia artificial, ejemplo claro de esto, nunca está bien ajustada: es demasiado efectiva en nivel Normal, pero pasa a ser inútil al subir la dificultad porque no hay forma de ordenarles que se dividan para ahorrar tiempo y se les da terriblemente mal el minijuego para volver a la acción cuando no los reanimas a tiempo. Por una cosa o por otra, es imposible tomarse en serio las puntuaciones.